Mi legado musical: Supertramp - Give a little bit
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Desde que nacemos hasta que transcurrimos esa histriónica etapa vital que es la adolescencia, la influencia de nuestros padres sobre nuestra personalidad, nuestros gustos, nuestros hobbies y nuestra manera de comprender el mundo es absolutamente esencial. Aunque nuestra rebeldía se manifieste a una edad temprana, y pidamos sin ningún éxito que nuestros padres nos compren unas zapatillas que salen por televisión de precio exorbitado, escuchemos música estridente que pone a nuestras madres de los nervios, falsifiquemos la firma de nuestro padre para evitar una merecedia reprimenda por malas notas o consideremos que los padres de tal o cual amigo son más "guays" que los nuestros, nuestra principal influencia son y deben ser nuestros padres. En el fondo, somos una prolongación de ellos mismos, y representamos sus deseos, sus anhelos, lo que no han podido ser, o que hubieran querido hacer; nos han educado de la mejor manera posible, o como mejor han sabido, y hemos crecido en el pequeño pero ubérrimo mundo creado por nuestros padres. Es la primera esfera social que conocemos.
Yo tengo la gran suerte de haber tenido una infancia envidiable. Por supuesto, he tenido muchos momentos de rebeldía, y más yo, que soy un personaje de armas tomar, pero mis padres tuvieron la habilidad, la suerte o el buen juicio para que su hijo, aunque un poco loco, makinero, y picapleitos, les haya salido salido bastante... decente. O, por lo menos, fiel a sí mismo, lo cual yo valoro positivamentre. Sé que mucha gente no tuvo tanta suerte como yo. Sé que soy un privilegiad. Por lo que ahora, con los huevos negros, vivienda propia, obligaciones y demás mierdas, tengo en muy alta estima todo lo que viví en mi infancia y adolescencia temprana. Quién pudiera volver a tener 10 años...
Una de las cosas que le debo a mis padres es mi melomanía. Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi temprana infancia son aquellos domingos en los que mi madre se pasaba la mañana limpiando la casa al son de la recopilación Noches de Blanco Satén, de 1991, mientras yo jugaba y daba por el culo, naturalmente; o mi padre escuchando Queen de vez en cuando, mientras yo quedaba completamente extasiado con la voz de Freddy Mercury; o el día que mi padre me regaló el vinilo de 7' del Santana - Europa, que conservo como reliquia suprema; o, si amplío el círculo familiar, el día que, junto con mi prima, disfruté de la primera sesión makinera de mi vida en un camping de Castelledefels a mediados de 1995. De casta le viene al galgo.
Entre todos estos momentos, recuerdos, y canciones, hay grupos que me han marcado de manera notable. Y es que un día, hace muchos años, revolviendo en unos cajones del comedor, descubrí que mis padres tenían absolutamente todos los discos de un grupo llamado Supertramp. El nombre me sonaba, y sabía que de vez en cuando reproducían estos discos, pero no me venía ninguna canción a la cabeza así, en frío. Así que puse el primero que cogí para refrescar mi memoria.
Su portada mostraba un piano cubierno de nieve sobre unas montañas, y era nada menos que de 1977. El disco me sacaba ocho años, que se dice pronto. Sin darle más vuelvas, lo puse en el reproductor de música y entonces, sí, lo recordé; recordé una de las mejores canciones que he escuchado nunca.
SUPERTRAMP - GIVE A LITTLE BIT
La primera canción de este disco me aportó uno de esos momentos de felicidad que sólo es capaz de provocar la música. Se trata de una canción sencilla, con pocas ínfulas y pretensiones, pero que te dispara una verdadera andanada de buen rollo. Hoy en día se ha vuelto a poner de moda gracias a un anuncio de televisión, pero durante muchos años esta pequeña joya quedó relegada al ostracismo frente al archiconocido The Logical Song, el Dreamer y otras canciones más conocidas de este grupo mítico de rock progresivo.
En el fondo, es una canción que nos habla de un amor adolescente, como otras tantas. Su letra no es un dechado de virtudes precisamente. Como única curiosidad, sólo cabe decir que fue interpretada por una guitarra de doce cuerdas. Pero todo ello, toda esta supuesta mediocridad, se desvanece cuando la escuchamos. Esta canción consigue transmitir sensaciones. Libertad, felicidad, buenas vibraciones. Y, en el fondo, ese es el verdadero objetivo de la música.
A veces, no se necesita más que una canción.