Keep Calm and Dance for Hope
Son las dos de mañana. Miro por la ventana con no poca aprensión y compruebo que Cerdanyola del Vallés se continúa pareciendo al pueblo del aterrador videojuego Silent Hill. El día anterior al que escribo estas líneas cayó sobre mi pueblo un diluvio que pareció anegarlo todo, destruyendo tendido eléctrico, vehículos, casas y minando ya la depauperada moral que venimos arrastrando; y dejando, tras de sí, no sólo los mencionados estragos, sino una espesa niebla que, durante esta noche de insomnio, me está produciendo una profunda desazón cada vez que desvío la mirada hacia la ventana. De momento, parece que Pyramid Head no ha hecho acto de presencia, pero teniendo en cuenta el desarrollo de este siniestro 2020, tampoco parecería una idea descabellada: pandemias, diluvios, destrucción, restricciones, soledad, ruina económica, y no descarto que, antes de acabar el año, alguna infamia se una a las ya mencionadas, al puro estilo de las diez plagas de Egipto. Desazón, sí. Aprensión, también. La moral por los suelos.
Después de la tormenta viene la calma. Un día más es un día menos. Saldremos más fuertes. Estímulos esperanzadores que recibes e intentas creer, pero el tiempo pasa, y ni calma, ni días de menos, ni fuerza de ninguna clase. Imagino que cosa parecida pensarían los ingleses durante la Segunda Guerra Mundial al leer los carteles pegados por todo Londres que rezaban Keep Calm and Carry On; pero comparar a Winston Churchill con Pedro Sánchez es como comparar a un caballo alazán con una hiena. No es lo mismo, desde luego. Y toda esa retahíla de hueca esperanza dicha en boca de traicioneros ganapanes no hacen sino acrecentar nuestra desesperanza y minar todavía más nuestra moral, pues nos da la sensación que somos putas que, encima, ponen la cama.
Así que sí, estamos solos ante este terrorífico 2020 que, por suerte, llega a su fin. Desde luego, no sé si el 2021 nos va a traer más raciones del mismo puchero, pero yo, aunque no crea en propósitos de año nuevo, he decidido hacerme uno que os hago extensivo a vosotros: dejar atrás la tristeza, la melancolía y la desazón. Porque sí, para los millenials y centenials y demás débiles seres humanos nacidos a partir de 1980, esta situación puede ser apocalíptica, pero nuestros abuelos vivieron una maldita guerra, pasaron hambre, recibieron balazos, y nunca les vi llorar por las esquinas. Nuestros padres trabajaban 25 horas al día en trabajos de mierda y les quedaba tiempo para llevarnos al parque. Este 2020 es, a todos los efectos, una cálida charca de agua frente a los fríos océanos que ha tenido que atravesar la humanidad y nuestras quejas infantiles tienen que quedar atrás.
Así que yo me quedo con Winston Churchill y su frase, pues un inglés desembarcando en Normandía tenía más motivos para tener la moral por los suelos que un pajero en pijama confinado en su vivienda con Internet, calefacción, nachos con queso y una esperanza de vida, pese al SARS-CoV-2, que duplica la de principios del siglo XX. Así que Keep Calm, sí, mantened la calma, levantad la barbilla, sonreíd a la vida que tenemos, pese a todo, y bailad, aunque sea en casa. A la mierda el pesimismo, los lloriqueos, las noticias de terror, el miedo y, por supuesto, los que pretendan deciros cómo os tenéis que sentir. La esperanza, al cabo, es lo último que se pierde, ¿verdad?
Así que, con todos vosotros, os presento una sesión makinera que destila buen rollo y que espero que os pueda ayudar en este propósito de año nuevo. Puedo, podéis, podemos. Y no me refiero al partido político, precisamente.