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19.01.2017 12:18
Sobre el concepto de la amistad se ha escrito largo y tendido, y no considero tener el nivel de otros autores para pontificar sobre el asunto. Sólo diré que, para mí, es una de las cosas más importantes en esta vida, como lo puede ser el amor de una mujer o el calor de la familia. Somos animales sociales, al cabo, y necesitamos de esta interrelación con nuestros semejantes para sentirnos completos. Interrelación que, en cualquier caso, no resulta exclusiva de nuestra especie, sino que se extiende a otros animales con los que compartimos nuestra vida. Y resulta curioso, pero no encontraremos más fiel amistad que la que recibimos de aquellos animales a los que acogemos en nuestro nido. 
 
Los dimes y diretes de esta vida contemporánea que nos ha tocado en suerte, tan individualista, hipócrita, consumista y traicionera, han corroído en su mismo cimiento las interrelaciones humanas, otorgándole en ocasiones un significado baladí a la palabra amistad. No en vano, con el paso de los años, todo el mundo guarda en su petate muchas decepciones, y reserva su amistad, su verdadera amistad, para muy pocas personas. Acabas huyendo de ese concepto de amistad huero, vacío, vano, que sólo se refiere a un mero compartir intereses comunes en un momento concreto, y regresas al concepto primigenio. Y de ahí que, trascurrida la adolescencia y la juventud, se diga que amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano.
 
Sin embargo, esto no ocurre con aquellos animales que nos ofrecen, como un regalo, su amistad. En su caso, no hay diferentes conceptos, ni motivos ocultos, sino pura y simple fidelidad. No te decepcionan. Les importa un rábano la sociedad individualista, hipócrita, consumista y traicionera; sólo buscan tu cariño, tu compañía y sí, tu comida, que Dios dijo hermanos, pero no primos. Como único pero, pues siempre los hay, debemos señalar que para que esta amistad se desarrolle es preciso que haya rasgos comunes. Difícilmente podemos trabar amistad con un pez, una hormiga o incluso con un lagarto. Doy fe.
Un servidor no tuvo su primera mascota hasta los 11 años. Yo quería un perro, claro está, o un gato, o por lo menos un mamífero, pero me tuve que conformar con una tortuga. Los reptiles por lo general suelen ser animales poco comunicativos y, en el caso de una tortuga, que lleva consigo misma su propio refugio a cuestas, todavía menos, en tanto en cuanto a la que pretendía decirle cualquier cosa, escondía extremidades y cabeza a velocidades relativistas. Así que mi relación con ella, más allá de darle alguna mosca que conseguía cazar viva o dejarla pasear por el jardín de casa de mis padres, era nula, con caparazón de por medio. Me gustaban mucho los animales y concretamente los reptiles, aficionado como era y continúo siendo de los “lagartos terribles”, esto es, de los dinosaurios; pero no había empatía más allá de la que puedes tener sobre cualquier otro animal desconocido. Que sí, que la llamé Metralla (en deferencia a Xavi Metralla, os lo juro) y estaba pendiente de esa maldita tortuga, pero ni ella sentía el más mínimo respeto por mí, cosa que entiendo, ni yo sentía nada profundo hacia ella. Se la quedaron mis tíos cuando se hizo mayor y ya no cabía en el modesto acuario que tenía. Murió hace tiempo. Y me dio igual.
 
Con Metralla fuera de combate (da bum, tss), pasé varios años soñando con tener otra mascota. En casa de mis padres cualquier animal que ensuciara, pudiera ensuciar a nivel general o pudiera llegar a ensuciar en una circunstancia concreta estaba terminantemente prohibido. De nada servía que un servidor se comprometiera a cuidarse muy mucho de que el animal no causara el más mínimo estrago en la impoluta vivienda de mis padres. En ese caso, no era no, y estaba todo dicho. Pero, maldita sea mi calavera, yo siempre he sido hombre de poco respeto a la autoridad, algo apicarado y que tiende a buscar vericuetos para alcanzar sus objetivos; así que un verano, sin pensarlo más, adopté a una cobaya. Mi primer peludo. Con una sonrisa que no me cabía en el rostro y mi flemático roedor en su nueva y flamante jaula, me personé en casa de mis suegros y me hice una foto con esta pequeña cobaya para presentarla en sociedad: Carlos I de España y V de Alemania, de apellido Hevia, para darle más higaldía, si cabe, a su ilustre nombre. Pero claro, no todo fueron campanas al vuelo: Carlos, que pasó a llamarse Carlitos, y posteriormente Litus, era más enfermizo que el tataranieto del personaje al que le debía el nombre, Carlos II de España, el Hechizado, al que ya nos referimos en otro artículo.
Y fue aquí, queridos lectores, cuando empecé a descubrir lo que significa la amistad animal que antes he referido. Cuando empecé a sentir esa empatía singular. A las dos semanas de adoptarlo, fue prácticamente desahuciado, y casi que me dijeron que lo mejor sería dejarlo morir; pero yo, desolado, decidí que no iba a resignarme ni a quedarme de brazos cruzados. Compré pienso para pájaros, que es lo que me recomendaron a tal efecto, y me dediqué a darle ocho jeringuillazos de comida cada cuatro horas durante dos semanas. No sólo sobrevivió, sino que el muy perillán se volvió un glotón. Durante los cuatro años largos de su cómoda vida, pues vivía a cuerpo de Rey, nunca mejor dicho, estuvo a punto de estirar la pata hasta tres veces por una infección de pulmón, un resfriado y una rotura de dentadura, pero luchamos juntos para superar cualquier bache que se presentara. Y cada vez que recuerdo sus ronroneos de placer al acariciarlo, sus histéricos alaridos al escuchar que se abría una bolsa, contuviera acelgas o no, o su mirada tranquila, sosegada, de absoluta pachorra ante cualquier circunstancia, no puedo evitar sentir una sensación muy particular. Era mi amigo, no sólo una mascota que usaba para jugar un rato, como he visto en demasiadas ocasiones en otras personas. Era mi compañero. Mi colega. 
 
Aplicarle la eutanasia, o dormirlo, como se utiliza eufemísticamente en la jerga veterinaria, para quitarle trascendencia al asunto, fue una decisión que tuve que tomar de manera rápida, sin tiempo para arrepentimientos ni momento para lágrimas inoportunas. El pobre Litus se estaba muriendo, sufría mucho y yo lo veía en sus ojos. Yo no quería que se fuese, pero no era momento para egoísmos. Lo llevé a la veterinaria de madrugada, lo acaricié por última vez y le prometí, en un último compadreo entre amigos, que se iba al campo de las eternas acelgas, donde gozaría de su plato favorito para siempre. Y se fue.
 
La experiencia que tuve con Litus, como mi primera mascota mamífera, no la olvidaré nunca. Comprendí que la amistad que atesoras con tu mascota es algo muy singular. Irrompible. Y todo ello se deduce de esos momentos pequeños del día a día en los que siempre está contigo. No puedo evitar sonreír al pensar, por ejemplo, en el día en el que le compré un peluche en forma de conejo para evitar que copulara con los conejos de mi mujer, Sugus y Xela, pues era cobaya propensa al retozo y a la lujuria. No sirvió de nada: agradeció el detalle y se acurrucaba sobre el peluche, pero a la hora del furor púbico, buscaba carne fresca. No obstante, siempre me escuchaba, incluso cuando le decía que para esos menesteres le había comprado el conejo de peluche. Siempre me escuchaba, le dijera lo que me dijera, con su cara porcina de cobaya. Incluso cuando le dije esa estupidez, tan humana, de que tras la muerte gozaría de un campo de eternas acelgas.
Y entonces llegó Nymeria. Mi loca Nymeria. Doña Perruelo, como la llamo de manera cariñosa, pues en el fondo es toda una señorita. La encontramos temblorosa, delgada y sucia en un refugio para perros de Cunit. Lo primero que hizo al salir de su jaula fue sentarse a mi lado, así que podemos decir que fue amor a primera vista. Desde entonces, nuestra amistad y fidelidad es algo que no puede definirse con palabras. Hemos pasado de todo en los dos años largos que Nymeria lleva a mi lado, desde locura y felicidad a momentos de absoluta desazón; en concreto, el que pasamos cuando se nos escapó en las fiestas de Gracia y apareció con un corte mayúsculo en el lomo. Está un poco chiflada, pero imagino que no puedes estar de otro modo si vives con mi mujer y conmigo. O quizás el destino nos unió para que liáramos el pifostio juntos. No sé. Sólo sé que me proporciona una total satisfacción personal cada vez que muerde uno de sus tres cerdos chillones, que constituyen juguete y tortura al mismo tiempo; cada vez que entra en estado de locura al pronunciar la palabra “vamos”, al interpretar que salimos a la calle a hacer daño, que diría SFDK de Wifly; cada vez que me meto en la cama y se tumba a mi lado sólo por recibir su ración de caricias a cambio de calor y unos cuantos lametones; cada vez que corre como si no hubiera un mañana y luego regresa a buscarme, ladrando, como diciendo que qué cojones hago yendo tan lento; o su mirada de felicidad extrema cada vez que llego a casa tras un arduo día de trabajo.
Por eso, y por tantas cosas más que dejo en el tintero, o que no he vivido todavía, considero que la mejor amistad que puedes tener en esta perra vida, valga la expresión, es con un mamífero no humano. La más auténtica. La más real. En este caso, mi razonamiento se suma a mi experiencia, y puedo concluir en ese sentido sin miedo a equivocarme. Y por ello entiendo perfectamente el dolor que se siente al perder a uno de estos peludos. Y por ello siento un fervoroso odio cada vez que observo a gente disfrutando con la tortura de cualquier animal y un odio muy particular, visceral, sobre aquella gente que maltrata o mata a su perro. Si la inocencia tiene un nombre, es el de un perro, o un gato, o un conejo, o una cobaya. Son cabrones, sí, pero por instinto, no por placer; sólo el hombre disfruta de su maldad. 
 
Así las cosas, les dedico este artículo a todos esos locos peludos que alegran la vida de tantas personas. Esos locos peludos, siguiendo con el guiño a la canción de Joan Manuel Serrat, que a menudo se nos parecen, pero que son capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos. Esos locos peludos que, con su fiel compañía, con su amistad verdadera, hacen de este mundo decadente un lugar mejor.
14.01.2017 02:09
Al fin. Ya puedo decir, alto y claro, que vuelvo a estar plenamente operativo. Tras un año 2016 tortuoso, con traslado de piso, rotura fortuita de micrófono, tabla de mezclas con problemas técnicos irresolubles, falta de tiempo, polvo, cajas, podcast similares a un parto por cúmulos de circunstancias, ordenador totalmente saturado y otros pormenores que no vienen al caso, al fin, recorrida esta senda infestada de espino, he reconstruido mi estudio. Echando un vistazo a este último año, me viene a la cabeza una frase que solía decir mi profesor de música en aquél módulo medio de imagen y sonido que comencé a estudiar y no acabé por quiebra de la academia: cuando se crea un producto musical, su calidad de sonido es equivalente a la peor pieza de la cadena; esto es, de nada sirve que tengas los mejores instrumentos si, en toda la cadena de grabación, mezcla y reproducción, un componente falla o no tiene la calidad exigida. Algo así me ha pasado a mí. Cuando no era una cosa, era otra. Y cuando no era otra, era una. Pero eso se acabo. Al fin.
 
La guinda del pastel llegó ayer mismo por mensajería urgente: una nueva y flamante mesa de mezclas. Sí, es cierto, no es gran cosa, pero más que suficiente para mis objetivos. Vamos, si hasta tiene preescucha, herramienta utilísima en las grabaciones de mezclas a la que yo no había tenido acceso hasta ahora. Con la implementación de este nuevo elemento al estudio de grabación, como he dicho, vuelvo a estar operativo al 100%. Y cómo, pardiez.
 
Habida cuenta que no ha sido el único componente que he modificado desde 2014 -año en el que, artículo mediante, os presenté mi estudio de grabación detallando sus elementos esenciales-, aprovecho la llegada de mi nueva mesa de mezclas para realizar una nueva actualización, en la que aprovecharé, así mismo, para mostraros otras curiosidades de Granollers On Fire. Vamos a ello.
 
Sistema de altavoces compactos HP 2.1(BR386AA)
 
No es ningún secreto para cualquier persona que me conozca mínimamente que me fascinan los animales y que no tengo más mascotas porque mi economía, mi tiempo, mi espacio y la aversión a los lagartos de mi mujer no me lo permiten. Los conejos, por ejemplo, fueron las primeras mascotas que tuve tras mi independencia, y además de ser verdaderamente adorables, dan más compañía de la que parece. Pero son roedores. Y muy hijos de puta. Y a pesar de que tenerlos correteando por el despacho ofrece una imagen simpática, no es muy buena idea. El cableado de mi anterior equipo de sonido cayó víctima de las fauces de Sugus, mi conejo macho.
 
No obstante, el cambio fue a mejor. Este sistema de altavoces HP proporciona un sonido muy nítido y alcanza volúmenes que el anterior equipo de sonido no podía ni imaginar. Subwoofer inferior y dos altavoces superiores a ambos lados de la pantalla. Lo habitual, vamos. En definitiva, estoy muy contento con esta compra.
 
Micrófono Snowball Studio (2015)
 
No os podéis ni imaginar hasta qué punto me rebané los sesos para cambiar de micrófono. Uno de los elementos imprescindibles para mis podcast es el micrófono, pues de nada me serviría buscar canciones a máxima calidad, ajustar volúmenes, ecualización y todo lo que se os pase por la cabeza si cada vez que suena mi voz se escuchan sonidos de fondo, pops, estridencias u otros desagradables efectos secundarios de micrófonos de baja calidad. Pasé nada menos que tres años con mi antiguo AUDIX F50, que pese a todo me dio un gran rendimiento, por lo que la decisión de cambiarlo por otro micrófono era tarea minuciosa. Esencial.
 
Tras muchas vueltas y revueltas por Internet, y más dudas al final que al principio, como se acostumbra, topé con la marca estadounidense Blue Mic. La página web, moderna y accesible, me ofreció numerosos datos a analizar, tutoriales en vídeo, buen feedback por parte de compradores de todo el mundo y mucha seriedad. Dentro de la gama de micrófonos que disponen, y teniendo en cuenta mis posibilidades económicas, me decanté por los Snowballs. Un micrófono de diseño, realmente. Diferente. Y funcional. Una de las mejores características del Snowball Studio es la posibilidad de elegir la dirección de grabación, esto es, omnidireccional o unidireccional; vamos, que si eliges el modo unidireccional, evitas que otro sonido que no sea tu voz, que recibe el micrófono de frente, sea grabada en otras direcciones. Una maravilla.
 
Hercules DJ CONTROL Instinc S (Series 3) (2017)
 
Y aquí llega la joya de la Corona. Sí, ya me diréis que de qué demonios estoy hablando, si es la tabla más modesta que puedes encontrar en el mercado, pero como ya he dicho, para mis objetivos y necesidades cubre perfectamente su papel en esta suerte de obra de teatro. La preescucha ya me ha dado mis primeras alegrías, así como la tarjeta de sonido propia, así como el control táctil de los decks que permite, en función de la presión que ejerzas, usarlos como si de vinilos se tratase. Al final soy hombre de deseos pequeños. Y el genio Hercules suele concedérmelos.
 
Aquí os dejo, así mismo, una fotografía del estudio al completo. Para descanso mental de mi mujer, ya no compartimos despacho, sino que tengo mi propia cueva, lo cual me permite organizarme a mi gusto y deleite. Como veis, tengo mis particulares guardianes a cada uno de los lados de la pantalla: la diosa Ganesha y un velocirraptor. Ambos procuran que no me desvíe del recto camino que en su día tracé para Granollers On Fire, y a fe mía que lo consiguen. Por otro lado, veréis que bajo la pantalla hay un pequeño mando de color blanco con un círculo que describe cambios cromáticos: un controlador de leds. Con el objeto de darle al despacho un toque más psicodélico, o discotequero, he añadido alrededor de la mesa varias láminas de leds que, con la luz apagada, le dan una imagen verdaderamente soberbia y fiestera. Lo sé, tampoco es nada espectacular, sino avío de pobres, pero algo es algo, y más que nada.
 
