Hasta siempre, Dolores
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Con el paso de los años, me he ido dando cuenta que madurar, o mejor dicho, crecer, consiste en aprender a vivir con la pérdida. La muerte de tu padre, de tus abuelos, de un amigo; la pérdida de una amistad o de una capacidad física; la desaparición de hechos culturales que han moldeado tu personalidad; todo ello y mucho más ocurre y ocurrirá con el paso de los años. Y no, no se supera; se aprende a vivir con ello. Con ello no quiero decir que debamos renunciar a la felicidad. Todo lo contrario. Es mucho más feliz una persona que acepta la vida tal y como es, aprende a vivir con la pérdida y valora en buen grado lo que tiene al conocer que es contingente, que se marchitará y morirá, que la persona que trata de superar obstáculos cuando se presentan, muchas veces sin éxito, guardando cadáveres debajo de la alfombra con el objeto de olvidarlos. Lo primero es mucho más duro, claro, pero te permite alzarte como una persona íntegra que es capaz de afrontar cualquier cosa, sabiendo sobreponerse. Esta vida es como es y no como queremos que sea. El nomen iuris vital.
Yo he perdido mucho. Y lo que me queda, claro. Pero aquí estoy, de pie, echándole cojones a la vida y aprendiendo a aceptar la factura que te pasan de vez en cuanto. La pagas y sigues adelante. Nada de excusas. Al revés, no hay cosa que más reconforme que asumir una pérdida con una sonrisa, haciendo valer la repugnante por cursi pero cierta expresión de “no llores por haberlo perdido, sino sonríe por haberlo tenido”. A veces hay verdades en esta suerte de expresiones romanticoides de baratillo, siempre que seamos capaces de descontextualizarlas y aplicarlas correctamente. Ello choca frontalmente con esta sociedad enferma que exige derechos y omite obligaciones, que se cree que la vida es un elefante rosa de caramelo que defeca helado de vainilla; pero mi obligación es señalar, siempre que puedo, esta mentira, y apelar a la responsabilidad de ser un adulto. La aceptación, al cabo, es la última fase del duelo, y la única que queda. Quedarse en la negación es un error.
Siempre que pierdo algo pienso en mi padre, por supuesto. Demasiado pronto, demasiado rápido y demasiado cercano. Pocas cosas en la vida me han pasado peores; lo cual es bueno, por un lado, pero en ningún caso omite el dolor de la pérdida de una persona tan importante en mi vida. Pero tras pasar por la procesión del dolor, del por qué, del cagarse en la puta, de buscar culpables, de echarlo de menos, me ha quedado una sonrisa cómplice. Cada vez que lo recuerdo, trato de sonreír. Cuando vivo una situación esperpéntica, me imagino qué diría y me entra la risa. Cuando pienso en el descalabro del PSOE, me lo imagino cagándose en todo lo cagable y llamándome facha por cachondearme, e igualmente sonrío. Cuando lo echo de menos, pienso en lo que me diría y pienso en su desapego frente a lo material; me lo imagino diciéndome que aquí estamos de paso y que esto es lo que hay. Que me joda, que así es la vida. Y vuelvo a sonreír. Y esto es algo que trato de enseñar a mis familiares, aunque no siempre lo consigo. Recordar con alegría, no con tristeza. Aceptar la pérdida y disfrutar del ahora, que mañana quizás no estás aquí.
La cosa no acaba en lo personal, claro. Se pierden amistades, se pierden las ganas de fiesta, se pierde pelo, o se gana escarcha sobre la calva, hasta se pierden hechos culturales que te configuran como persona. Y no, no me refiero a hechos objetivos y notorios, en plan, hostia, ha muerto David Bowie, voy a poner una esquela en mi muro de la red social de turno para que la gente me tenga por melómano. No me refiero a esas payasadas de postureo barato. Me refiero a que a mí, el día que muera Dave Gahan, que ha estado a punto muchas veces, por cierto, se me morirá algo en el alma. O cuando pase lo mismo con David Pastis o con algún personaje del mundo de la makina que me ha hecho tocar el cielo. Me refiero, al cabo, que la muerte de Dolores O'riordan significa, al menos para mí, una pérdida insustituible.
