El pene biónico y la diputada socialista
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Dos noticias. A veces, los artículos me los dan hechos, y es que la realidad está ahí, no siempre agazapada, sino casi siempre ante tus propias narices; si bien es cierto que la sobreinformación es tan enemiga del conocimiento como la ignorancia. La cuestión es saber acertar el tiro. Actuar como un francotirador, vamos. Y saber establecer los vínculos comparativos oportunos. Para ello, en esta ocasión, he recurrido a algo que normalmente me repugna, o me hastía más bien, que son los medios de comunicación generalistas, cuevas de manipulación y estupidez, pero que en el fondo nos dan las claves necesarias para entender, si no la verdad, las tendencias de nuestra disparatada civilización. No el qué, sino el cómo. Lo adjetivo, vamos; dejándonos lo sustantivo a nosotros.
Primera noticia: Henry, el primer robot sexual para mujeres, sale al mercado. En la noticia, que ha dado la vuelta al mundo, podemos observar que el robótico Enrique tiene un pene que erecta o se reduce en función de las necesidades de su poseedora, o poseedor, y que incluso te puede recitar una hermosa poesía mientras degustas su plástico pero atractivo y resultón cuerpo humanoide. Vamos, que sexo sí, pero con amor. “Oh, la boca mordida; oh, los besados miembros; oh, los hambrientos dientes; oh, los cuerpos trenzados”. Neruda redivivo en la mecánica boca de un pene a un exoesqueleto pegado. Muchos pensaréis, como yo, que para qué tanta ceremonia para pegarse una paja, pero en cosa de autosatisfacción, allá cada cual con dónde mete el miembro; o con lo que se mete dentro. Imagino que el lejano recuerdo del sonido de una chancla al correr te puede hacer gastarte 10.000,00 € en un robot polludo. No seré yo el que lo censure. Bendita evolución tecnológica, al cabo, que ha pasado del dulce sexo con frutas, ya sea plátano vaginal o coito con sandía, a usar un estafermo de falo inhiesto o un vulgar pero efectivo chocho en lata para la satisfacción del pubis.
En cualquiera de los casos, y más allá de la mera anécdota, me llamó la atención la noticia por la lucidez que entraña: al final, tanta tecnología queda sometida al instinto más animal. Años de estudio, hombros de gigantes, siglos de evolución convergen en un mismo punto, un mismo destino, un mismo puerto: el sexo. Todos los robots humanoides que hasta la fecha se han construido para otros propósitos están muy lejos de asemejarse a los robots sexuales, altamente sofisticados. Y es que quién coño quiere un nanorobot que pueda distinguir células sanas de células cancerígenas para sanar este tipo de enfermedad sin quimioterapia mientras pueda follarse a un moñeco con vaselina. Esto no es ni malo ni bueno, siempre que nos metamos la moral en un bolsillo o donde nos quepa. La reproducción es el máximo objetivo de cualquier ser vivo y el placer que proporciona es el mayor de los incentivos físicos que existen. Es un hecho, vamos. Internet, por ejemplo, es el máximo exponente en este terreno tecnosexual. Tanta vasta cultura a disposición de cualquiera que tenga acceso a un ordenador, tanta ciencia, tanta divulgación, conocimiento, posibilidades y capacidades quedan relegadas a ocupar un especio minoritario, residual, prácticamente insignificante en la red de redes frente a la pornografía. Te costará encontrar una copia en formato pdf de El Quijote, pero en una rápida búsqueda encontrarás vídeos pornográficos de enanos albinos con maduras, dilataciones anales extremas o el clásico que nunca falla: big black cock. Esto no es una queja, repito, sino un hecho.
Segunda noticia: la diputada más joven del Congreso de los diputados, una tal Andrea, que es abogada, castellanoleonesa y socialista, indica en una entrevista al periódico El Español que es abolicionista de la pornografía. Señala, asimismo, que “aquello con lo que nos excitamos también es político” y que, en cualquier caso, la pornografía tiene que estar regulada "porque allí se educan las manadas"; en referencia a aquellos orangutanes que violaron a una chica en Navarra. Lo dice sentada en una silla, con posición tranquila, controlando en todo momento su lenguaje no verbal, con buen vocabulario y un discurso trabajado. Convencida de sus ideas, vamos. Se nota que es persona inteligente, y eso me agrada, teniendo en cuenta la cantidad de necios y paparras (disculpadme la catalanada, pero la palabra garrapata me suena mejor en este idioma) que pueblan la Cámara; pero algo falla en su discurso. Suena viejo. No puede ser, pienso, que suene viejo algo que salga en la boca de una chica de 26 años. Una persona, en definitiva, que no está tan alejada de mi generación, utiliza tres conceptos que me horripilan: abolir, regular como sinónimo de prohibir, y elevar a la categoría de axioma que lo privado es público. Establece, asimismo, un vínculo entre la pornografía y unos macacos violadores cuando yo conozco a mucho aficionado a la pornografía pero a ningún violador. Casualidad, imagino. Algún cable se me suelta en la cabeza cuando la escucho, esperando que, en todo caso, el cable pelado sea el suyo y lo mío no pase del cortocircuito. Pero el cubo de Rubik se me desconfigura cuando escucho a Andrea, no puedo evitarlo.