Y aquí sentado, frente a esta pantalla, me encuentro ahora, redactando este artículo. Mientras escucho mi última píldora. Maquinando, nunca mejor dicho. Dispuesto a plantarle cara a este año 2017 con la espada fuera de la vaina.
Al fin. Ya puedo decir, alto y claro, que vuelvo a estar plenamente operativo. Tras un año 2016 tortuoso, con traslado de piso, rotura fortuita de micrófono, tabla de mezclas con problemas técnicos irresolubles, falta de tiempo, polvo, cajas, podcast similares a un parto por cúmulos de circunstancias, ordenador totalmente saturado y otros pormenores que no vienen al caso, al fin, recorrida esta senda infestada de espino, he reconstruido mi estudio. Echando un rápido repaso a las incontables pendencias de este último año, me viene a la cabeza una frase que solía decir mi profesor de música en aquél módulo medio de imagen y sonido que comencé a estudiar y no acabé por quiebra de la academia: "cuando se crea un producto musical, su calidad de sonido es equivalente a la peor pieza de la cadena"; esto es, de nada sirve que tengas los mejores instrumentos si, en toda la cadena de grabación, mezcla y reproducción, un componente falla o no tiene la calidad exigida: el resultado será equivalente al componente fallido o de calidad infausta. Algo así me ha pasado a mí. Cuando no era una cosa, era otra. Y cuando no era otra, era una. Pero eso se acabo. Al fin.
 
La guinda del pastel llegó ayer mismo por mensajería urgente: una nueva y flamante mesa de mezclas. Sí, es cierto, no es gran cosa, pero más que suficiente para mis objetivos. Vamos, si hasta tiene preescucha, herramienta utilísima en las grabaciones de mezclas a la que yo no había tenido acceso hasta ahora. Con la implementación de este nuevo elemento al estudio de grabación, como he dicho, vuelvo a estar operativo al 100%. Y cómo, pardiez.
 
Habida cuenta que no ha sido el único componente que he modificado desde 2014 -año en el que, artículo mediante, os presenté mi estudio de grabación detallando sus elementos esenciales-, aprovecho la llegada de mi nueva mesa de mezclas para realizar una nueva actualización, en la que aprovecharé, así mismo, para mostraros otras curiosidades de Granollers On Fire. Vamos a ello.
 
Sistema de altavoces compactos HP 2.1(BR386AA)
No es ningún secreto para cualquier persona que me conozca mínimamente el hecho de que me fascinan los animales y de que no tengo más mascotas porque mi economía, mi tiempo, mi espacio y la aversión a los lagartos de mi mujer no me lo permiten. Los conejos, por ejemplo, fueron las primeras mascotas que tuve tras mi independencia, y además de ser verdaderamente adorables, dan más compañía de la que parece. Pero son roedores. Y muy hijos de puta. Y a pesar de que tenerlos correteando por el despacho ofrece una imagen simpática, no es muy buena idea. El cableado de mi anterior equipo de sonido cayó víctima de las fauces de Sugus, mi conejo macho.
 
No obstante lo anterior, que me reportó un cabreo mayúsculo, el cambio fue a mejor. Este sistema de altavoces HP proporciona un sonido muy nítido y alcanza volúmenes que el anterior equipo de sonido no podía ni imaginar. Subwoofer inferior y dos altavoces superiores a ambos lados de la pantalla. Lo habitual, vamos. En definitiva, estoy muy contento con esta compra.
 
Micrófono Snowball Studio (2015)
No os podéis ni imaginar hasta qué punto me rebané los sesos para cambiar de micrófono. Uno de los elementos imprescindibles para mis podcast es el micrófono, pues de nada me serviría buscar canciones a máxima calidad, ajustar volúmenes, ecualización y todo lo que se os pase por la cabeza si cada vez que suena mi voz se escuchan sonidos de fondo, pops, estridencias u otros desagradables efectos secundarios de micrófonos de baja calidad. Pasé nada menos que tres años con mi antiguo AUDIX F50, que pese a todo me dio un gran rendimiento, por lo que la decisión de cambiarlo por otro micrófono era tarea minuciosa. Esencial.
 
Tras muchas vueltas y revueltas por Internet, y más dudas al final que al principio, como se acostumbra, topé con la marca estadounidense Blue Mic. La página web, moderna y accesible, me ofreció numerosos datos a analizar, tutoriales en vídeo, buen feedback por parte de compradores de todo el mundo y mucha seriedad. Dentro de la gama de micrófonos que disponen, y teniendo en cuenta mis posibilidades económicas, me decanté por los Snowballs. Un micrófono de diseño, realmente. Diferente. Y funcional. Una de las mejores características del Snowball Studio es la posibilidad de elegir la dirección de grabación, esto es, omnidireccional o unidireccional; vamos, que si eliges el modo unidireccional, evitas que otro sonido que no sea tu voz, que recibe el micrófono de frente, sea grabada en otras direcciones. Una maravilla.
 
Hercules DJ CONTROL Instinc S (Series 3) (2017)
Y aquí llega la joya de la Corona. Sí, ya sé que me diréis que de qué demonios estoy hablando, si es la tabla más modesta que puedes encontrar en el mercado, pero como ya he dicho, para mis objetivos y necesidades cubre perfectamente su papel en esta suerte de obra de teatro. La preescucha ya me ha dado mis primeras alegrías, así como la tarjeta de sonido propia; y ya no os cuento la virguería del control táctil de los decks -que permite, en función de la presión que ejerzas, usarlos como si de vinilos se tratase-. Al final soy hombre de deseos pequeños. Y el genio Hercules suele concedérmelos.
Aquí os dejo, así mismo, una fotografía del estudio al completo. Para descanso mental de mi mujer, ya no compartimos despacho, sino que tengo mi propia cueva, lo cual me permite organizarme a mi gusto y decorar a mi antojo. Como veis, tengo mis particulares guardianes a cada uno de los lados de la pantalla: la diosa Ganesha y un velocirraptor. Ambos procuran que no me desvíe del recto camino que en su día tracé para Granollers On Fire, y a fe mía que lo consiguen. Por otro lado, veréis que bajo la pantalla hay un pequeño mando de color blanco con un círculo que describe cambios cromáticos: un controlador de leds. Con el objeto de darle al despacho un toque más psicodélico, o discotequero, he añadido alrededor de la mesa varias láminas de leds que, con la luz apagada, le dan una imagen verdaderamente soberbia y fiestera a los mandos de mi nave radiofónica. Lo sé, tampoco es nada espectacular, sino avío de pobres, pero algo es algo, y más que nada.
 
Y aquí sentado, frente a esta pantalla, me encuentro ahora, redactando este artículo. Mientras escucho mi última píldora makinera. Maquinando, nunca mejor dicho. Dispuesto a plantarle cara a este año 2017 con la espada fuera de la vaina.

 

27.11.2016 14:26
Cualquiera que me conozca sabe que yo soy lo que se comúnmente se denomina como una criatura de discoteca. Este concepto engloba un amplio espectro de personajes de la noche, lo sé, y pudiera parecer que al referirme a mí mismo como una criatura de discoteca estuviera asumiendo ciertos lugares comunes de este tipo de salas, como es el consumo de drogas, los excesos o incluso algunos comportamientos reprobables, pero el hecho cierto es que yo no cumplo con más requisitos de criatura de discoteca que el mismo hecho de frecuentar este tipo de salas de baile. Desde los 16 años he pasado horas y horas encerrado en salas oscuras, con gente saltando y sudando a mi alrededor, y un discjockey mezclando música electrónica repetitiva. Es mi rollo y siempre lo ha sido. Un rollo que tiene más que ver con la música que con el ambiente, a decir verdad, por lo que, de haberme gustado otro tipo de música, seguramente sería otro tipo de criatura. Como habitúo a posicionarme habitualmente, todo es relativo en esta vida, y nuestra personalidad va creciendo en función de los gustos que tenemos en determinado momento. El perspectivismo.
 
Por ello, aunque sea una criatura de discoteca, podría haber sido perfectamente una criatura de concierto. La cosa variaría menos de lo que parece. Cambiamos sala por escenario; cambiamos tipología de drogas; cambiamos diskjoquey por grupo de música en directo; mantenemos gente sudando y saltando, pues el asunto continúa tratando de eso; y, voilà, nuestro apellido de criatura del leñor pasa de un estadío a otro en un periquete. Evidentemente, ambas situaciones personales no son excluyentes. Doy fe. Y es que esta criatura discotequera, ferviente adorador de la música electrónica, ha traspasado la inexistente pero siempre presente barrera entre estilos musicales y ha gozado cual gorrino en charca en algunos conciertos memorables. Y de estos conciertos, que no han sido pocos, algunos quedaron fijados en mi memoria –y en mi llavero, pues soy víctima habitual del merchandising-: The Cranberries, Depeche Mode y Queen.
¿Queen? ¿Has viajado en el tiempo, Sergio, o tienes 50 años y nos lo has ocultado? Pues ni lo uno, ni lo otro, aunque lo de viajar en el tiempo me gustaría mucho, os lo aseguro. La verdad es que el concierto al que tuve el placer de asistir este mismo año, para mi cumpleaños, gracias al genial regalo de mi mujer, fue interpretado por Queen, en efecto, pero sin Freddie Mercury. En su lugar, los miembros supervivientes de este mítico grupo de música han fichado a un tal Adam Lambert. Y he de reconocer que es un gran tipo. Sin ánimo de compararse con el gran Freddie Mercury, sino más bien postrado a sus pies, y con el objeto de rendirle homenaje en cada interpretación, consiguió que todo el Palau Sant Jordi consiguiera imbuirse de la magia de Queen. Es un personaje fabuloso que nos ofrece la posibilidad, junto con Brian May y Robert Taylor, de vivir en directo un concierto de Queen en pleno año 2016.
Mi primer contacto con este grupo, como no podría ser de otra manera, tiene que ver con alguien que, como Freddie Mercury, tenía un poblado bigote y que también se llamaba Freddie, o mejor dicho, Alfredo. Mi padre era un absoluto fan de este grupo. Recuerdo que, de pequeño, me quedaba bastante alucinado con una canción que sonaba de manera recurrente en mi casa y que empezaba con una especie de coros psicodélicos. Era rara. Mucho, de hecho. Me fascinaba, pero rompía mis esquemas. Es muy extraña esta canción, pensaba yo. "It is the real life", preguntaba la canción. "It’s just a fantasy", continuaba. Aunque lo que más gracia me hacía era cuando decía aquello de "mama, uh, uh, uh, uuuuh". Sin saberlo, desde mi más tierna infancia, conocí una de las canciones más perfectas que se han creado jamás: Bohemian Rapsody. Cada vez que la escucho, no puedo sino trasladarme a la antigua casa de mis padres, en el barrio de la Guinaueta de Barcelona, volver a tener cinco años y volver a disfrutar de su extravagancia musical mientras juego con dinosaurios o coches de juguete. Bendita infancia y maldita edad adulta. Sigo teniendo dinosaurios y sigo escuchando esta canción; pero mi maravillosa infancia se ha esfumado y mi padre ya no puede enseñarme la música de su juventud. La vida adulta no deja de ser un paraje desierto poblado por sueños rotos y recuerdos imborrables. 
Y no sólo se trata de esta espectacular canción, por supuesto. Recuerdo escuchar por primera vez el We are the Champions en unas colonias del colegio tras haber ganado una gincana. La canté como si no hubiera un mañana, aunque no entendía absolutamente nada más allá de la palabra champions. Mi nivel de inglés no es que haya mejorado mucho, pero en fin, al menos entiendo unas cuantas palabras más. Recuerdo, de manera vívida, cómo le gustaban a mi padre las películas de Los Inmortales, protagonizadas por el brutal Christopher Lambert. Y cómo lo flipábamos con la banda sonora compuesta por Queen, el épico Princess of the Universe. Glorioso. Y, bueno, qué puedo decir de la absolutamente míti ca canción dedicada a los Juegos Olímpicos de mi ciudad natal, Barcelona. Cada vez que escucho a Freddie Mercury nombrar a mi ciudad en esa canción, no puedo sino retrotraerme a las fuentes de Montjuic y volver a encontrarme de la mano de mi abuelo Carlos con los ojos abiertos como platos, totalmente extasiado frente a aquel espectáculo de color. Viviendo ese espectacular momento de la historia de mi tierra en mis propias carnes. Queen es mi infancia. Mi padre. Mis abuelos. Mi ciudad. Forma parte de mí como mis ojos, mis piernas o mi cerebro. La voz de Freddie Mercury ha cincelado lo más profundo de mi ser. 
 
Por otro lado, mi conocimiento de otras canciones, como el The show must go on o el Who wants to live forever tiene un origen más prosaico, y es que las descubrí a través de remixes makineros. El perspectivismo, como ya he comentado. Otras canciones las conocía de oídas, pero no sabían que eran obra de Queen, como el Crazy Little Thing Called Love o el Another One Bites the Dust, por lo que no hace tanto que las tengo localizadas. Y así podría seguir un buen rato con otras tantas canciones. A pesar de que se me suele imputar una verborrea prácticamente inacabable, hay sensaciones que no puedo expresar con palabras. Queen supera cualquiera de mis capacidades.
 
Sobre la historia y desarrollo de este grupo poco puedo deciros que no podáis averiguar a un golpe de click. Sin embargo, me apetece hablaros un poco sobre el bueno de Freddie y su inolvidable paso por Queen. Dedicarle este artículo a los tipos con bigote a los que la muerte se llevó demasiado pronto. Al final, de legado trata esta serie de artículos. Y pocos legados son tan inconmensurables como el de Freddie Mercury.
 
No hacía ni dos años que la II Guerra Mundial había acabado. El mundo estaba recuperándose de la guerra más desastrosa y brutal que la Humanidad había visto. La antigua y negligente Sociedad de Naciones creada en 1919 por Woodroh Wilson, 28º Presidente de los Estados Unidos, dejó paso a la creación de un órgano que continúa existiendo en la actualidad y que ha resultado ser mucho más competente en su objetivo: La Organización de las Naciones Unidas. Uno de los objetivos primigenios de la ONU fue la descolonización de las potencias europeas. Acabar con esta suerte de política internacional.
 
No obstante, esto no se produjo de la noche a la mañana. Bomi y Jer Bulsara eran de procedencia india, en concreto de la zona de Gujarat, y se trasladaron a Zanzíbar por cuestiones de trabajo. El Imperio Británico todavía controlaba medio mundo y eran bastante comunes estas olas migratorias entre sus territorios coloniales. Y bajo estas especiales circunstancias, en fecha 5 de septiembre de 1946, nacía el primogénito de  Bomi y Jer Bulsara, un tal Farrock Bulsara.
A la edad de 8 años, dejó su Zanzíbar natal y fue a Bombay a estudiar en compañía de su abuela. No tardó en mostrar sus dotes musicales, por lo que el Decano del internado en el que estudiaba envió una carta a sus padres solicitando que su hijo, al que empezaron a llamar Freedie sus compañeros de colegio, comenzara a dar clases de piano. Con la autorización de sus padres, Freddie comenzó con su aprendizaje musical e incluso participó como pianista en un grupo escolar que se llamaba The Hectics; eso sí, como pianista, no como solista.
 
Alcanzada la mayoría de edad, regresó a Zanzíbar junto con sus padres, pero tuvieron que huir casi de manera inmediata, pues la situación política en la región era extremadamente peligrosa. En aplicación de las directrices de la ONU, el Reino Unido había procedido a desocupar el archipiélago de Zanzíbar en 1963, que se constituyó en estado independiente bajo el gobierno del sultán árabe Jamshid bin Abdullah. La cosa no duró ni un año. Pocos meses después, estalló una revolución que derrocó al sultán y que sumió al joven país en el caos hasta que, por mediación del nuevo gobierno revolucionario, las regiones de Zanzíbar y Tanganica se unieron, constituyéndose en un único país: Tanzania. Como curiosidad, el nombre de Tanzania surge de la unión de la sílaba “Tan”, de Tanganica, y “Zan”, de Zanzíbar. Evidentemente, estas vicisitudes políticas y estas curiosidades morfológicas traían sin cuidado a la familia Bulsara, así que, como he dicho, huyeron de Zanzíbar y se mudaron a Middlesex, en Inglaterra. Se instalaron en la metrópoli de aquel Imperio británico en descomposición.
El caso es que, instalado en Inglaterra, estas cuestiones geopolíticas quedaron en un segundo plano. Durante estos primeros años, se dedicó a estudiar arte en la Escuela Politécnica de Isleworth y a trabajar de camarero en el aeropuerto de Heathrow, que seguramente conoceréis muy bien si habéis viajado a Londres, como yo, de manera económica. Gracias a sus excelentes calificaciones, consiguió ingresar en la Escuela de Arte Earling de Londres, donde se diplomó con honores. En aquella época, comenzó a tener contacto con un tal Brian May, guitarrista, y un tal Roger Taylor, batería, a través de un compañero de academia. Tras varios intentos frustrados con grupos como Ibex o Smile, en el año 1970, Freedie Bulsara, Brian May y Roger Taylor decidieron crear un nuevo grupo. Se barajaron diversos nombres para el grupo, como Grand Dance o The Rich Kids, pero finalmente, a propuesta de Freddie, y pese a las reticencias de Brian May, adoptaron el nombre de Queen.
El mismo Freddie Mercury, en una entrevista, explicó el origen del nombre del grupo: “Yo pensé el nombre Queen. Es sólo un nombre, pero obviamente es muy real y suena espléndido. Es un nombre fuerte, muy universal e inmediato. Visualmente tenía mucho potencial y estaba abierto a toda clase de interpretaciones. Yo era consciente de las connotaciones gay, pero era tan solo una de sus facetas.” De hecho, las connotaciones gay no iban desencaminadas, pues otra entrevista concedida en el año 1974, Freddie reconoció su condición sexual, asegurando que era tan gay como un narciso. Un hecho muy valiente, teniendo en cuenta que ello le granjeó numerosos detractores. Pero él era demasiado grande para que le importara lo que opinaran de él. Él era él y punto. Con quien se acostara o dejara de acostarse era lo de menos.
 
