España necesita conocer mi opinión de mierda
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De repente, te invade una emoción incontrolable, un arrebato pasional, una imperiosa necesidad de hacerlo. Con rictus iracundo, tecleas. El teclado se resiente, pero es sólo un banal instrumento que da forma al contenido de tus recientes desvelos. Clic, clic, clic. La cosa puede ir de pocas palabras a varios párrafos, pero tiene que quedar bien clara. Alguien tenía que decirlo y lo va a decir. Si eres persona con cierta formación, revisas el escrito tras haberlo redactado, buscando incoherencias, fallos sintácticos o faltas de ortografía. Pese a las ganas que tienes que publicarlo, te refrenas y lo vuelves a leer. Perfecto. Es mi opinión. Y es cojonuda. Llegado a este punto, sólo queda apretar el gatillo: la publicas. La muestras al mundo. Da lo mismo si el objeto de la publicación, sea en esta o aquella red social, son las condiciones laborales de los sexadores de papagayos o la reciente sentencia judicial que condena a tal o cual político. Lo importante no es el qué, sino el quién. Yo, yo y yo. Nadie más.
Frente a ello, la buena de Ariadna Paniagua supo dar, ella sí, con la tecla apropiada. Supo ver desde fuera de este absoluto disparate que representan, en pleno 2019, todas las redes sociales –incluyendo a periódicos online, algunos blogs y, por supuesto, casi todas las radios y televisiones, que se han rebajado al nivel del subsuelo para ponerse a la altura de estas plataformas-. Y frente a nuestros tecleos de ordenador, clic, clic, clic, frente a nuestra indignación momentánea y perecedera, frente a nuestras absurdas discusiones y peleas de gallos, Ariadna canta, con su habitual gesto impasible, con su voz queda, inexpresiva: “Que no pase un día sin que des tu opinión de mierda”. Y todos reímos al escucharla. Cuánta razón tienen Los Punsetes con su canción. Aplausos.
El problema es que Ariadna no se refiere a ellos, o a él, sino a nosotros, o a ti. Se refiere a todos. Y es que los espejos no sólo reflejan a los demás, sino a cualquiera que se ponga frente a ellos. Es entonces cuando la canción, que puede resultar graciosa o simpática, cuando no políticamente incorrecta –“ha dicho la palabra mierda”, señalarán los ofendidos profesionales mientras se santiguan rezando al nuevo Dios secular del buenismo-, pasa a ser incómoda o incluso dolorosa. No se referirá a mí, ¿verdad? Dudamos. Miramos nuestras opiniones aquí y allí, comprobando si son una mierda y si, en efecto, no ha habido día en el que nos las hayamos ahorrado. Mierda, nos decimos, sin saber si ese epíteto es una simple exclamación por la verificación de un hecho o la más perfecta valoración de nuestras opiniones. Mierda.
Ego. Quizás, mejor que mierda, la palabra que mejor define nuestras opiniones en la red es ego. Vamos, que algunas, sino todas nuestras opiniones, son dejan de ser una manifestación de nuestro yo que pretende imponerse frente al de los demás. Pero es que, joder, yo tengo la razón. Eso no es ego, es una realidad. Y punto. Mirad, mirad lo que he dicho, mirad mis argumentos. Son intachables. Y es que mi bando, sea el que sea, nunca se equivoca, nunca hace nada en balde, nunca da puntada sin hilo, siendo yo uno de los más acérrimos defensores de las causas justas que enaltecen. ¿Por qué no me aplaudís? Hacedlo, joder. ¿A qué esperáis? “Todo lo que piensas es importante. Mejor que lo sueltes cuanto antes.”, sigue cantando Ariadna, sin haber movido ni una ceja frente a tu ego desbordado. Impasible el ademán frente al yo, yo y yo.
Pero, si lo pensamos bien, al final, en el fondo, en realidad, la opinión busca un refuerzo. Un apoyo. Un aplauso. Un like. Al cabo, cuando desnudamos al Rey, vemos que sólo es un hombre. Cuando desnudamos una opinión en la red, vemos que su objetivo, más allá del contenido, es la búsqueda de la aquiescencia pública, de que sabios e ignorantes asientan con la cabeza, de que tal o cual persona nos ponga su espada a nuestros pies. El ego se alimenta de otros egos. Sin embargo, es normal que eso ocurra, pues la gente no es tonta y sabe que tengo la razón. Yo no los busco a ellos, sino que ellos me buscan a mí, anhelando mi sabiduría y mi buen juicio. Mi criterio eléctrico que actúa como imán de voluntades. ¿Por qué no me dais like? Hacedlo. En el fondo deseáis pareceros a mí. Ariadna, mientras tanto, sigue: “España necesita conocer tu opinión de mierda”. Like, like y dislike. ¿Quién se ha atrevido a esto último? Me las pagará.
¿Y qué pasa contigo, Sergio? Pues lo mismo. La diferencia que quizás puede haber entre otras personas y yo no es que algunas de mis opiniones no estén fundamentadas en el ego ni que yo no busque un refuerzo en mis opiniones, sino en que yo soy perfectamente consciente de que, cuando canta Ariadna, también se refiere a mí. Porque sí, muchas de mis opiniones son de mierda. Nadie me las ha pedido, y a pesar de ello las doy. Nadie las necesita, pero yo las vierto sin tener eso en cuenta. Muchas veces tienen más que ver con mi ego que con el objeto de la opinión. Es cierto. Lo reconozco. E incluso este blog puede ser considerado, sin problema alguno, un blog de mierda. Y es que yo, Sergio, en ocasiones peco de arrogante. “Formas parte de ese noventa por ciento, de gente que se cree mejor que el resto.” me canta directamente Ariadna, mirándome a los ojos, sabiendo que le esquivaré la mirada.
El Rey desnudo paseándose frente a toda la Corte. Nadie dice nada, pero todo el mundo lo ve. Eso es lo que nos pasa en Internet. Pero lo peor no es eso, sino que, cuando un niño inocente le dice a ese Rey que se le ve la merienda, todos nos escandalizamos, lapidando al que tiene la osadía de decir las cosas como realmente son. Sin embargo, yo, aunque sea de los que han callado frente al Rey desnudo, no pienso dilapidar a Los Punsetes por señalar lo evidente, aunque me señalen a mí, no sólo a los demás. Al revés, entono el mea culpa, señalo al rey desnudo e intento hacer propósito de enmienda. Y este artículo de mierda quizás sirva para tal fin.
Dijo Julio Anguita, en una entrevista de hace muchos años, cuatro palabras que se me quedaron grabadas: “Programa, programa y programa”. ¿Qué quería decir con ello? Que no importa quién, sino qué. Da lo mismo si tal político o tal partido es ése o aquél; lo importante es si comparten un programa común. Dicho de otro modo, importan los argumentos, no quién los diga. Por ello, nuestras opiniones seguirán siendo una mierda mientras sean marionetas de nuestros egos y tengan bastardas intenciones. Sólo podrán ser opiniones a tener en cuenta si sus argumentos, sus razones, sus palabras, convencen racionalmente. Si convencemos y no sencillamente vencemos, que diría Miguel de Unamuno. Si la empatía se impone al ego.
Sólo entonces, y sólo quizás, Arianda podrá cambiar de canción.