Un ser querido te deja buenos recuerdos. La calvicie te supone el ahorro en champú y gomina. Dejar de salir de fiesta implica dinero para hacer otras actividades. Perder un juicio te deja experiencia. Perder la potencia sexual te deja… te deja… te deja muy jodido, no nos engañemos, pero quedan pirulas de colores que provocan erecciones monstruosas. Bromas parte, todo suele tener una consecuencia positiva, si sabemos encontrarla. Y Dolores siempre me dejará su voz, su música, su vitalidad, su positivismo, su locura, su absoluta autenticidad. Y siempre nos quedará Badalona.
Sólo con acordarme se me eriza la piel y se me llena los ojos de lágrimas. Mi actual mujer, Elisenda, en mayo de 2010, me regaló para mi 25 cumpleaños unas entradas para ver en directo The Cranberries. No llevábamos ni un año juntos, pero ya me conocía más de lo que mucha gente me conoce. Nervioso, me dispuse a ir a ese concierto para disfrutar como nunca en mi vida. Siempre ha sido uno de los grupos favoritos, pero nunca lo había visto en directo y mis esperanzas se esfumaron cuando el grupo se separó. Quería escuchar el Zombie en directo. Quería ver a Dolores en directo cantando el Linger, el espectacular Free to Decide, el precioso You and Me, quería cantar con ella el Promises como si no hubiera un mañana. Y así fue. Se comió el escenario con patatas. Dolores, con esa electricidad que desprendía, con esa energía, con esas extravagancias que sólo un artista de verdad puede hacer, me hizo pasar una noche mágica. Recuerdo que hubo un momento en que se sobraron los zapatos y los tiró a tomar por culo. No shoes, decía a gritos. A la mierda. Y se pasó medio concierto descalza, dándolo todo, haciéndonos emocionar a todos los presentes. Para mí y para Elisenda siempre será un momento maravilloso, en el que conectamos mucho, en el que disfrutamos juntos, en el que nos emocionamos juntos. Dolores siempre formará parte de mi matrimonio. A Elisenda le debo una factura inasumible de momentos de felicidad que no podré pagar ni en mil años, pero ese momento lo recuerdo especialmente.
De hecho, en mi boda, después de que mi suegra, de manera absurda, le pidiera al deejay que pusiera el Dos Gardenias para mí como si fuera nuestra canción, y de que estuviera a punto de abandonar mi propia boda por semejante ultraje, sonó el You and Me. Y el primer baile de casado, el de verdad, sin gardenias ni mierdas, lo hice siguiendo la voz de Dolores:
“I'm not going out tonight 'cause I don't want to go
I am staying at home tonight 'cause I don't want to know
You revealed a world to me and I would never be
Dwelling in such happiness, your gift of purity
Eh-ee-oh, eh-ee-oh, eh-ee-oh, eh-ee-oh
Aahh, you and me it will always be
You and me Forever be,
Eternally it will always be you and me”
Así que no, yo no me sumo a las condolencias generales de personas que sólo se acuerdan de un artista cuando fallece. Yo no voy a llorar, ni voy a superar la pérdida. Voy a recordarte, siempre, descalza, saltando como una niña, cantando el Just my imagination. Voy a recordarte, siempre, con una sonrisa, con alegría, con vida, pues era eso lo que nos ofrecías. Era eso lo que querías para este mundo y lo que me recibí de ti en vida. Con eso me quedo. Ninguna pérdida lo es del todo y menos cuando dejas tu música como legado.
Y si hablamos de pérdida y sobre todo de la capacidad de aceptarla, no puedo sino referiros a una de sus canciones más paradigmáticas, que habla precisamente de esto. De aceptar el paso del tiempo, aceptar la pérdida, de entender que esta vida es un viaje. Escuchadla, merece la pena.
Hasta siempre, Dolores.