De hecho, a pesar de que él nunca lo reconoció de manera explícita, la espectacular y paradigmática canción de Bohemian Rapsody, según Roger Taylor, estaba basada en el propio Freddie Mercury. En su propia vida y sus propios sentimientos, mucho más complejos de lo que aparentaban. Todo son interpretaciones, en efecto, pero hay quien opina que cuando Freddie, en esta canción, canta “Mama / Just killed a man / Put a gun against his head / Pulled my trigger, now he's dead” se refiere a que él mismo, al reconocer que era homosexual y aceptarse tal y como era, mató al antiguo Freddie Mercury. Sin embargo, en una de las estrofas más repetidas en las seis secciones independientes que configuran esta mítica canción, Freddie reconoce la propia insignificancia de lo que pretende decirnos: “Any way the wind blows / Doesn't really matter to me”. No se creía más ni mejor que nadie. Sólo él mismo.
 
En cualquier caso, Queen ya era un hecho. Tenían nombre, tenían componentes y tenían, en concreto, la atrayente y eléctrica personalidad de Freddie, que por cierto, continuaba apellidándose Bulsara. Era el apellido de sus padres, a los que amaba con toda su alma, pero quería proyectar fuerza en su nuevo proyecto musical, quería crear algo distinto. Algo poderoso. Se dice que su apellido artístico lo adoptó en honor al Dios griego Mercurio, pero él mismo reconoció que lo adoptó en honor a su madre. En cualquier caso, su nombre artístico tenía poder, como quería. Aunque estoy seguro de que, en ese momento, ni imaginaba todo lo que estaba por venir.
 
La creatividad de Freddie Mercury en este momento fundacional, así mismo, no se limitó al nombre del grupo y a su propio nombre artístico, sino que incluyó la creación del logo de la banda. Su vertiente artística parecía no conocer límites. Basándose en el escudo de armas de Gran Bretaña, comenzó a dibujar un esbozo, casi garabateado, que más tarde incluiría en el primer álbum de Queen. Dejó volar su imaginación: Dibujó una gran Q en el centro del logo, que representaba la primera letra del nombre del grupo. Dos leones sujetaban la letra Q a ambos lados, encuadrándola, representando a Roger Taylor y John Deacon por mediación de su signo del zodiaco, Leo. Un cangrejo en llamas culminaba la letra Q, representando a Brian May por mediación, igualmente, de su signo del zodiaco, Cáncer. Finalizaba la representación astrológica del grupo con dos hadas que, a ambos lados, bajo los leones rampantes, le simbolizaban a él, Virgo. Evidentemente, llamándose Queen, no podía faltar una corona, que en posicionó en el centro de la Q. Cerraba la escena un ave fénix que recogía, bajo su égida, con las alas abiertas, a toda la composición; quizás representando la inmortalidad que, en efecto, consiguieron con su música.
Su álbum debut, de nombre homónimo al de grupo, y grabado en el estudio de Trident Records, se puso a disposición del gran público en verano de 1973. Su limitado éxito no debe omitir su importancia. Permitió que se posicionaran como grupo revelación, aunque todavía estaban encontrando su sonido. Realizaron algunas giras y, al ver que había gente congregada a su alrededor, al constatar que empezaban a gustar al público británico, se metieron de nuevo en el estudio de grabación. Dispuestos a mejorarse.
 
Como en el primer álbum de Queen, Freddie fue el compositor dominante. De hecho, cinco de las diez canciones del primer álbum fueron suyas, y lo mismo ocurrió con su segundo álbum, llamado Queen II, que salió al mercado a principios de 1974. Recibió muy malas críticas, por lo que he estado leyendo, pero ellos estaban satisfechos de su trabajo. Como dijo el mismo Roger Taylor: “De inmediato tuvimos malas críticas, entonces me fui a la casa a escucharlo de nuevo y pensé: ¿Dios, estarán ellos en lo cierto? Pero después de escucharlo algunas semanas después aún me gustaba. Yo creo que es bueno. Y seguiremos ese estilo.”. Al final, si un grupo no cree en sí mismo, ya pueden elogiarte o criticarte masivamente, que perderás tu esencia rápidamente. Esto no le iba a ocurrir a Queen, pese a sus moderados inicios. Los componentes del grupo confiaban ciegamente en su referente musical, el mismo Freddie Mercury.
 
Y entonces, a finales de 1974, llegó Sheer Heart Attack, su tercer álbum, y comenzó el ascenso a la estratosfera. La canción de Killer Queen, la más conocida de este tercer álbum, ascendió en las listas británicas hasta alcanzar la segunda posición. Queen por fin encontraba su sonido. Y arriesgaba. Freddie Mercury, sobre dicha canción, dijo lo siguiente: “Estamos muy orgullosos de esta canción. Era tan sólo uno de los temas que escribimos para el álbum, no fue compuesto para ser un sencillo. Simplemente, escribí unas cuantas canciones para Sheer Heart Attack y cuando acabé de escribirla y grabarla, descubrimos que era un sencillo muy potente. Realmente lo era. Por entonces, era algo muy impropio de Queen. Fue otro riesgo que asumimos, pero, ¿sabes?, cada riesgo que asumimos hasta entonces nos dio buenos resultados. (…) Bueno, de hecho, escribí 'Killer Queen' en una noche. No es por presumir, pero creo que es la canción que más encaja con el álbum (…). Siento que en cada canción debo dar todo, no ser autoindulgente, pero con 'Killer Queen' sucedió que empecé a escribirla un sábado a la noche y a la mañana siguiente seguí trabajando y ya la tenía. Fue genial. Algunas canciones vienen solas, pero otras hay que irlas a buscar. Como banda, somos bastante particulares. No conocemos las medias tintas, soy muy duro conmigo mismo. Si creo que una canción no es adecuada, entonces la descarto. Soy muy delicado y complicado, como esta canción.”
La leyenda comenzaba a formarse…
La leyenda comenzaba a formarse…Cualquiera que me conozca sabe que yo soy lo que se comúnmente se denomina como una criatura de discoteca. Este concepto engloba un amplio espectro de personajes de la noche, lo sé, y pudiera parecer que al referirme a mí mismo como una criatura de discoteca estuviera asumiendo ciertos lugares comunes de este tipo de salas, como es el consumo de drogas, los excesos o incluso algunos comportamientos reprobables, pero el hecho cierto es que yo no cumplo con más requisitos de criatura de discoteca que el mismo hecho de frecuentar este tipo de salas de baile. Desde los 16 años he pasado horas y horas encerrado en salas oscuras, con gente saltando y sudando a mi alrededor, y un discjockey mezclando música electrónica repetitiva. Es mi rollo y siempre lo ha sido. Un rollo que tiene más que ver con la música que con el ambiente, a decir verdad, por lo que, de haberme gustado otro tipo de música, seguramente sería otro tipo de criatura. Como habitúo a posicionarme habitualmente, todo es relativo en esta vida, y  nuestra personalidad va creciendo en función de los gustos que tenemos en determinado momento. El perspectivismo.
 
Por ello, aunque sea una criatura de discoteca, podría haber sido perfectamente una criatura de concierto. La cosa variaría menos de lo que parece. Cambiamos sala por escenario; cambiamos tipología de drogas; cambiamos diskjoquey por grupo de música en directo; mantenemos gente sudando y saltando, pues el asunto continúa tratando de eso; y, voilà, nuestro apellido de criatura del leñor pasa de un estadío a otro en un periquete. Evidentemente, ambas situaciones personales no son excluyentes. Doy fe. Y es que esta criatura discotequera, ferviente adorador de la música electrónica, ha traspasado la inexistente pero siempre presente barrera entre estilos musicales y ha gozado cual gorrino en charca en algunos conciertos memorables. Y de estos conciertos, que no han sido pocos, algunos quedaron fijados en mi memoria –y en mi llavero, pues soy víctima habitual del merchandising-: The Cranberries, Depeche Mode y Queen.
 
¿Queen? ¿Has viajado en el tiempo, Sergio, o tienes 50 años y nos lo has ocultado? Pues ni lo uno, ni lo otro, aunque lo de viajar en el tiempo me gustaría mucho, os lo aseguro. La verdad es que el concierto al que tuve el placer de asistir este mismo año, para mi cumpleaños, gracias al genial regalo de mi mujer, fue interpretado por Queen, en efecto, pero sin Freddie Mercury. En su lugar, los miembros supervivientes de este mítico grupo de música han fichado a un tal Adam Lambert. Y he de reconocer que es un gran tipo. Sin ánimo de compararse con el gran Freddie Mercury, sino más bien postrado a sus pies, y con el objeto de rendirle homenaje en cada interpretación, consiguió que todo el Palau Sant Jordi consiguiera imbuirse de la magia de Queen. Es un personaje fabuloso que nos ofrece la posibilidad, junto con Brian May y Robert Taylor, de vivir en directo un concierto de Queen en pleno año 2016.
 
Mi primer contacto con este grupo, como no podría ser de otra manera, tiene que ver con alguien que, como Freddie Mercury, tenía un poblado bigote y que también se llamaba Freddie, o mejor dicho, Alfredo. Mi padre era un absoluto fan de este grupo. Recuerdo que, de pequeño, me quedaba bastante alucinado con una canción que sonaba de manera recurrente en mi casa y que empezaba con una especie de coros psicodélicos. Era rara. Mucho, de hecho. Me fascinaba, pero rompía mis esquemas. Es muy extraña esta canción, pensaba yo. It is the real life, preguntaba la canción. It’s just a fantasy, continuaba. Aunque lo que más gracia me hacía era cuando decía aquello de mama, uh, uh, uh, uuuuh. Sin saberlo, desde mi más tierna infancia, conocí una de las canciones más perfectas que se han creado jamás: Bohemian Rapsody. Cada vez que la escucho, no puedo sino trasladarme a la antigua casa de mis padres, en el barrio de la Guinaueta de Barcelona, volver a tener cinco años y volver a disfrutar de su extravagancia musical  mientras juego con dinosaurios o coches de juguete. Bendita infancia y maldita edad adulta. Sigo teniendo dinosaurios y sigo escuchando esta canción; pero mi maravillosa infancia se ha esfumado y mi padre ya no puede enseñarme la música de su juventud. La vida adulta no deja de ser un paraje desierto poblado por sueños rotos y recuerdos imborrables. 
 
Y no sólo se trata de esta espectacular canción, por supuesto. Recuerdo escuchar por primera vez el We are the Champions en unas colonias del colegio tras haber ganado una gincana. La canté como si no hubiera un mañana, aunque no entendía absolutamente nada más allá de la palabra champions. Mi nivel de inglés no es que haya mejorado mucho, pero en fin, al menos entiendo unas cuantas palabras más. Recuerdo, de manera vívida, cómo le gustaban a mi padre las películas de Los Inmortales, protagonizadas por el brutal Christopher Lambert. Y cómo lo flipábamos con la banda sonora compuesta por Queen, el épico Princess of the Universe. Glorioso. Y, bueno, qué puedo decir de la absolutamente mítica canción dedicada a los Juegos Olímpicos de mi ciudad natal, Barcelona. Cada vez que escucho a Freddie Mercury nombrar a mi ciudad en esa canción, no puedo sino retrotraerme a las fuentes de Montjuic y volver a encontrarme de la mano de mi abuelo Carlos con los ojos abiertos como platos, totalmente extasiado frente a aquel espectáculo de color. Viviendo ese espectacular momento de la historia de mi tierra en mis propias carnes. Queen es mi infancia. Mi padre. Mis abuelos. Mi ciudad. Forma parte de mí como mis ojos, mis piernas o mi cerebro. La voz de Freddie Mercury ha cincelado lo más profundo de mi ser. 
 
Por otro lado, mi conocimiento de otras canciones, como el The show must go on o el Who wants to live forever tiene un origen más prosaico, y es que las descubrí a través de remixes makineros. El perspectivismo, como ya he comentado. Otras canciones las conocía de oídas, pero no sabían que eran obra de Queen, como el Crazy Little Thing Called Love o el Another One Bites the Dust, por lo que no hace tanto que las tengo localizadas. Y así podría seguir un buen rato con otras tantas canciones. A pesar de que se me suele imputar una verborrea prácticamente inacabable, hay sensaciones que no puedo expresar con palabras. Queen supera cualquiera de mis capacidades.
 
Sobre la historia y desarrollo de este grupo poco puedo deciros que no podáis averiguar a un golpe de click. Sin embargo, me apetece hablaros un poco sobre el bueno de Freddie y su inolvidable paso por Queen. Dedicarle este artículo a los tipos con bigote a los que la muerte se llevó demasiado pronto. Al final, de legado trata esta serie de artículos. Y pocos legados son tan inconmensurables como el de Freddie Mercury.
 
No hacía ni dos años que la II Guerra Mundial había acabado. El mundo estaba recuperándose de la guerra más desastrosa y brutal que la Humanidad había visto. La antigua y negligente Sociedad de Naciones creada en 1919 por Woodroh Wilson, 28º Presidente de los Estados Unidos, dejó paso a la creación de un órgano que continúa existiendo en la actualidad y que ha resultado ser mucho más competente en su objetivo: La Organización de las Naciones Unidas. Uno de los objetivos primigenios de la ONU fue la descolonización de las potencias europeas. Acabar con esta suerte de política internacional.
 
No obstante, esto no se produjo de la noche a la mañana. Bomi y Jer Bulsara eran de procedencia india, en concreto de la zona de Gujarat, y se trasladaron a Zanzíbar por cuestiones de trabajo. El Imperio Británico todavía controlaba medio mundo y eran bastante comunes estas olas migratorias entre sus territorios coloniales. Y bajo estas especiales circunstancias, en fecha 5 de septiembre de 1946, nacía el primogénito de  Bomi y Jer Bulsara, un tal Farrock Bulsara.
 
A la edad de 8 años, dejó su Zanzíbar natal y fue a Bombay a estudiar en compañía de su abuela. No tardó en mostrar sus dotes musicales, por lo que el Decano del internado en el que estudiaba envió una carta a sus padres solicitando que su hijo, al que empezaron a llamar Freedie sus compañeros de colegio, comenzara a dar clases de piano. Con la autorización de sus padres, Freddie comenzó con su aprendizaje musical e incluso participó como pianista en un grupo escolar que se llamaba The Hectics; eso sí, como pianista, no como solista.
 
Alcanzada la mayoría de edad, regresó a Zanzíbar junto con sus padres, pero tuvieron que huir casi de manera inmediata, pues la situación política en la región era extremadamente peligrosa. En aplicación de las directrices de la ONU, el Reino Unido había procedido a desocupar el archipiélago de Zanzíbar en 1963, que se constituyó en estado independiente bajo el gobierno del sultán árabe Jamshid bin Abdullah. La cosa no duró ni un año. Pocos meses después, estalló una revolución que derrocó al sultán y que sumió al joven país en el caos hasta que, por mediación del nuevo gobierno revolucionario, las regiones de Zanzíbar y Tanganica se unieron, constituyéndose en un único país: Tanzania. Como curiosidad, el nombre de Tanzania surge de la unión de la sílaba “Tan”, de Tanganica, y “Zan”, de Zanzíbar. Evidentemente, estas vicisitudes políticas y estas curiosidades morfológicas traían sin cuidado a la familia Bulsara, así que, como he dicho, huyeron de Zanzíbar y se mudaron a Middlesex, en Inglaterra. Se instalaron en la metrópoli de aquel Imperio británico en descomposición.
 
