El alma de la Santa Casa
Ya sé que puede sonar a tópico, a manido lugar común, a leyenda de jubilado o incluso a argumento arrogante frente a cualquier comentario, pero hay que haberlo vivido para saber lo que se siente. La palabra, ya sea escrita u oral, cumple su objetivo de plasmar hechos, sentimientos y sensaciones de un modo muy preciso, sirve como puente entre lo que yo sé o siento y lo que quiero que sepas y sientas. Pero no es suficiente. Todos lo sabemos, en el fondo. Por mucho que detalles, con todo lujo de expresiones y palabras exactas, una experiencia vivida, nunca se acercará a haberla vivido en primera persona. Lo siento, pero si alguno de mis amigos me explica que ha echado el polvazo de su vida, no seré capaz de sentir el placer, el sabor, el olor, el tacto y la profunda mirada de su pareja sexual. Sólo él y su pareja lo experimentaron. Me haré una idea, sí. Compararé con mi experiencia. Sé como funciona, vamos. Pene y vagina en comunión. Valiente descripción.
También sé que hay personas más receptivas que otras en este asunto y que entenderán con mayor o menor acierto lo que quiero explicar. Al final, todo se reduce a nuestro propio perspectivismo vital, concepto acuñado por el filósofo Ortega y Gasset que yo siempre he negado intelectualmente pero que con el paso del tiempo he comprobado en mis propias carnes. Un makinero me entenderá mucho más que un fiestero cualquiera, y un fiestero cualquiera me entenderá mucho más que una persona que nunca ha sido de salir de fiesta. El nivel de comprensión va directamente relacionado con haber compartido experiencias. Con la tribu, vamos. Con esos locos que escuchan ruido y lo llaman música, que dicen por ahí.
Pero el hecho cierto es que, seas o no makinero, tienes que haberlo vivido. La verdad es que siento compasión por aquellas personas que no pudieron vivirlo, igual que deben sentir compasión de mí aquellos makineros salvajes de principios de los 90. Y es que imagino que todos tenemos nuestro tótem. Nuestro santuario. Nuestra Santa Casa.
Recuerdo que cuando era un mocoso, cuando me hablaban del Xque?, siempre pensaba que se referían a una sala con parquet. Sí, menuda bobada, soy consciente de ello, pero yo, en 1992, no tenía más que siete años, y a pesar de apuntar maneras melómanas, todavía no había encontrado mi camino. Con el tiempo, a mediados de 1995, descubrí la música makina. Aquella música se convirtió, de inmediato, en mi vida. Siempre ponía la radio buscando escuchar la “canción del silbidito”, que no era otra que el Streamline. De discotecas no conocía demasiado, aunque esa sala del parquet solía pronunciarse muy a menudo. Qué tendrá, pensaba. Qué pasará en esa discoteca. Una penumbra ocultaba esa realidad, una niebla maravillosa que te hacía soñar a tan tiernas edades con bailar, bailar y seguir bailando, como ya hacía en mi cuarto cuando nadie me veía. O sí, porque mi madre me pilló alguna vez, para mi sonrojo.
Pasaron muchos años hasta que conseguí descubrir qué se cocía en el interior del Xque? Hasta tanto, cintas, recopilatorios en cassette, historias de Internet y demás cubrían de manera insuficiente mi necesidad de descubrir por qué la llamaban la Santa Casa. Qué eran capaces de hacer Pastis y Buenri con su parroquia. Y es que bailar en tu habitación con el Xque? Compilation de 1998 está muy bien, pero le falta algo. Escuchar en tu discman, de camino al colegio, el mezclote del DJ Cumpli - Cumbase II con el DJ D-Sfase & Neuroti-k - Reactive vol 2, es una experiencia vivificadora, pero es un coitus interruptus. Llevar una pegata en la carpeta te hacía sentirte un makinero de pro, pero no dejaba de ser un símbolo vacío, hueco. Tenías que entrar, cruzar el umbral. Conocer de verdad.
Y entonces llegó el día. Puse rumbo a Calella de Palafrugell. Y, desde entonces, el alma de la Santa Casa forma parte indisoluble de la mía propia. No sería capaz de relatar en concreto todo lo que viví en su interior. Sólo tengo retazos, momentos, piezas de mi rompecabezas de felicidad. Recuerdos vívidos pero que se difuminan en una especie de episodio épico que, pasados tantos años, seguramente exagero, pero cuyo repaso no puede sino reportarme una sonrisa y, en ocasiones, una lágrima. Caer de rodillas en mitad de la pista durante el subidón del Da Edge – Wizardry; desgañitarme con el Xque? vol 6 – Jump Over The Moon como si mis cuerdas vocales no tuvieran que conocer un mañana; abrazarme con desconocidos al sonar una canción desconocida que producía sensaciones desconocidas; escuchar a DJ Ruboy cantando el Xque? vol 7 - Thank You como si estuviera viviendo el momento más romántico de mi vida; saltar hasta torcerme un tobillo delante de cabina con el Da Edge – I Believe; entrar en estado de éxtasis cuando petaba el segundo subidón del Marco Bailey – Scorpia; gastarme medio sueldo en merchandising y volver a mi casa con dos bolsas llenas de peluches, camisetas, pegatinas para el coche, sin tener coche, y vinilos, sin tener vinilo; fumarme un porro de hierba con Pastis a pachas después de una remember de infarto; salir corriendo, literalmente, del parking, al escuchar los primeros compases de Code 27 – Go to be better, dejando a un amigo moribundo en el coche; el habitual parkineo con una birra en la mano, que te hacían vaciar en el suelo los malditos porteros si te exponías demasiado a su campo de visión; comerse una pasta en la panadería que había en la primera rotonda de Palafrugell con todos los moraos liándola; conocer a Frank Traxx y llevarme un autógrafo en un vaso de cubata mientras sonaba el The Scotlands - On the mountain of highlands; perder la razón con el Xque? vol 4 – Maniacs; pasarme horas hablando con conocidos de Internet como si fueran mis hermanos; creer en que la makina había vuelto definitivamente al escuchar una mezcla sublime con el Rolo vs Kram – Reloaded; y, por supuesto, destrozar mi estómago con aquel aguarrás repugnante que servían en las barras pero que cumplía su objetivo: hacerte volar.
Todos esos recuerdos, y muchos más, no se pagan con dinero. Todas esas sensaciones, por mucho que os las pretendiera narrar, se tienen que vivir. Se tienen que sentir. Seguramente estaréis pensando, serás mamón, con la de veces que has criticado a discoteca, a sus dj’s residentes y a su tendencia durante los últimos años. Pero queridos amigos, sólo se odia lo que se quiere. Y tanta inquina era consecuencia de tanta decepción, de tantos sueños quebrados, de tanto desconcierto.
Por ello, pese a mis feroces críticas, pese a mis desvelos musicales, sólo me queda agradecer a todo el mundo que hizo posible esa discoteca. Por todo lo expuesto, este julio de 2016, habiendo transcurrido 9 años desde el cierre de la sala, sólo tengo palabras de elogio. Al final, cuando estemos en nuestro lecho de muerte, lo que nos hará sonreír antes de sumergirnos en la laguna Estigia, son aquellos recuerdos que atesoramos en lo más profundo de nuestro corazón. Y allí estará el Xque?
Gracias por todo, David. Gracias por cada sábado por la noche.
Y gracias por todo, David. Gracias por darme las estrellas.