Esta disparidad entre imagen y sonido, continente y contenido, me llama bastante la atención. En este caso, no aprecio lucidez, sino todo lo contrario: voluntarismo moral. Soy consciente que toda ideología tiene este componente informador, pues ningún proyecto público está desprovisto de voluntad ni es ajeno a la moral; pero los tres conceptos que he señalado anteriormente parecen, cuanto menos, muy alejados del progresismo que, supuestamente, constituye la finalidad principal del partido socialista español. Su teoría. Al cabo, estos mismos socialistas que ahora utilizan estos términos, abanderaban no hace mucho el prohibido prohibir, la libertad individual, religiosa y sexual, entre otros aspectos que yo comparto; que pretendían, al cabo, que lo público constituyera una salvaguarda frente al poder, no una herramienta del poder. De hecho, debemos retrotraernos casi medio siglo para encontrar prohibiciones a la pornografía y limitaciones morales públicas a la carnalidad ciudadana. Algo falla, ¿verdad? ¿Cómo puede estar de acuerdo el partido socialista con el franquismo sobre este particular?
Los fines. Claro. Si bien se pretende utilizar los mismos medios, los fines difieren. Ahora no es la moral católica la que debemos salvaguardar, sino la lucha contra un machismo que, aunque resulte inverosímil, es más virulento en pleno 2019 que en 1975 - cabe señalar que lo del PSOE no es feminismo académico, sino feminismo de tercera ola; y me referiré a ello como feminismo 3.0, para que no haya confusiones-. Sé que me diréis, personas críticas, que mismo daño le hacían a Dios dos gays follando en 1975 que le puede hacer al feminismo 3.0 un adolescente meneándose el calvo mientras observa con lascivia una orgía en la plataforma www.xvideos.com. No existe correlación; esto es, se quiebra la conditio sin equa nom. Sin embargo, no estamos hablando de fines concretos, sino generales, etéreos, presuntos, futuribles. Predictivos. Los dos homosexuales, en la intimidad de su alcoba, no le hacían daño a nadie, pero si se extendía la homosexualidad, la moral católica podría llegar a verse dañada, según su criterio religioso. Del mismo modo que ese pajero adolescente, que no le hace daño a nadie, podría llegar a ser un machista que sólo se excita viendo una mujer eyaculada por varios negros. O, en el peor de los casos, un violador. Cosa de tendencias sociales, ¿no?
Pues no. Si hay algo que nos ha enseñado la historia es que, pese a los siglos de persecución, asesinato, tortura y prohibición, siempre ha habido, hay y habrá homosexuales. Y que siguen sin hacerle ningún daño a nadie. A mí, al menos, ninguna feromona gay me ha penetrado por la noche para quebrar mi moral, aunque de católica tenga poco. Y no hace falta ser demasiado inteligente para saber, conocer, tener la certeza que la prohibición de la pornografía ni acabará con el machismo, ni acabará con la masturbación, ni por supuesto acabará con los violadores. Quizás esta chica tan joven no lo sabe o no ha tenido tiempo de leer lo que ocurría, no hace tanto, y sigue ocurriendo, en zonas de guerra: la soldadesca viola a toda mujer que encuentra, incluidos los soldados musulmanes, que no ven pornografía; como debería saber que antes de que los hermanos Lumiere inventaran el cinematógrafo, las violaciones eran cosa hecha, como las desviaciones sexuales más depravadas. ¿Hablamos de manadas? ¿Dónde se educó está gente?
Entonces, ¿qué es lo que ocurre? ¿Cinismo, ignorancia o ideología retroalimentada? Yo lo tengo muy claro. Algo muy sencillo de comprender, pero difícil de asimilar: la naturaleza es tozuda. La naturaleza nos lleva a Henry, nos guste o no, nos cuadre o no con nuestra ideología, que siempre pretenderá fútilmente pretender dar una respuesta total a problemáticas que no entiende. Siempre habrá homosexuales, porque es natural. Siempre habrá gente que se masturbe, mirando un vídeo, una revista o imaginándose en un harén turco. Y el feminismo es Henry, no prohibir la pornografía como pretende el feminismo 3.0. Que una mujer pueda tener el mismo acceso que un hombre a un robot sexual me parece un hecho que hace converger la ideología de la igualdad con la naturaleza del ser humano: a todos nos apetece de vez en cuando una buena paja. El sexo siempre se abrirá camino, pese a prohibiciones, pese a aboliciones, pese a que el Estado, Dios o quién cojones sea te mire desde un agujero en tu intimidad.
En definitiva, los medios no justifican los fines y mucho menos si los fines son erróneos o se fundamentan en bases anticientíficas, antihistóricas y antinaturales. Así que agradecería a Andrea que trate de no parecerse al franquismo en los medios y a las ideologías de trazo grueso en los fines. Si pudiera, le enviaría a Henry, aunque no lo necesite; pues podrá gozar de la tecnología sin pornografía, que al parecer es su máxima preocupación. Y podrá dejarnos a los demás, hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, hacernos una paja o follar sin que nadie nos llame violadores en potencia o pecadores nefandos.
Dicho lo cual, si me disculpáis, voy a ver algo de pornografía. Por si acaso no puedo mañana.