El caso es que, instalado en Inglaterra, estas cuestiones geopolíticas quedaron en un segundo plano. Durante estos primeros años, se dedicó a estudiar arte en la Escuela Politécnica de Isleworth y a trabajar de camarero en el aeropuerto de Heathrow, que seguramente conoceréis muy bien si habéis viajado a Londres, como yo, de manera económica. Gracias a sus excelentes calificaciones, consiguió ingresar en la Escuela de Arte Earling de Londres, donde se diplomó con honores. En aquella época, comenzó a tener contacto con un tal Brian May, guitarrista, y un tal Roger Taylor, batería, a través de un compañero de academia. Tras varios intentos frustrados con grupos como Ibex o Smile, en el año 1970, Freedie Bulsara, Brian May y Roger Taylor decidieron crear un nuevo grupo. Se barajaron diversos nombres para el grupo, como Grand Dance o The Rich Kids, pero finalmente, a propuesta de Freddie, y pese a las reticencias de Brian May, adoptaron el nombre de Queen.
 
El mismo Freddie Mercury, en una entrevista, explicó el origen del nombre del grupo: “Yo pensé el nombre Queen. Es sólo un nombre, pero obviamente es muy real y suena espléndido. Es un nombre fuerte, muy universal e inmediato. Visualmente tenía mucho potencial y estaba abierto a toda clase de interpretaciones. Yo era consciente de las connotaciones gay, pero era tan solo una de sus facetas.” De hecho, las connotaciones gay no iban desencaminadas, pues otra entrevista concedida en el año 1974, Freddie reconoció su condición sexual, asegurando que era tan gay como un narciso. Un hecho muy valiente, teniendo en cuenta que ello le granjeó numerosos detractores. Pero él era demasiado grande para que le importara lo que opinaran de él. Él era él y punto. Con quien se acostara o dejara de acostarse era lo de menos.
 
De hecho, a pesar de que él nunca lo reconoció de manera explícita, la espectacular y paradigmática canción de Bohemian Rapsody, según Roger Taylor, estaba basada en el propio Freddie Mercury. En su propia vida y sus propios sentimientos, mucho más complejos de lo que aparentaban. Todo son interpretaciones, en efecto, pero hay quien opina que cuando Freddie, en esta canción, canta “Mama / Just killed a man / Put a gun against his head / Pulled my trigger, now he's dead” se refiere a que él mismo, al reconocer que era homosexual y aceptarse tal y como era, mató al antiguo Freddie Mercury. Sin embargo, en una de las estrofas más repetidas en las seis secciones independientes que configuran esta mítica canción, Freddie reconoce la propia insignificancia de lo que pretende decirnos: “Any way the wind blows / Doesn't really matter to me”. No se creía más ni mejor que nadie. Sólo él mismo.
 
En cualquier caso, Queen ya era un hecho. Tenían nombre, tenían componentes y tenían, en concreto, la atrayente y eléctrica personalidad de Freddie, que por cierto, continuaba apellidándose Bulsara. Era el apellido de sus padres, a los que amaba con toda su alma, pero quería proyectar fuerza en su nuevo proyecto musical, quería crear algo distinto. Algo poderoso. Se dice que su apellido artístico lo adoptó en honor al Dios griego Mercurio, pero él mismo reconoció que lo adoptó en honor a su madre. En cualquier caso, su nombre artístico tenía poder, como quería. Aunque estoy seguro de que, en ese momento, ni imaginaba todo lo que estaba por venir.
 
La creatividad de Freddie Mercury en este momento fundacional, así mismo, no se limitó al nombre del grupo y a su propio nombre artístico, sino que incluyó la creación del logo de la banda. Su vertiente artística parecía no conocer límites. Basándose en el escudo de armas de Gran Bretaña, comenzó a dibujar un esbozo, casi garabateado, que más tarde incluiría en el primer álbum de Queen. Dejó volar su imaginación: Dibujó una gran Q en el centro del logo, que representaba la primera letra del nombre del grupo. Dos leones sujetaban la letra Q a ambos lados, encuadrándola, representando a Roger Taylor y John Deacon por mediación de su signo del zodiaco, Leo. Un cangrejo en llamas culminaba la letra Q, representando a Brian May por mediación, igualmente, de su signo del zodiaco, Cáncer. Finalizaba la representación astrológica del grupo con dos hadas que, a ambos lados, bajo los leones rampantes, le simbolizaban a él, Virgo. Evidentemente, llamándose Queen, no podía faltar una corona, que en posicionó en el centro de la Q. Cerraba la escena un ave fénix que recogía, bajo su égida, con las alas abiertas, a toda la composición; quizás representando la inmortalidad que, en efecto, consiguieron con su música.
 
Su álbum debut, de nombre homónimo al de grupo, y grabado en el estudio de Trident Records, se puso a disposición del gran público en verano de 1973. Su limitado éxito no debe omitir su importancia. Permitió que se posicionaran como grupo revelación, aunque todavía estaban encontrando su sonido. Realizaron algunas giras y, al ver que había gente congregada a su alrededor, al constatar que empezaban a gustar al público británico, se metieron de nuevo en el estudio de grabación. Dispuestos a mejorarse.
 
Como en el primer álbum de Queen, Freddie fue el compositor dominante. De hecho, cinco de las diez canciones del primer álbum fueron suyas, y lo mismo ocurrió con su segundo álbum, llamado Queen II, que salió al mercado a principios de 1974. Recibió muy malas críticas, por lo que he estado leyendo, pero ellos estaban satisfechos de su trabajo. Como dijo el mismo Roger Taylor: “De inmediato tuvimos malas críticas, entonces me fui a la casa a escucharlo de nuevo y pensé: ¿Dios, estarán ellos en lo cierto? Pero después de escucharlo algunas semanas después aún me gustaba. Yo creo que es bueno. Y seguiremos ese estilo.”. Al final, si un grupo no cree en sí mismo, ya pueden elogiarte o criticarte masivamente, que perderás tu esencia rápidamente. Esto no le iba a ocurrir a Queen, pese a sus moderados inicios. Los componentes del grupo confiaban ciegamente en su referente musical, el mismo Freddie Mercury.
 
Y entonces, a finales de 1974, llegó Sheer Heart Attack, su tercer álbum, y comenzó el ascenso a la estratosfera. La canción de Killer Queen, la más conocida de este tercer álbum, ascendió en las listas británicas hasta alcanzar la segunda posición. Queen por fin encontraba su sonido. Y arriesgaba. Freddie Mercury, sobre dicha canción, dijo lo siguiente: “Estamos muy orgullosos de esta canción. Era tan sólo uno de los temas que escribimos para el álbum, no fue compuesto para ser un sencillo. Simplemente, escribí unas cuantas canciones para Sheer Heart Attack y cuando acabé de escribirla y grabarla, descubrimos que era un sencillo muy potente. Realmente lo era. Por entonces, era algo muy impropio de Queen. Fue otro riesgo que asumimos, pero, ¿sabes?, cada riesgo que asumimos hasta entonces nos dio buenos resultados. (…) Bueno, de hecho, escribí 'Killer Queen' en una noche. No es por presumir, pero creo que es la canción que más encaja con el álbum (…). Siento que en cada canción debo dar todo, no ser autoindulgente, pero con 'Killer Queen' sucedió que empecé a escribirla un sábado a la noche y a la mañana siguiente seguí trabajando y ya la tenía. Fue genial. Algunas canciones vienen solas, pero otras hay que irlas a buscar. Como banda, somos bastante particulares. No conocemos las medias tintas, soy muy duro conmigo mismo. Si creo que una canción no es adecuada, entonces la descarto. Soy muy delicado y complicado, como esta canción.”
 
La leyenda comenzaba a formarse…Cualquiera que me conozca sabe que yo soy lo que se comúnmente se denomina como una criatura de discoteca. Este concepto engloba un amplio espectro de personajes de la noche, lo sé, y pudiera parecer que al referirme a mí mismo como una criatura de discoteca estuviera asumiendo ciertos lugares comunes de este tipo de salas, como es el consumo de drogas, los excesos o incluso algunos comportamientos reprobables, pero el hecho cierto es que yo no cumplo con más requisitos de criatura de discoteca que el mismo hecho de frecuentar este tipo de salas de baile. Desde los 16 años he pasado horas y horas encerrado en salas oscuras, con gente saltando y sudando a mi alrededor, y un discjockey mezclando música electrónica repetitiva. Es mi rollo y siempre lo ha sido. Un rollo que tiene más que ver con la música que con el ambiente, a decir verdad, por lo que, de haberme gustado otro tipo de música, seguramente sería otro tipo de criatura. Como habitúo a posicionarme habitualmente, todo es relativo en esta vida, y  nuestra personalidad va creciendo en función de los gustos que tenemos en determinado momento. El perspectivismo.
 
Por ello, aunque sea una criatura de discoteca, podría haber sido perfectamente una criatura de concierto. La cosa variaría menos de lo que parece. Cambiamos sala por escenario; cambiamos tipología de drogas; cambiamos diskjoquey por grupo de música en directo; mantenemos gente sudando y saltando, pues el asunto continúa tratando de eso; y, voilà, nuestro apellido de criatura del leñor pasa de un estadío a otro en un periquete. Evidentemente, ambas situaciones personales no son excluyentes. Doy fe. Y es que esta criatura discotequera, ferviente adorador de la música electrónica, ha traspasado la inexistente pero siempre presente barrera entre estilos musicales y ha gozado cual gorrino en charca en algunos conciertos memorables. Y de estos conciertos, que no han sido pocos, algunos quedaron fijados en mi memoria –y en mi llavero, pues soy víctima habitual del merchandising-: The Cranberries, Depeche Mode y Queen.
 
¿Queen? ¿Has viajado en el tiempo, Sergio, o tienes 50 años y nos lo has ocultado? Pues ni lo uno, ni lo otro, aunque lo de viajar en el tiempo me gustaría mucho, os lo aseguro. La verdad es que el concierto al que tuve el placer de asistir este mismo año, para mi cumpleaños, gracias al genial regalo de mi mujer, fue interpretado por Queen, en efecto, pero sin Freddie Mercury. En su lugar, los miembros supervivientes de este mítico grupo de música han fichado a un tal Adam Lambert. Y he de reconocer que es un gran tipo. Sin ánimo de compararse con el gran Freddie Mercury, sino más bien postrado a sus pies, y con el objeto de rendirle homenaje en cada interpretación, consiguió que todo el Palau Sant Jordi consiguiera imbuirse de la magia de Queen. Es un personaje fabuloso que nos ofrece la posibilidad, junto con Brian May y Robert Taylor, de vivir en directo un concierto de Queen en pleno año 2016.
 
Mi primer contacto con este grupo, como no podría ser de otra manera, tiene que ver con alguien que, como Freddie Mercury, tenía un poblado bigote y que también se llamaba Freddie, o mejor dicho, Alfredo. Mi padre era un absoluto fan de este grupo. Recuerdo que, de pequeño, me quedaba bastante alucinado con una canción que sonaba de manera recurrente en mi casa y que empezaba con una especie de coros psicodélicos. Era rara. Mucho, de hecho. Me fascinaba, pero rompía mis esquemas. Es muy extraña esta canción, pensaba yo. It is the real life, preguntaba la canción. It’s just a fantasy, continuaba. Aunque lo que más gracia me hacía era cuando decía aquello de mama, uh, uh, uh, uuuuh. Sin saberlo, desde mi más tierna infancia, conocí una de las canciones más perfectas que se han creado jamás: Bohemian Rapsody. Cada vez que la escucho, no puedo sino trasladarme a la antigua casa de mis padres, en el barrio de la Guinaueta de Barcelona, volver a tener cinco años y volver a disfrutar de su extravagancia musical  mientras juego con dinosaurios o coches de juguete. Bendita infancia y maldita edad adulta. Sigo teniendo dinosaurios y sigo escuchando esta canción; pero mi maravillosa infancia se ha esfumado y mi padre ya no puede enseñarme la música de su juventud. La vida adulta no deja de ser un paraje desierto poblado por sueños rotos y recuerdos imborrables. 
 
Y no sólo se trata de esta espectacular canción, por supuesto. Recuerdo escuchar por primera vez el We are the Champions en unas colonias del colegio tras haber ganado una gincana. La canté como si no hubiera un mañana, aunque no entendía absolutamente nada más allá de la palabra champions. Mi nivel de inglés no es que haya mejorado mucho, pero en fin, al menos entiendo unas cuantas palabras más. Recuerdo, de manera vívida, cómo le gustaban a mi padre las películas de Los Inmortales, protagonizadas por el brutal Christopher Lambert. Y cómo lo flipábamos con la banda sonora compuesta por Queen, el épico Princess of the Universe. Glorioso. Y, bueno, qué puedo decir de la absolutamente mítica canción dedicada a los Juegos Olímpicos de mi ciudad natal, Barcelona. Cada vez que escucho a Freddie Mercury nombrar a mi ciudad en esa canción, no puedo sino retrotraerme a las fuentes de Montjuic y volver a encontrarme de la mano de mi abuelo Carlos con los ojos abiertos como platos, totalmente extasiado frente a aquel espectáculo de color. Viviendo ese espectacular momento de la historia de mi tierra en mis propias carnes. Queen es mi infancia. Mi padre. Mis abuelos. Mi ciudad. Forma parte de mí como mis ojos, mis piernas o mi cerebro. La voz de Freddie Mercury ha cincelado lo más profundo de mi ser. 
 
Por otro lado, mi conocimiento de otras canciones, como el The show must go on o el Who wants to live forever tiene un origen más prosaico, y es que las descubrí a través de remixes makineros. El perspectivismo, como ya he comentado. Otras canciones las conocía de oídas, pero no sabían que eran obra de Queen, como el Crazy Little Thing Called Love o el Another One Bites the Dust, por lo que no hace tanto que las tengo localizadas. Y así podría seguir un buen rato con otras tantas canciones. A pesar de que se me suele imputar una verborrea prácticamente inacabable, hay sensaciones que no puedo expresar con palabras. Queen supera cualquiera de mis capacidades.
 
Sobre la historia y desarrollo de este grupo poco puedo deciros que no podáis averiguar a un golpe de click. Sin embargo, me apetece hablaros un poco sobre el bueno de Freddie y su inolvidable paso por Queen. Dedicarle este artículo a los tipos con bigote a los que la muerte se llevó demasiado pronto. Al final, de legado trata esta serie de artículos. Y pocos legados son tan inconmensurables como el de Freddie Mercury.
 
No hacía ni dos años que la II Guerra Mundial había acabado. El mundo estaba recuperándose de la guerra más desastrosa y brutal que la Humanidad había visto. La antigua y negligente Sociedad de Naciones creada en 1919 por Woodroh Wilson, 28º Presidente de los Estados Unidos, dejó paso a la creación de un órgano que continúa existiendo en la actualidad y que ha resultado ser mucho más competente en su objetivo: La Organización de las Naciones Unidas. Uno de los objetivos primigenios de la ONU fue la descolonización de las potencias europeas. Acabar con esta suerte de política internacional.
 
No obstante, esto no se produjo de la noche a la mañana. Bomi y Jer Bulsara eran de procedencia india, en concreto de la zona de Gujarat, y se trasladaron a Zanzíbar por cuestiones de trabajo. El Imperio Británico todavía controlaba medio mundo y eran bastante comunes estas olas migratorias entre sus territorios coloniales. Y bajo estas especiales circunstancias, en fecha 5 de septiembre de 1946, nacía el primogénito de  Bomi y Jer Bulsara, un tal Farrock Bulsara.
 
A la edad de 8 años, dejó su Zanzíbar natal y fue a Bombay a estudiar en compañía de su abuela. No tardó en mostrar sus dotes musicales, por lo que el Decano del internado en el que estudiaba envió una carta a sus padres solicitando que su hijo, al que empezaron a llamar Freedie sus compañeros de colegio, comenzara a dar clases de piano. Con la autorización de sus padres, Freddie comenzó con su aprendizaje musical e incluso participó como pianista en un grupo escolar que se llamaba The Hectics; eso sí, como pianista, no como solista.
 
Alcanzada la mayoría de edad, regresó a Zanzíbar junto con sus padres, pero tuvieron que huir casi de manera inmediata, pues la situación política en la región era extremadamente peligrosa. En aplicación de las directrices de la ONU, el Reino Unido había procedido a desocupar el archipiélago de Zanzíbar en 1963, que se constituyó en estado independiente bajo el gobierno del sultán árabe Jamshid bin Abdullah. La cosa no duró ni un año. Pocos meses después, estalló una revolución que derrocó al sultán y que sumió al joven país en el caos hasta que, por mediación del nuevo gobierno revolucionario, las regiones de Zanzíbar y Tanganica se unieron, constituyéndose en un único país: Tanzania. Como curiosidad, el nombre de Tanzania surge de la unión de la sílaba “Tan”, de Tanganica, y “Zan”, de Zanzíbar. Evidentemente, estas vicisitudes políticas y estas curiosidades morfológicas traían sin cuidado a la familia Bulsara, así que, como he dicho, huyeron de Zanzíbar y se mudaron a Middlesex, en Inglaterra. Se instalaron en la metrópoli de aquel Imperio británico en descomposición.
 
El caso es que, instalado en Inglaterra, estas cuestiones geopolíticas quedaron en un segundo plano. Durante estos primeros años, se dedicó a estudiar arte en la Escuela Politécnica de Isleworth y a trabajar de camarero en el aeropuerto de Heathrow, que seguramente conoceréis muy bien si habéis viajado a Londres, como yo, de manera económica. Gracias a sus excelentes calificaciones, consiguió ingresar en la Escuela de Arte Earling de Londres, donde se diplomó con honores. En aquella época, comenzó a tener contacto con un tal Brian May, guitarrista, y un tal Roger Taylor, batería, a través de un compañero de academia. Tras varios intentos frustrados con grupos como Ibex o Smile, en el año 1970, Freedie Bulsara, Brian May y Roger Taylor decidieron crear un nuevo grupo. Se barajaron diversos nombres para el grupo, como Grand Dance o The Rich Kids, pero finalmente, a propuesta de Freddie, y pese a las reticencias de Brian May, adoptaron el nombre de Queen.
 
El mismo Freddie Mercury, en una entrevista, explicó el origen del nombre del grupo: “Yo pensé el nombre Queen. Es sólo un nombre, pero obviamente es muy real y suena espléndido. Es un nombre fuerte, muy universal e inmediato. Visualmente tenía mucho potencial y estaba abierto a toda clase de interpretaciones. Yo era consciente de las connotaciones gay, pero era tan solo una de sus facetas.” De hecho, las connotaciones gay no iban desencaminadas, pues otra entrevista concedida en el año 1974, Freddie reconoció su condición sexual, asegurando que era tan gay como un narciso. Un hecho muy valiente, teniendo en cuenta que ello le granjeó numerosos detractores. Pero él era demasiado grande para que le importara lo que opinaran de él. Él era él y punto. Con quien se acostara o dejara de acostarse era lo de menos.
 
De hecho, a pesar de que él nunca lo reconoció de manera explícita, la espectacular y paradigmática canción de Bohemian Rapsody, según Roger Taylor, estaba basada en el propio Freddie Mercury. En su propia vida y sus propios sentimientos, mucho más complejos de lo que aparentaban. Todo son interpretaciones, en efecto, pero hay quien opina que cuando Freddie, en esta canción, canta “Mama / Just killed a man / Put a gun against his head / Pulled my trigger, now he's dead” se refiere a que él mismo, al reconocer que era homosexual y aceptarse tal y como era, mató al antiguo Freddie Mercury. Sin embargo, en una de las estrofas más repetidas en las seis secciones independientes que configuran esta mítica canción, Freddie reconoce la propia insignificancia de lo que pretende decirnos: “Any way the wind blows / Doesn't really matter to me”. No se creía más ni mejor que nadie. Sólo él mismo.
 
En cualquier caso, Queen ya era un hecho. Tenían nombre, tenían componentes y tenían, en concreto, la atrayente y eléctrica personalidad de Freddie, que por cierto, continuaba apellidándose Bulsara. Era el apellido de sus padres, a los que amaba con toda su alma, pero quería proyectar fuerza en su nuevo proyecto musical, quería crear algo distinto. Algo poderoso. Se dice que su apellido artístico lo adoptó en honor al Dios griego Mercurio, pero él mismo reconoció que lo adoptó en honor a su madre. En cualquier caso, su nombre artístico tenía poder, como quería. Aunque estoy seguro de que, en ese momento, ni imaginaba todo lo que estaba por venir.
 
La creatividad de Freddie Mercury en este momento fundacional, así mismo, no se limitó al nombre del grupo y a su propio nombre artístico, sino que incluyó la creación del logo de la banda. Su vertiente artística parecía no conocer límites. Basándose en el escudo de armas de Gran Bretaña, comenzó a dibujar un esbozo, casi garabateado, que más tarde incluiría en el primer álbum de Queen. Dejó volar su imaginación: Dibujó una gran Q en el centro del logo, que representaba la primera letra del nombre del grupo. Dos leones sujetaban la letra Q a ambos lados, encuadrándola, representando a Roger Taylor y John Deacon por mediación de su signo del zodiaco, Leo. Un cangrejo en llamas culminaba la letra Q, representando a Brian May por mediación, igualmente, de su signo del zodiaco, Cáncer. Finalizaba la representación astrológica del grupo con dos hadas que, a ambos lados, bajo los leones rampantes, le simbolizaban a él, Virgo. Evidentemente, llamándose Queen, no podía faltar una corona, que en posicionó en el centro de la Q. Cerraba la escena un ave fénix que recogía, bajo su égida, con las alas abiertas, a toda la composición; quizás representando la inmortalidad que, en efecto, consiguieron con su música.
 
Su álbum debut, de nombre homónimo al de grupo, y grabado en el estudio de Trident Records, se puso a disposición del gran público en verano de 1973. Su limitado éxito no debe omitir su importancia. Permitió que se posicionaran como grupo revelación, aunque todavía estaban encontrando su sonido. Realizaron algunas giras y, al ver que había gente congregada a su alrededor, al constatar que empezaban a gustar al público británico, se metieron de nuevo en el estudio de grabación. Dispuestos a mejorarse.
 
Como en el primer álbum de Queen, Freddie fue el compositor dominante. De hecho, cinco de las diez canciones del primer álbum fueron suyas, y lo mismo ocurrió con su segundo álbum, llamado Queen II, que salió al mercado a principios de 1974. Recibió muy malas críticas, por lo que he estado leyendo, pero ellos estaban satisfechos de su trabajo. Como dijo el mismo Roger Taylor: “De inmediato tuvimos malas críticas, entonces me fui a la casa a escucharlo de nuevo y pensé: ¿Dios, estarán ellos en lo cierto? Pero después de escucharlo algunas semanas después aún me gustaba. Yo creo que es bueno. Y seguiremos ese estilo.”. Al final, si un grupo no cree en sí mismo, ya pueden elogiarte o criticarte masivamente, que perderás tu esencia rápidamente. Esto no le iba a ocurrir a Queen, pese a sus moderados inicios. Los componentes del grupo confiaban ciegamente en su referente musical, el mismo Freddie Mercury.
 
Y entonces, a finales de 1974, llegó Sheer Heart Attack, su tercer álbum, y comenzó el ascenso a la estratosfera. La canción de Killer Queen, la más conocida de este tercer álbum, ascendió en las listas británicas hasta alcanzar la segunda posición. Queen por fin encontraba su sonido. Y arriesgaba. Freddie Mercury, sobre dicha canción, dijo lo siguiente: “Estamos muy orgullosos de esta canción. Era tan sólo uno de los temas que escribimos para el álbum, no fue compuesto para ser un sencillo. Simplemente, escribí unas cuantas canciones para Sheer Heart Attack y cuando acabé de escribirla y grabarla, descubrimos que era un sencillo muy potente. Realmente lo era. Por entonces, era algo muy impropio de Queen. Fue otro riesgo que asumimos, pero, ¿sabes?, cada riesgo que asumimos hasta entonces nos dio buenos resultados. (…) Bueno, de hecho, escribí 'Killer Queen' en una noche. No es por presumir, pero creo que es la canción que más encaja con el álbum (…). Siento que en cada canción debo dar todo, no ser autoindulgente, pero con 'Killer Queen' sucedió que empecé a escribirla un sábado a la noche y a la mañana siguiente seguí trabajando y ya la tenía. Fue genial. Algunas canciones vienen solas, pero otras hay que irlas a buscar. Como banda, somos bastante particulares. No conocemos las medias tintas, soy muy duro conmigo mismo. Si creo que una canción no es adecuada, entonces la descarto. Soy muy delicado y complicado, como esta canción.”
 
La leyenda comenzaba a formarse…
24.11.2016 13:31
El tiempo. Tic, tac. Sin prisa, sin pausa, a un ritmo constante, transcurre sin que nada ni nadie pueda detenerlo. Tic, tac, suena el reloj, pero el tiempo no se oye, ni se ve, ni se siente en la piel. Existe. Y podemos comprobar su existencia por el mero hecho de que el momento precedente es diferente al momento posterior. El tiempo, la cuarta dimensión, avanza sin nunca retroceder; y es que, si bien podemos movernos por las otras tres dimensiones en todas direcciones, arriba y abajo, adelante y atrás, izquierda o derecha, el tiempo tiene una única dirección. Tic, tac. Ese instante ya ha pasado y nunca volverá. Y toda ilusión de control del tiempo no deja de ser un puro artificio. El reloj mide, no controla, no permite modificar el flujo temporal. El tiempo se nos escapa, literalmente, entre los dedos.
Un preso condenado a dos años de presidio tendrá la percepción de que le sobra tiempo. Al contrario, un enfermo de cáncer al que le han pronosticado dos años de vida tendrá la percepción de que le falta tiempo. Y es que la percepción subjetiva que tenemos del tiempo no tiene nada que ver con su medición objetiva. Hay segundos que son eternos y días que transcurren sin darnos cuenta. El elemento subjetivo permite al ser humano interpretar el paso del tiempo en función de una pléyade de condicionantes. Tarde, pronto, largo, corto. El tiempo es. Somos nosotros los que le ponemos apellidos.
Decía mi padre que a partir de los 30 años el tiempo transcurre más rápidamente. Sentenciaba de ese modo a sabiendas de que una hora continuaba siendo una hora con independencia de tu edad, en efecto, pero que era tu percepción, tu elemento subjetivo, el que te aceleraba el paso del tiempo. Un día cualquiera te parabas a pensar y te dabas cuenta de que ya habían pasado cinco años. ¿Cinco años desde qué punto?, os preguntaréis. Pero en realidad no importa el punto desde el que contemos los cinco años, ni los propios cinco años, ni incluso si el año es terrestre, marciano o jupiterino. Importa, como ya he comentado, que, para el hombre, el tiempo se le escapa entre los dedos y que éste parece acelerarse al llegar a la edad adulta.
El motivo bien puede ser la rutina. Muchas veces lo he pensado y he caído en la cuenta de que hay días o semanas que no sabría distinguir entre sí. Lo mismo da que da lo mismo martes o jueves que lunes o miércoles, repetimos de manera incansable, monótona, gris y átona, una y otra vez, los mismos actos, las mismas palabras. Ponemos el piloto automático. Te levantas, desayunas, te duchas, sacas al perro, coges el tren, trabajas, etcétera. Cada día lo mismo. Bien puede ser este el motivo a partir del cual, a partir de los 30, parece que el tiempo se acelere sin control. Un niño, o un adolescente, descubre algo nuevo cada día, vive al máximo cada momento; a diferencia de un adulto, que racionaliza, que está de vuelta de todo. Que sencillamente camina porque hay que caminar. Y es que puede que en esos hipotéticos cinco años que hemos señalado antes hayamos hecho exactamente los mismo todos los días. Y lo mismo da, en efecto, que estos años sean dos o cinco, nuestra rutina se ha convertido en nuestro propio agujero negro temporal. La puta monotonía es capaz de jugar hasta con las leyes de la física. Huid de esa zorra gris todo lo que podáis.
“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.” le decía Rutger Hauer a Harrison Ford en la película Blade Runner. El replicante, al descubrir que su vida es limitada y que el tiempo que se le acaba, siente miedo, se siente esclavo del tiempo. Incluso salva a Rick Deckart de una muerte segura para dedicarle sus últimas palabras mientras se aferra a la vida sosteniendo entre sus manos a una paloma blanca: “Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”. Roy Batty, pese a ser un robot, y en ese momento final de su vida, si se puede utilizar este término en este contexto, nos ofrece, a la desesperada, cuál es la clave de la percepción temporal del ser humano: la mortalidad. Ese elemento tan humano que provocaba la envidia de los dioses griegos. El tiempo no tiene principio ni final, pero sí nuestras vidas; por lo que, para nosotros, el tiempo es finito. Y todo lo que hayamos vivido, visto, disfrutado o soñado se perderá, como dice Roy Batty, como lágrimas en la lluvia. Como gotas en un océano inconmensurable de recuerdos marchitos.
Por tanto, el tiempo no sólo se nos escapa entre los dedos y se acelera por mediación de nuestras monótonas vidas, sino que, a la postre, está limitado a nuestra propia mortalidad. Tic, tac. Es un constante recordatorio de lo insignificantes que somos. De que en realidad no controlamos una mierda. De que somos sus esclavos, puesto que su mero transcurso puede matarnos, puesto que la simple monotonía puede acelerarlo. Y, realmente, sólo cuando aceptemos estas circunstancias podemos vivir sin miedo. 
Sé que no veré Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Sé que no puedo huir de mi rutinaria vida diaria. Sé que algún día voy a morir. Y, quizás, saber esto me permite saber, así mismo, y en sentido contrario, que veré otras maravillas mientras pueda; que buscaré siempre romper con mi rutina, tanto como pueda, para disfrutar de momentos diferentes, únicos, irrepetibles; y que, mientras no muera, viviré. 
Tic, tac. El tiempo se va. Disfrutad. Vivid. Reíd. Llorad. Amad. Follad. Odiad la monotonía. Salid. Corred. Haced lo que os dé la gana. Un día, el tiempo no sólo se ira, sino que se acabará y no volverá para ninguno de nosotros. Un día vamos a morir. Y, ese día, aferrados a nuestra paloma, como Roy Batty, podremos sonreír recordando todo lo que hemos vivido. Podremos asegurar que no hemos dejado ni una gota en el tintero. Podremos sentirnos orgullosos de que hemos sido todo lo libres que podríamos llegar a ser. Y la paloma, desde nuestras manos inertes, emprenderá un nuevo vuelo. 
El tiempo. Tic, tac. Sin prisa, sin pausa, a un ritmo constante, transcurre sin que nada ni nadie pueda detenerlo. Tic, tac, suena el reloj, pero el tiempo no se oye, ni se ve, ni se siente en la piel. Existe. Y podemos comprobar su existencia por el mero hecho de que el momento precedente es diferente al momento posterior. El tiempo, la cuarta dimensión, avanza sin nunca retroceder; y es que, si bien podemos movernos por las otras tres dimensiones en todas direcciones, arriba y abajo, adelante y atrás, izquierda o derecha, el tiempo tiene una única dirección. Tic, tac. Ese instante ya ha pasado y nunca volverá. Y toda ilusión de control del tiempo no deja de ser un puro artificio. El reloj mide, no controla, no permite modificar el flujo temporal. El tiempo se nos escapa, literalmente, entre los dedos.
Un preso condenado a dos años de presidio tendrá la percepción de que le sobra tiempo. Al contrario, un enfermo de cáncer al que le han pronosticado dos años de vida tendrá la percepción de que le falta tiempo. Y es que la percepción subjetiva que tenemos del tiempo no tiene nada que ver con su medición objetiva. Hay segundos que son eternos y días que transcurren sin darnos cuenta. El elemento subjetivo permite al ser humano interpretar el paso del tiempo en función de una pléyade de condicionantes. Tarde, pronto, largo, corto. El tiempo es. Somos nosotros los que le ponemos apellidos.
 
Decía mi padre que a partir de los 30 años el tiempo transcurre más rápidamente. Sentenciaba de ese modo a sabiendas de que una hora continuaba siendo una hora con independencia de tu edad, en efecto, pero que era tu percepción, tu elemento subjetivo, el que te aceleraba el paso del tiempo. Un día cualquiera te parabas a pensar y te dabas cuenta de que ya habían pasado cinco años. ¿Cinco años desde qué punto?, os preguntaréis. Pero en realidad no importa el punto desde el que contemos los cinco años, ni los propios cinco años, ni incluso si el año es terrestre, marciano o jupiterino. Importa, como ya he comentado, que, para el hombre, el tiempo se le escapa entre los dedos y que éste parece acelerarse al llegar a la edad adulta.
 
El motivo bien puede ser la rutina. Muchas veces lo he pensado y he caído en la cuenta de que hay días o semanas que no sabría distinguir entre sí. Lo mismo da que da lo mismo martes o jueves que lunes o miércoles, repetimos de manera incansable, monótona, gris y átona, una y otra vez, los mismos actos, las mismas palabras. Ponemos el piloto automático. Te levantas, desayunas, te duchas, sacas al perro, coges el tren, trabajas, etcétera. Cada día lo mismo. Bien puede ser este el motivo a partir del cual, a partir de los 30, parece que el tiempo se acelere sin control. Un niño, o un adolescente, descubre algo nuevo cada día, vive al máximo cada momento; a diferencia de un adulto, que racionaliza, que está de vuelta de todo. Que sencillamente camina porque hay que caminar. Y es que puede que en esos hipotéticos cinco años que hemos señalado antes hayamos hecho exactamente los mismo todos los días. Y lo mismo da, en efecto, que estos años sean dos o cinco, nuestra rutina se ha convertido en nuestro propio agujero negro temporal. La puta monotonía es capaz de jugar hasta con las leyes de la física. Huid de esa zorra gris todo lo que podáis.
 
Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.” le decía Rutger Hauer a Harrison Ford en la película Blade Runner. El replicante, al descubrir que su vida es limitada y que el tiempo que se le acaba, siente miedo, se siente esclavo del tiempo. Incluso salva a Rick Deckart de una muerte segura para dedicarle sus últimas palabras mientras se aferra a la vida sosteniendo entre sus manos a una paloma blanca: “Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”. Roy Batty, pese a ser un robot, y en ese momento final de su vida, si se puede utilizar este término en este contexto, nos ofrece, a la desesperada, cuál es la clave de la percepción temporal del ser humano: la mortalidad. Ese elemento tan humano que provocaba la envidia de los dioses griegos. El tiempo no tiene principio ni final, pero sí nuestras vidas; por lo que, para nosotros, el tiempo es finito. Y todo lo que hayamos vivido, visto, disfrutado o soñado se perderá, como dice Roy Batty, como lágrimas en la lluvia. Como gotas en un océano inconmensurable de recuerdos marchitos.
Por tanto, el tiempo no sólo se nos escapa entre los dedos y se acelera por mediación de nuestras monótonas vidas, sino que, a la postre, está limitado a nuestra propia mortalidad. Tic, tac. Es un constante recordatorio de lo insignificantes que somos. De que en realidad no controlamos una mierda. De que somos sus esclavos, puesto que su mero transcurso puede matarnos, puesto que la simple monotonía puede acelerarlo. Y, realmente, sólo cuando aceptemos estas circunstancias podemos vivir sin miedo. 
 
Sé que no veré Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Sé que no puedo huir de mi rutinaria vida diaria. Sé que algún día voy a morir. Y, quizás, saber esto me permite saber, así mismo, y en sentido contrario, que veré otras maravillas mientras pueda; que buscaré siempre romper con mi rutina, tanto como pueda, para disfrutar de momentos diferentes, únicos, irrepetibles; y que, mientras no muera, viviré. 
 
Tic, tac. El tiempo se va. Disfrutad. Vivid. Reíd. Llorad. Amad. Follad. Odiad la monotonía. Salid. Corred. Haced lo que os dé la gana. Un día, el tiempo no sólo se ira, sino que se acabará y no volverá para ninguno de nosotros. Un día vamos a morir. Y, ese día, aferrados a nuestra paloma, como Roy Batty, podremos sonreír recordando todo lo que hemos vivido. Podremos asegurar que no hemos dejado ni una gota en el tintero. Podremos sentirnos orgullosos de que hemos sido todo lo libres que podríamos llegar a ser. Y la paloma, desde nuestras manos inertes, emprenderá un nuevo vuelo. 
01.11.2016 01:39

Si bien entiendo, y respeto, que la gente siga tradiciones, ya sean de nuevo cuño o milenarias, yo siempre me he mostrado reticente a este tipo de eventos y, cada vez más, los aborrezco profundamente. Entiendo, como digo, que las tradiciones son un anclaje cultural esencial en la historia de la Humanidad, pero yo prefiero verlo desde la barrera, analizar su importancia desde fuera, detrás de la ventana, alejado del rebaño. No se trata de una suerte de arrogancia pretenciosa, no, en absoluto. Que cada uno haga lo que quiera. No juzgo. Pero a mí no me pidáis que me coma doce uvas en fin de año convencido de que den suerte, ni me digáis que tengo que demostrarle amor a mi mujer comprando un peluche el día de los enamorados, ni me hagáis darle con un palo a un trozo de tronco para que defeque presentes, ni me exijáis, por supuesto, que visite un cementerio el día 1 de noviembre. Algunas de estas cosas las haré en tanto en cuanto vivo en sociedad y tengo que tolerar ciertas servidumbres, pero no es algo que anhele ni que me apetezca en absoluto. Lo analizaré y comentaré, si me llaman la atención, cual si de un curioso evento se tratase, pero evitaré participar en ellos siempre que pueda.

En cuanto a esta festividad en concreto, que se celebra hoy mismo, sé que durante muchos años he defendido la castañada frente a Halloween; el día de Todos los Santos frente a otras tradiciones que nada tienen que ver conmigo; y es que, en efecto, si se trata de tradiciones, prefiero las que están arraigas a mi tierra que las que han sido importadas de otras culturas. Concededme esta pequeña concesión patriótica. Y es que qué sería el hombre sin contradicciones. Yo las tengo, las acepto y no las oculto. Por ello, aunque yo no siga tradiciones, ni me crea el envoltorio mágico que las rodea, ni participe de ellas, siento cierto respeto hacia las que están arraigadas en mi tierra. Así que sí, odio la tradición de comerse las doce uvas en fin de año, porque ni magia, ni suerte, ni pamplinas -de hecho, su origen es de todo menos mágico: unos agricultores alicantinos tuvieron excedente de uva en el año 1909 y lograron popularizar una costumbre exclusivamente madrileña y burguesa de finales del siglo XIX a toda España-, pero aún así me parece una costumbre simpática y nunca me he negado a realizarla; aunque de vez en cuando cambie las uvas por olivas. Lo odio pero me parece simpático y lo hago. Pequeñas contradicciones.

Puede, y digo puede pues no estoy seguro, y de hecho acabo de caer en la cuenta, de que el hecho de que haga cosas que aborrezco desde una perspectiva intelectual tiene que ver no tanto con el arraigo de la tradición, sino con mi propio arraigo familiar. Volviendo a las jodidas uvas, que me suelen gustar más en estado líquido, dicho sea de paso, siempre he celebrado este evento anual rodeado de mis padres y mi hermano. Ya sea en un restaurante con otros amigos, por todo lo alto, o en la intimidad de nuestra casa, con una escueta cena y una copa de cava, era un momento que compartía con mi familia y que no les podía negar. Así que puede que no sea una contradicción, sino una balanza que se decanta. Una de esas cosas en la vida que se hace por empatía, por sentirse parte de algo más grande que uno mismo.

Y sí, lo mismo puede decirse del día 1 de noviembre. Odio los boniatos, no me gustan los panellets, me gusta comer castañas cuando me apetecen y detesto ir a cualquier cementerio. Pero mañana, quiera o no quiera, sabré que es el día de Todos los Santos. El Día de los Muertos, como se celebra en México, al haber fusionado sus tradiciones ancestrales con las tradiciones exportadas por el Imperio Español. Y sabré que, como todo el mundo, he perdido seres queridos. La Parca se los llevó de manera inexorable, como me llevará a mí algún día, y el hecho de que tengan una festividad propia no responde más que a un anhelo humano tan antiguo como la misma Humanidad: rendir homenaje a aquél que ya no está entre nosotros. Mirar a la muerte a la cara. Decir, alto y claro, que no olvidamos. Que la vida es pasajera y la muerte es la fija, pero la memoria es algo etéreo que pervive.

Yo no pienso ir a ningún cementerio. Ni hoy, ni nunca que pueda, por lo menos de manera voluntaria. No me interesa volver a ver el nicho en el que descansan eternamente mi abuelo y mi padre. Ellos ya no están allí. Huesos, polvo, pino y cemento. Eso ya no es ni mi padre ni mi abuelo. Ellos viven en mi memoria, como en la memoria de la gente que los amaba, y sus restos mortales ya no tienen la menor importancia. Entiendo, como he dicho, que haya gente que necesite ese vínculo terrenal con sus seres queridos. Que necesiten llevarles flores. Hablarles. Visitaros en algún lugar. Pero no es mi caso.

No podré, como he dicho, no pensar en ellos, ni puedo huir de la incidencia que tiene esta tradición en mí. Pero lo que sí puedo es rendirles homenaje a mi propia manera. Desmarcándome. Creando mi propia tradición, si me permitís el atrevimiento. El día 1 de noviembre nos recuerda que somos mortales y nos recuerda a aquellas personas que nos han dejado atrás, pero nosotros, los que nos quedamos, los que tenemos que transitar todavía por este valle de lágrimas al que llamamos vida, tenemos que seguir hacia adelante. Siempre. Es lo que querrían las personas que ya no están.

El show debe continuar. Me lo dijiste el mismo día en el que te ibas de este mundo injusto, Alfredo. No con esas palabras, claro, sino mostrando una sana resignación ante lo inevitable, pues acababas de volver de un entierro. “Es lo que hay, hijo, hay que tirar hacia delante”. Y tenías razón. Siempre la tenías.  The show must go on, que diría tu querido Freddie Mercury. Y que hoy me recuerda a ti.

Y lo hará.

30.10.2016 14:36

El día 2 de mayo de 2015, mi mujer y yo nos desplazamos a Madrid para ver la exposición de la serie de HBO Juego de Tronos. Gracias a las gestiones realizadas por mi mujer en no sé qué página web y por mediación de una especie de sorteo, ganamos dos pases gratuitos para ver la referida exposición, por lo que, fanáticos que somos de la obra de George R.R. Martin y con las expectativas muy altas, compramos sendos billetes de AVE y nos plantamos en la capital de España como niños que van por primera vez a un parque de atracciones. Al llegar a la exposición, nos encontramos una fila colosal, por lo que nuestra ilusión se desinfló sin remisión al imaginar varias horas de cola. Pero no. Todo quedó en un susto. Por un jodido día, la suerte nos sonreía a mí y a mi mujer, acostumbrados a recibir siempre la cruz de la moneda; y es que, con este tipo concreto de entradas gratuitas, teníamos absoluta preferencia para entrar a la exposición. Nerviosos, sonrientes, y con ese gusanillo en el estómago que tan poco abunda en la edad adulta, entramos a los pocos minutos de esperar en una ridícula cola, en cuanto unos tipos disfrazados de Inmaculados nos cedieron el paso.

Os aseguro que mereció la pena. Mereció la pena levantarse a las cinco de la mañana para coger el tren, caminar dos kilómetros por Madrid hasta llegar a la exposición y acojonarnos, aunque fuera momentáneamente, con aquella interminable cola: La corona de Joffrey Lannist…. esto, Baratheon; la espada de Gregor Clegane, la Montaña que cabalga; el vestido de Daenerys Targaryen; el atuendo de Jon Snow en la Guardia de la Noche, incluyendo la espada Garra; el rubí rojo de Melisandre; el casco hecho de huesos de Casaca de Matraca e incluso la maravillosa espada Guardajuramentos, o Hielo, siendo todo este atrezzo original de la serie de HBO, nos hicieron pasear por la exposición con la boca abierta y los ojos abiertos hasta ocultar los párpados. Pudiendo tocar, apreciar en directo, sentir, comparar. Tener en frente. Incluso tuvimos ocasión de echar un buen rato con actividades interactivas con dragones, convertirnos en caminantes blancos por un instante y, ni que decirlo tiene, sentarnos en el Trono de Hierro. Una experiencia alucinante.

Hubo peros, por supuesto. Siempre tiene que haber un pero. En este caso, el pero estaba personalizado en una mujer rubia, de voz hiriente, vocabulario patibulario y compañía infame que debía rondar los 40 días del nombre. Su repelente tono de voz y su afán desmesurado por “la kalise”, como si Daenerys Targaryen fuera un puto helado de la marca de Andrés Iniesta, nos provocó notoria incomodidad. Y encima parecía que nos seguía. Soy la reina, decía. Me he dejado los dragones en casa haciendo la colada. Me llamo Khalessi –título equivalente a reina, no a nombre de persona-, debéis arrodillaros. Su puta madre. Lastimosamente, semejantes horteradas no eran patrimonio exclusivo de esa petarda, sino que había numerosos anormales rondando por allí. En fin, cuando un producto cultural se masifica provoca que determinadas personas tóxicas integren sus huestes para escarnio ajeno.

En cualquier caso, es indudable que la serie de televisión de la HBO ha supuesto una maravillosa expansión del universo creado por George R.R. Martin. Si bien no alcanza el nivel de los libros, que tienen una profundidad escandalosa, cincelan a los personajes con exquisitez narrativa y, realmente, crean una ubérrima realidad ficticia, ha conseguido recrear en imagen y sonido lo que hasta la fecha era lectura e imaginación, procurando así que el fenómeno de Canción de Hielo y Fuego lograra la gran difusión mundial que atesora en la actualidad. Y es que Benioff y Weiss, directores de la serie, pese a algunas infamias de ingrato recuerdo y determinadas incoherencias y absurdeces argumentales, han hecho un buen trabajo. Tyrion Lannister, uno de los personajes favoritos de la saga, ha ganado varios enteros gracias a la sublime interpretación de Peter Dinklage. Olenna Redwine, madre de Mace Tyrell, es un personaje muy secundario en los libros, pero gracias a la espectacular Diana Rigg ha cobrado mucho protagonismo en la serie y su actuación siempre genera mucha expectación. Pedro Pascal borda el personaje de Oberyn Martell, pese a su diferencia física con los libros. Y qué decir de Charles Dance, por favor. Tywin Lannister ya era épico, pero con este actorazo interpretándolo, alcanza categoría de Dios viviente. Bueno, ya no, pero ya me entendéis. Su mano continúa siendo alargada.

La banda sonora, a su vez, es prodigiosa. Por mediación de un artista llamado Ramin Djawadi, compositor alemán apadrinado nada menos que por Hans Zimmer, la banda sonora de la serie Juego de Tronos ha sorprendido a propios y a extraños. De hecho, su trabajo no se ha limitado a la mera creación de la introducción del capítulo, sino que ha utilizado el recurso cinematográfico del leiv motiv por asociación para dotar de contenido musical a cada una de las grandes Casas de Poniente. Cada una de las temporadas de la serie ofrece nada menos que 174 minutos de composición musical, esto es, dos cd’s completos, por lo que estamos ante una obra colosal. Qué decir, así mismo, de su épica, su instrumentación y su ambientación. Con tan solo escuchar los primeros acordes de una de estas canciones, sabemos que la escena trata de los Stark, los Targaryen, los Greyjoy, los Baratheon o, por supuesto, de los Lannister.

Los Lannister. Odiados por muchos, amados por otros tantos, el hecho cierto es que no dejan indiferente. Y gran parte de la importancia que tienen en la saga ha sido labrada con sangre por Lord Tywin Lannister. De ello da fe, en concreto, su leiv motiv. La melodía que inspira terror a sus enemigos. La composición que enaltece los corazones de sus banderizos. La última canción que escuchó Rob Stark. Las lluvias de Castamere.

Las lluvias de Castamere

Para comprender la letra del leiv motiv de la Casa Lannister, y su importancia, debemos centrarnos en la historia de uno de los más complejos personajes de Canción de Hielo y Fuego: Tywin Lannister. Para ello debemos conocer su sistema de valores, sus miedos, sus objetivos vitales; su personalidad, en suma. Sólo entonces entenderemos el alcance de las Lluvias de Castamere. Sólo entonces, cuando escuchemos esta espectacular canción, profundizaremos en su significado. Y desearemos no ser su enemigo.

Muchos personajes de Canción de Hielo y Fuego centran todo su sistema de valores en el honor. Ejemplos hay muchos, entre los que se encuentran Eddard Stark, Rob Stark, Jon Nieve, Brienne de Tarth, Yhon Royce o incluso el propio Jaime Lannister. Si bien este último ha necesitado un hito fundamental en su vida para conocerse a sí mismo y empezar a actuar según este criterio, su desarrollo en la saga ha tenido por objeto recuperar su honor perdido en la espalda de Aerys II Targaryen, incluso desafiando a su padre, a su hermana y a sus propios intereses. El honor nunca es fácil en el mundo de George R.R. Martin. Ni lucrativo.

Otros personajes, como Petyr Baelish, centran su sistema de valores, o más bien su objetivo vital, en la ambición. En contraste con el honor, la ambición no entiende de medios válidos o inválidos para conseguir un fin, y nuestro querido Meñique no tiene el más mínimo problema con realizar acciones execrables para conseguir sus objetivos. Por otro lado, personajes como Arya Stark encuentran su objetivo vital en la venganza. No es para menos, diréis, con la vida que ha tenido. Y es que, al final, parece que el sistema de valores de los personajes tiene mucho que ver con la vida que han tenido. Con sus propias circunstancias.

Tywin Lannister no es la excepción. Su objetivo vital es único y sencillo: la familia. Seguro que muchos de vosotros pensáis que no, que en realidad es un hombre ambicioso, sin escrúpulos, arrogante y desprovisto de empatía; pero, en realidad, todos sus actos van encaminados a defender y ensalzar a su familia. La familia como principio y fin. El apellido. La sangre. En realidad, podríamos decir que es un tipo de honor, pero en realidad se aproxima más al concepto de orgullo.

Todo tuvo su origen en la infancia que le tocó vivir. Tywin Lannister nació en el año 242 después de la Conquista de Aegon I Targaryen (en adelante, AC, siglas en inglés), siendo hijo primogénito de Lord Tytos Lannister, Señor de Roca Casterly y Guardián del Occidente. En aquella época reinaba Aegon V Targaryen, el hermano del maestre Aemon, más conocido como Egg por los lectores de las aventuras de Duncan el Alto. Un rey cabal, sensato y cercano al pueblo, quizás por la vida que había tenido; un hombre adelantado a su época, que tuvo que lidiar con las relaciones incestuosas de sus hijos, con la Cuarta Rebelión Fuegoscuro, con una pequeña revuelta de las Tierras de la Tormenta por un desaire de Lyonel Baratheon, entre otros asuntos que lo llevaron de cabeza.

Tytos Lannister no ayudaba, en absoluto, a la tranquilidad del bisabuelo de Daenerys Targaryen. Al contrario, como Guardián del Occidente, era un verdadero desastre, pues al ser un hombre bonachón, complaciente, blando de carácter y poco resolutivo, los señores menores se le subían literalmente a sus rubias barbas. Para ejemplos, tantos botones como en una camisa: Tytos concedía créditos cuyo reintegro no reclamaba; no exigía el pago de los impuestos para no importunar a sus señores vasallos, creyéndose cualquier excusa; era muy dado a la broma e incluso permitía que se rieran de él y, poca broma, casó a su única hija con un Frey por no llevarle la contraria al despreciable Walder Frey. La Casa Lannister se hundía sobre sus cimientos, dilapidando su prestigio, su honor y su oro. Tytos era un mantequitas blandas. Un pringao de manual, vamos. Aegon V, de hecho, se vio obligado a intervenir las tierras de Occidente en más de una ocasión frente a semejante desgobierno.

Estas particulares circunstancias auspiciaron el auge de algunas casas menores de las tierras de Occidente que, frente a la debilidad de Roca Casterly, aprovecharon la tesitura para su propio beneficio. Una de las casas más pujantes fue la Casa Reyne. Su poder y riqueza ya era considerable antes del señorío de Lord Tytos, pero su negligencia les facilitó la empresa. Roger Reyne, apodado el León Rojo, considerado como una de las espadas más mortíferas de Occidente, era uno de los principales acreedores de los Lannister; pero como he comentado, Tytos el gatito, más que el león, no tenía las suficientes agallas para reclamar la devolución de los innumerables préstamos que le adeudaban. Ni los impuestos, por supuesto. Y mucho menos al León Rojo.

Tywin, que era hombre de marcado carácter, abominaba de ese modo de gobernar Occidente. Dicen que, cuando su padre accedió a casar a su hija Genna Lannister con  el asqueroso Emmon Frey, el único que se opuso con vehemencia fue Tywin, pese a su corta edad. Tywin dio muestras de una gran fortaleza desde muy joven, pero fue la Guerra de los Reyes Nuevepeniques la que acabó de cincelar su pétrea personalidad. Habiendo sido nombrado caballero por el mismo Rey con tan sólo 18 años, habiendo combatido hombro con hombro con el príncipe de Rocadragón, un tal Aerys que todo el mundo conocería posteriormente por el mal nombre del Rey Loco, y habiendo luchado con gran fiereza, como corresponde a un león de la Roca, tomó una firme determinación al regresar a su hogar: restaurar el orgullo y poder de Roca Casterly.

Pasando por encima de su padre, Lord Tytos, que manifestó una débil protesta, Tywin Lannister organizó un piquete junto con su hermano Kevan y se dirigió a todos los acreedores de Roca Casterly a fin de exigir la devolución del oro prestado y el pago de sus impuestos. Muchos lo hicieron, sorprendidos por la audacia del joven león; incluso Harys Swift, al no poder pagar sus deudas, entregó a su hija de rehén a los Lannister en prenda, haciendo honor a su emblema, como diría Genna Lannister –una gallina azul sobre campo de oro. Los señores menores, tras años de desdén hacia su señor feudal, hincaron la rodilla ante los arrestos de Lord Tywin. Pero no todos aceptaron este cambio de política. Se dice que el León Rojo se descojonó ante el requerimiento de pago de los Lannister, pero su oposición fue pasiva, limitándose a no atenderlo. Peor decisión tomó Lord Walderan Tarbeck, que se personó en Roca Casterly airado por la exigencia de devolución del préstamo con el objeto de tratar de persuadir a Lord Tytos… pero a quien se encontró fue a Lord Tywin, así que Lord Walderan dio con sus huesos en una mazmorra profunda por su insolencia. Como respuesta, Lady Tarbeck, hermana del León Rojo, secuestró a tres Lannister. Pintaban bastos. Comenzaban a sonar los tambores.

Y cuando parecía que las piezas del ajedrez se habían dispuesto para la batalla que ansiaba Tywin Lannister para someter a los señores díscolos, intervino Lord Tytos. Devolvió sano y salvo a Lord Walderat Tarbeck a su castillo, organizó una cena en Castamere, asentamiento ancestral de los Reyne, y brindó por una amistad duradera entre los Lannister, los Reyne y los Tarbeck. Todo lo que había conseguido Tywin Lannister había quedado en nada. Si hubiera sido Stannis Baratheon, Tywin se habría roto los dientes de tanto rechinarlos. Pero como hemos dicho, nada ni nadie podían quebrantar la determinación de Tywin Lannister; y cuando, un año después, envió sendos cuervos a Torre Tarbeck y Castamere requiriendo a sus señores a presentarse a Roca Casterly para responder por sus crímenes, ambas casas se alzaron en rebelión abierta. Tywin lo sabía, Tywin lo esperaba y Tywin, ciertamente, provocó la situación.

Presto y veloz, Lord Tywin Lannister se puso al frente de quinientos caballeros y tres mil hombres armados y cayó como una avalancha sobre los vasallos de Torre Tarbeck. Lord Walderan, que no esperaba en absoluto esta rápida respuesta, se dispuso a contraatacar de manera apresurada, pero todo fue en vano. Todos cayeron en el campo de batalla. Tywin Lannister decapitó a Lord Walderan y a sus hijos y clavó sus cabezas en picas que se alzaron en la vanguardia de su ejército al dirigirse hacia Torre Tarbeck. Lady Tarbeck, al ver al ejército Lannister ante sus puertas, confió en sus muros para frenar a los atacantes y se dispuso a soportar un largo asedio. Pero una gran roca lanzada por un trabuquete contra la torre principal acabó con sus posibilidades y con su vida. Según dice el maestre Pycelle, una de las pocas veces en las que se vio a Lord Tywin Lannister sonreír fue ante el derrumbamiento de Torre Tarbeck. Caído el castillo, se pasó por la espada a todo rastro de la familia Tarbeck y se incendió su asentamiento hasta los cimientos. Los Tarbeck habían sido masacrados de manera inmisericorde.

El León Rojo, que había recibido un cuervo de su hermana pidiendo ayuda, inició una cabalgada desesperada para socorrer a Torre Tarbeck, pero al llegar no encontró más que ruinas incendiadas. Tampoco sirvió para nada que tratara de coger desprevenidos a los Lannister en su campamento, pues éstos lo superaban en número del orden de cinco a uno. El León Rojo volvió a Castamere herido y con el rabo entre las piernas, dispuesto a resistir un asedio, pues no disponía de suficientes fuerzas para contener a Lord Tywin.

Sobre Castamere, cabe decir que se trataba del asentamiento ancestral de los Reyne, como he comentado anteriormente. Su riqueza, como la de los Lannister, se centraba en sus minas de oro. Su castillo, como el de los Lannister, estaba excavado en una roca, y se decía que la práctica totalidad del mismo se encontraba bajo tierra. Y su emblema, como el de los Lannister, era un león rampante, pero éste era de color rojo, y el de los Lannister, dorado. Demasiadas similitudes. Demasiado poder. Lord Tywin no lo iba a tolerar.

Las huestes de los Lannister llegaron a Castamere en pocas jornadas. Un castillo cerrado a cal y canto los aguardaba con guardias apostados a las puertas con el objeto de obligaros a cruzar por una estrecha puerta para entrar en su interior. Vamos, la estrategia de Leónidas en las Termópilas. Pero Tywin Lannister era mucho más audaz que todo esto. Conocedor del terreno, de los secretos de la Casa Rayne y de sus propias debilidades, tomó una estrategia que no le iba a costar ni un solo hombre. Taponó todas las entradas a las minas de oro de los Rayne impidiendo que nadie pudiera huir del castillo y desvió el río Castamere, que daba nombre al asentamiento, hacia una de estas entradas, que había dejado abierta para tal fin. La gravedad, el agua y el hecho de que la práctica totalidad del castillo estuviera bajo tierra hicieron lo demás. La Casa Reyne fue extinguida de un solo golpe. Y los cadáveres de todo Reyne que fue capaz de capturar Lord Tywin, vivo o muerto, fueron colgados de las puertas de Roca Casterly hasta su total putrefacción.

Y ahora las lluvias sollozan en sus salones y ni un alma las oye”, le dijo Cercei Lannister a Margaery Tyrell en la serie de Juego de Tronos al recordar los hechos acaecidos durante la rebelión de los Reyne, que era la segunda familia más rica de Poniente. “Los arribistas más ambiciosos no se detienen en el segundo lugar, si llegan al último escalón verán más lejos que los demás, se quedarán solos con el cielo azul encima”, le advierte Cercei, haciendo referencia al León Rojo. Y es que cuando un bardo compuso la canción de Las Lluvias de Castamere en honor a Lord Tywin y éste la adoptó como el himno de su Casa, su sola mención o su mera escucha era suficiente para causar terror. Que se lo digan a Robb Stark.

LAS LLUVIAS DE CASTAMERE

"And who are you, the proud lord said,         ¿Y quién sois vos, dijo el altivo Lord,

that I must bow so low?         Que tan bajo inclinarme debo?

Only a cat of a different coat,         Solo un gato de distinto pelo,

that's all the truth I know.         Es toda la verdad que entiendo

a lion still has claws,         Un león continúa teniendo garras,

And mine are long and sharp, my lord,         y las tengo largas y filosas, mi Lord

as long and sharp as yours.         tan largas y filosas como vos.

And so he spoke, and so he spoke,         Y así habló, y así habló

that lord of Castamere,         El Lord de Castamere

But now the rains weep o'er his hall,         Pero ahora lluvias lloran en su salón

with no one there to hear.         con nadie que las escuche."

La familia. La familia estaba por encima de todo para Lord Tywin Lannister. La masacre de los Reyne de Castamere, de hecho, no fue más que un primer evento, puesto que, posteriormente, consiguió que su hija Cercei se casara con el Rey Robert Baratheon, aplastó la rebelión norteña encabezada por Robb Stark, se alió con los Tyrell para fortalecer su posición y, en definitiva, se apoderó de Poniente en poco menos de 30 años. Su objetivo era que el nombre de su familia fuera grabado en fuego en la historia de Poniente y, realmente, murió pensando que lo había conseguido.

Pero Lord Tywin tenía un miedo. Un miedo atroz que nunca revelaba a nadie y que no se muestra de manera abierta en ningún pasaje de la novela. Su punto débil siempre había sido su hijo Tyrion. Enano, deforme, dado a los vicios, Lord Tywin lo despreciaba absolutamente, pero en el fondo sabía que él era su verdadero heredero. Jaime Lannister es un gran guerrero, un hombre formidable, pero no tiene ni la inteligencia ni la astucia de su padre. La misma Genna Lannister, hermana de Tywin, se lo dijo ante las puertas de Aguasdulces: “Jaime, cariño, te conozco desde que eras un bebé que mamaba del pecho de Joanna. Sonríes como Gerion y peleas como Tyg, y hasta tienes algo de Kevan; de lo contrario no llevarías esa capa... Pero el verdadero hijo de Tywin es Tyrion, no tú. Se lo dije a tu padre en cierta ocasión, y me retiró la palabra durante medio año. A veces, los hombres pueden llegar a ser tan estúpidos... Hasta los que aparecen una vez cada mil años.”. Y, finalmente, murió por su mano, al no ser capaz de aceptarlo, al no ser capaz de comprender algo así. Al sucumbir a sus prejuicios. Al mandar a la única mujer que había querido a Tyrion por sí mismo y no por su apellido a donde quiera que vayan las putas.

Sobre Tywin Lannister, su historia, su legado, su personalidad y sus proezas podría pasarme horas hablando, pero creo que es mejor que os leáis la saga de Canción de Hielo y Fuego, que buceéis por El mundo de Hielo y Fuego, que escuchéis el podcast sobre la Casa Lannister realizado por la web de Los Siete Reinos o que busquéis en Internet teorías, ensayos y comentarios sobre su vida y obra. Pocos personajes de ficción han alcanzado semejante protagonismo. Y es que George R.R. Martin, como su personaje, pasará a la historia por cosas como esta. Por crear este universo. Esta historia. Estos hombres.

Oíd su rugido.

08.10.2016 13:49
¡Ah, la inspiración! Qué haríamos sin ella. Cómo podría yo, o cualquiera, preparar un artículo, un escrito de cualquier naturaleza, un libro o cualquier actividad creativa sin que esa inspiración, que podemos llamar musa, viniera a visitarnos. En mi caso, suele aparecer como una ráfaga en mi cabeza, de repente, sin venir a cuento; y en ocasiones, tal y como aparece se esfuma. Y se pierde. Decía Camilo Jose Cela que la inspiración, o la musa, que encaja mejor en el símil, es una mujer caprichosa, y sólo si se nos aparece trabajando podemos aprovecharla. No podemos esperar a que venga para iniciar nuestro trabajo; tenemos que iniciar nuestro trabajo para que ésta venga a visitarnos. Decía otro escritor que él llevaba siempre consigo una libreta en blanco y un lapicero para anotar cualquier cosa que se le ocurriera y le pareciera interesante. Porque los pensamientos, como las musas, van y vienen, y como no te subas al tren, éste parte sin ti.
 
La Real Academia Española -que, a pesar de que me tiene contento con sus absurdas eliminaciones de tildes diacríticas o su sistematización de palabras como cederrón o culamen, continúa siendo referencia para conocer el significado de las palabras en nuestro idioma- define a una musa como la “inspiración propia de un artista o escritor” en su segunda acepción. Sin embargo, el hecho de que, por lo general, personifiquemos a una musa en forma de mujer, tiene su origen en la primera acepción del término: “una musa es cada una de las nueve deidades que, según el mito, habitaban, presididas por Apolo, en el Parnaso o en el Helicón, protegiendo las ciencias y las artes liberales”. Por tanto, el concepto viene de antaño. De la Antigua Grecia, para ser más exactos. De los propios dioses.
Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania. Así se llamaban estas nueve deidades que, con su danza veleidosa, inspiraban al hombre griego en las artes del canto, historia, poesía, música, tragedia, religión, danza, comedia y astronomía, respectivamente. No obstante, Sócrates, personaje histórico que no merece presentación, no recibía su inspiración de estas musas mitológicas, sino de un daimon. Platón, discípulo de Sócrates, –al que le debemos el conocimiento de Sócrates, pues éste no dejó nada escrito- definió a un daimon como un ser intermedio entre los mortales y los inmortales cuyo propósito era transmitir los asuntos divinos a los humanos y los asuntos humanos a los dioses. Que igual que Calíope, por ejemplo, intermediaba entre una cantante y Apolo, los daimon intermediaban entre los filósofos y los dioses; por lo que podemos deducir que, en efecto, un daimon era una especie de musa. Palabra, ésta, que con el paso de los años y bajo el prisma del cristianismo, se transformaría hasta convertirse en un término que continúa hasta nuestros días, pero con un significado que ha variado ostensiblemente: demonios.
 
Por tanto, y como se deduce de lo expuesto, a las musas siempre se les ha atribuido históricamente un componente trascendente, ya sea luz u oscuridad, el bien o el mal, Dios o el Diablo. Ángeles que inspiran en nombre de Dios y demonios que inspiran en nombre de Lucifer. Todo ello, diréis, tiene más que ver con el maniqueísmo católico que con el propio concepto de musa, entendido desde una perspectiva puramente objetiva, y tendréis razón; pero veinte siglos de religión modulan lenguaje, conceptos y visión histórica, por lo que a fecha actual, por mucho que desde Occidente se esté tratando de separar a Dios, sea cual sea, de las ciencias liberales, estos conceptos continúan vigentes. Y la música no es una excepción.
 
De hecho, en el artículo dedicado al extravagante y sangriento grupo de black metal Mayhem, la inspiración demoníaca se dejaba entrever. Ojo, no porque yo crea que mediaran fuerzas oscuras entre los miembros de la banda y su música, sino por lo que ellos mismos sostenían y por sus propios actos. Y es que quemar iglesias por toda Noruega, portar símbolos satánicos a sus conciertos o dedicar canciones al Diablo no dejan lugar a dudas, ya sean actos realizados bajo inspiración divina, depravación o simple sociopatía. Su musa, real o ficticia, eligió el camino de la oscuridad. 
 
Pero no todos los músicos pueden decir que fue el mismo Lucifer, en persona, quien les inspiró. Nada que ver tiene, en efecto, que te inspire un demonio del montón, pacato y ridículo, de estos que te susurran al oído que saques la lengua al máximo en un concierto como símbolo de lujuria –eh, Miley Cyrus-, con que el mismo Lucifer componga una melodía y te la interprete él mismo, con un violín, para tu goce y disfrute. Ese privilegio sólo lo ostenta Guiseppe Tartini.
 
El sueño de Tartini
 
Corría, como se suele decir, el año 1692 de nuestra era. La orgullosa República de Venecia, que prácticamente controlaba la totalidad de la costa oriental del Adriático, se encontraba enzarzada en la enésima guerra contra el Imperio Otomano. A pesar de haber iniciado su decadencia, que finalizaría con la invasión napoleónica de 1797, y encontrarse ya lejos de ser aquella República poderosa que controlaba el Mediterráneo oriental en la Edad Media, Venecia mantenía numerosas posesiones en territorio otomano, entre las que se encontraba la península de Istria, que actualmente forma parte de Eslovenia. Y allí, en Istria, en un hermoso pueblo llamado Pirano, nació Giuseppe Tartini el día 8 de abril del año corriente. 
Su padre, de origen italiano, quería que el bueno de Giuseppe se hiciera sacerdote y a tal efecto lo inscribió en la Universidad de Padua a fin de que se instruyera. En estos primeros años de su vida, Tartini aprendió algo de música, pero no era ése el único objeto de su instrucción, pues estudio leyes y esgrima, entre otras artes liberales. De hecho, resultó ser un buen espadachín, por lo que sus derroteros podrían haberle llevado a ser una especie de Gualterio Malatesta, pero no fue el caso. Su vida posterior quedó marcada por dos hechos concretos: la muerte de su padre y la pasión por una mujer.
 
Y es que el protagonista de este artículo no era precisamente un hombre casto y religioso. Más al contrario, era hombre casquivano que gustaba de la compañía femenina. Fallecido su padre, que nunca lo hubiera aprobado, dejó la instrucción sacerdotal y se casó con una mujer hermosa, pero de baja cuna, que se llamaba Elisabetta Premazore. Estaba prendidamente enamorado de esta mujer, a pesar de su diferencia de edad, y juntos de dieron al fornicio y al sexo desenfrenado; pues Elisabetta era ducha en la materia. De hecho, sus artes amatorias también habían prendado al Cardenal de Padua, Giorgio Cornaro, entre otros. Vamos, que en Padua los hombres de Dios se pasaban el sacramento de la castidad por el bajovientre, nunca mejor dicho.
 
El caso es que el Cardenal, al verse desposeído de su amante, denunció a Tartini, alegando que éste había secuestrado a Elisabetta. Al verse perseguido por la Justicia, tuvo que huir, dejando atrás a su amada, que imagino que volvería a su antiguo lugar bajo la sotana púrpura del Cardenal. Tras una breve estancia en Roma, se estableció en el Convento de San Francisco de Asís y, por mediación de un familiar suyo, que trabajaba en el referido Convento, retomó sus estudios musicales, decantándose por el instrumento más valorado en aquella época: el violín.
En este momento del relato, es preciso apuntar que Tartini era una persona muy obsesiva. Del mismo modo que se había obsesionado con Elisabetta, en su momento, y se había jugado la relación con su familia e incluso con la propia Iglesia, procuraba el mismo empeño a cualquier empresa que emprendía. Por ello, al evolucionar como violinista, trató de buscar una composición de armonía perfecta. Una canción excelsa, única. Y a pesar de que era un buen violinista, nada de lo que hacía satisfacía sus expectativas. Su obsesión era tal que se encerraba en su habitación durante días enteros y tocaba, tocaba y continuaba tocando, buscando la perfección, que no llegaba.
 
Todo ello cambió una noche cualquiera del año 1713. Mientras dormía plácidamente, soñó que se le aparecía Lucifer. Como siempre que se aparece en sueños, y a pesar de que siempre nos lo muestran como un ser de aspecto horripilante con patas y cabeza de cabra, se trataba de un hombre apuesto, bien plantado, con finas ropas y voz melodiosa. Hablaron de su obsesión y Lucifer, siempre dispuesto a complacer al ser humano a cambio de la habitual contraprestación, le ofreció sus servicios siempre y cuando le entregara su alma. Evidentemente, a Tartini su alma le importaba un rábano, así que se la entregó gustoso, le dejó su violín, le pidió que interpretara una canción y se puso cómodo para escuchar esa melodía. Lucifer y comenzó su interpretación. Tartini, extasiado, se deleitó con aquella maravillosa melodía, preguntándose cómo era posible que un ser tan malvado pudiera crear algo tan hermoso. 
Se despertó sobresaltado, tratando de retener al máximo la composición que le había mostrado el Diablo en persona. Sin perder un minuto, procedió a escribir todo lo que recordaba en un pentagrama de manera apresurada, antes de que los recuerdos del sueño se esfumaran irremisiblemente. Cuenta la leyenda que, mientras escribía, se dio cuenta que había aparecido algo nuevo en su habitación. Otro violín. No un violín cualquiera, sino un violín que relucía y que le demostraba que aquel sueño había sido real. Que Lucifer había estado allí.
 
No obstante, al interpretar esta melodía por su propia mano, no era exactamente igual a la que había soñado. Algo fallaba. No sabía por qué, pero no acababa de ser la misma. Y ello le provocó una gran decepción que incluso estuvo a punto de provocar que dejara la música para siempre. No obstante, se recompuso, hizo los arreglos pertinentes y la denominó la “Sonata del Diablo”. La leyenda comenzaba.
 
 
Años más tarde, le explicó el suceso a un amigo suyo, astrónomo, de nombre Jerome Lalande, que reprodujo la conversación en su libro Viaje de un francés a Italia del modo que a continuación adjunto de manera literal: “Una noche, en 1713, soñé que había hecho un pacto con el Diablo y estaba a mis órdenes. Todo me salía maravillosamente bien; todos mis deseos eran anticipados y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica. Mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia, una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me despertó. Inmediatamente tomé mi violín deseando recordar al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse entonces es, por lejos, la mejor que jamás he escrito y aún la llamo “La sonata del Diablo”, pero resultó tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre.”
 
Tartini, a partir de ese momento, comenzó a tener un éxito espectacular. De hecho, fue el primer propietario de un violín Lipinski Stradivarius, que al parecer es el más selecto y fino violín que construyó nunca Antonio Stradivarius. Violín que, a fecha actual, todavía existe y que está valorado en cuatro millones de dólares.
¡Ah, la inspiración! Las musas. Qué diversos aspectos y orígenes tienen. Tanto pueden aparecerse como una hermosa mujer, como una diosa, un demonio o el mismo Lucifer. Al cabo, no dejan de ser pequeños retazos que quedan en la mente del hombre de su vínculo con lo trascendental. Migas de pan que recogemos del suelo. O, en este caso, del sueño. 
 
Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania. Así se llamaban estas nueve deidades que, con su danza veleidosa, inspiraban al hombre griego en las artes del canto, historia, poesía, música, tragedia, religión, danza, comedia y astronomía, respectivamente. No obstante, Sócrates, personaje histórico que no merece presentación, no recibía su inspiración de estas musas mitológicas, sino de un daimon. Platón, discípulo de Sócrates, –al que le debemos el conocimiento de Sócrates, pues éste no dejó nada escrito- definió a un daimon como un ser intermedio entre los mortales y los inmortales cuyo propósito era transmitir los asuntos divinos a los humanos y los asuntos humanos a los dioses. Que igual que Calíope, por ejemplo, intermediaba entre una cantante y Apolo, los daimon intermediaban entre los filósofos y los dioses; por lo que podemos deducir que, en efecto, un daimon era una especie de musa. Palabra, ésta, que con el paso de los años y bajo el prisma del cristianismo, se transformaría hasta convertirse en un término que continúa hasta nuestros días, pero con un significado que ha variado ostensiblemente: demonios.
 
Por tanto, y como se deduce de lo expuesto, a las musas siempre se les ha atribuido históricamente un componente trascendente, ya sea luz u oscuridad, el bien o el mal, Dios o el Diablo. Ángeles que inspiran en nombre de Dios y demonios que inspiran en nombre de Lucifer. Todo ello, diréis, tiene más que ver con el maniqueísmo católico que con el propio concepto de musa, entendido desde una perspectiva puramente objetiva, y tendréis razón; pero veinte siglos de religión modulan lenguaje, conceptos y visión histórica, por lo que a fecha actual, por mucho que desde Occidente se esté tratando de separar a Dios, sea cual sea, de las ciencias liberales, estos conceptos continúan vigentes. Y la música no es una excepción.
 
De hecho, en el artículo dedicado al extravagante y sangriento grupo de black metal Mayhem, la inspiración demoníaca se dejaba entrever. Ojo, no porque yo crea que mediaran fuerzas oscuras entre los miembros de la banda y su música, sino por lo que ellos mismos sostenían y por sus propios actos. Y es que quemar iglesias por toda Noruega, portar símbolos satánicos a sus conciertos o dedicar canciones al Diablo no dejan lugar a dudas, ya sean actos realizados bajo inspiración divina, depravación o simple sociopatía. Su musa, real o ficticia, eligió el camino de la oscuridad. 
 
Pero no todos los músicos pueden decir que fue el mismo Lucifer, en persona, quien les inspiró. Nada que ver tiene, en efecto, que te inspire un demonio del montón, pacato y ridículo, de estos que te susurran al oído que saques la lengua al máximo en un concierto como símbolo de lujuria –eh, Miley Cyrus-, con que el mismo Lucifer componga una melodía y te la interprete él mismo, con un violín, para tu goce y disfrute. Ese privilegio sólo lo ostenta Guiseppe Tartini.
 
El sueño de Tartini
 
Corría, como se suele decir, el año 1692 de nuestra era. La orgullosa República de Venecia, que prácticamente controlaba la totalidad de la costa oriental del Adriático, se encontraba enzarzada en la enésima guerra contra el Imperio Otomano. A pesar de haber iniciado su decadencia, que finalizaría con la invasión napoleónica de 1797, y encontrarse ya lejos de ser aquella República poderosa que controlaba el Mediterráneo oriental en la Edad Media, Venecia mantenía numerosas posesiones en territorio otomano, entre las que se encontraba la península de Istria, que actualmente forma parte de Eslovenia. Y allí, en Istria, en un hermoso pueblo llamado Pirano, nació Giuseppe Tartini el día 8 de abril del año corriente. 
 
Su padre, de origen italiano, quería que el bueno de Giuseppe se hiciera sacerdote y a tal efecto lo inscribió en la Universidad de Padua a fin de que se instruyera. En estos primeros años de su vida, Tartini aprendió algo de música, pero no era ése el único objeto de su instrucción, pues estudio leyes y esgrima, entre otras artes liberales. De hecho, resultó ser un buen espadachín, por lo que sus derroteros podrían haberle llevado a ser una especie de Gualterio Malatesta, pero no fue el caso. Su vida posterior quedó marcada por dos hechos concretos: la muerte de su padre y la pasión por una mujer.
 
Y es que el protagonista de este artículo no era precisamente un hombre casto y religioso. Más al contrario, era hombre casquivano que gustaba de la compañía femenina. Fallecido su padre, que nunca lo hubiera aprobado, dejó la instrucción sacerdotal y se casó con una mujer hermosa, pero de baja cuna, que se llamaba Elisabetta Premazore. Estaba prendidamente enamorado de esta mujer, a pesar de su diferencia de edad, y juntos de dieron al fornicio y al sexo desenfrenado; pues Elisabetta era ducha en la materia. De hecho, sus artes amatorias también habían prendado al Cardenal de Padua, Giorgio Cornaro, entre otros. Vamos, que en Padua los hombres de Dios se pasaban el sacramento de la castidad por el bajovientre, nunca mejor dicho.
 
El caso es que el Cardenal, al verse desposeído de su amante, denunció a Tartini, alegando que éste había secuestrado a Elisabetta. Al verse perseguido por la Justicia, tuvo que huir, dejando atrás a su amada, que imagino que volvería a su antiguo lugar bajo la sotana púrpura del Cardenal. Tras una breve estancia en Roma, se estableció en el Convento de San Francisco de Asís y, por mediación de un familiar suyo, que trabajaba en el referido Convento, retomó sus estudios musicales, decantándose por el instrumento más valorado en aquella época: el violín.
 
En este momento del relato, es preciso apuntar que Tartini era una persona muy obsesiva. Del mismo modo que se había obsesionado con Elisabetta, en su momento, y se había jugado la relación con su familia e incluso con la propia Iglesia, procuraba el mismo empeño a cualquier empresa que emprendía. Por ello, al evolucionar como violinista, trató de buscar una composición de armonía perfecta. Una canción excelsa, única. Y a pesar de que era un buen violinista, nada de lo que hacía satisfacía sus expectativas. Su obsesión era tal que se encerraba en su habitación durante días enteros y tocaba, tocaba y continuaba tocando, buscando la perfección, que no llegaba.
 
Todo ello cambió una noche cualquiera del año 1713. Mientras dormía plácidamente, soñó que se le aparecía Lucifer. Como siempre que se aparece en sueños, y a pesar de que siempre nos lo muestran como un ser de aspecto horripilante con patas y cabeza de cabra, se trataba de un hombre apuesto, bien plantado, con finas ropas y voz melodiosa. Hablaron de su obsesión y Lucifer, siempre dispuesto a complacer al ser humano a cambio de la habitual contraprestación, le ofreció sus servicios siempre y cuando le entregara su alma. Evidentemente, a Tartini su alma le importaba un rábano, así que se la entregó gustoso, le dejó su violín, le pidió que interpretara una canción y se puso cómodo para escuchar esa melodía. Lucifer y comenzó su interpretación. Tartini, extasiado, se deleitó con aquella maravillosa melodía, preguntándose cómo era posible que un ser tan malvado pudiera crear algo tan hermoso. 
 
Se despertó sobresaltado, tratando de retener al máximo la composición que le había mostrado el Diablo en persona. Sin perder un minuto, procedió a escribir todo lo que recordaba en un pentagrama de manera apresurada, antes de que los recuerdos del sueño se esfumaran irremisiblemente. Cuenta la leyenda que, mientras escribía, se dio cuenta que había aparecido algo nuevo en su habitación. Otro violín. No un violín cualquiera, sino un violín que relucía y que le demostraba que aquel sueño había sido real. Que Lucifer había estado allí.
 
No obstante, al interpretar esta melodía por su propia mano, no era exactamente igual a la que había soñado. Algo fallaba. No sabía por qué, pero no acababa de ser la misma. Y ello le provocó una gran decepción que incluso estuvo a punto de provocar que dejara la música para siempre. No obstante, se recompuso, hizo los arreglos pertinentes y la denominó la “Sonata del Diablo”. La leyenda comenzaba.
 
Años más tarde, le explicó el suceso a un amigo suyo, astrónomo, de nombre Jerome Lalande, que reprodujo la conversación en su libro Viaje de un francés a Italia del modo que a continuación adjunto de manera literal: “Una noche, en 1713, soñé que había hecho un pacto con el Diablo y estaba a mis órdenes. Todo me salía maravillosamente bien; todos mis deseos eran anticipados y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica. Mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia, una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me despertó. Inmediatamente tomé mi violín deseando recordar al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse entonces es, por lejos, la mejor que jamás he escrito y aún la llamo “La sonata del Diablo”, pero resultó tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre.”
 
Tartini, a partir de ese momento, comenzó a tener un éxito espectacular. De hecho, fue el primer propietario de un violín Lipinski Stradivarius, que al parecer es el más selecto y fino violín que construyó nunca Antonio Stradivarius. Violín que, a fecha actual, todavía existe y que está valorado en cuatro millones de dólares.
 
¡Ah, la inspiración! Las musas. Qué diversos aspectos y orígenes tienen. Tanto pueden aparecerse como una hermosa mujer, como una diosa, un demonio o el mismo Lucifer. Al cabo, no dejan de ser pequeños retazos que quedan en la mente del hombre de su vínculo con lo trascendental. Migas de pan que recogemos del suelo. O, en este caso, del sueño. 
22.09.2016 18:21
El ser humano necesita creer en algo. Con el paso de los años, he ido despojándome de mis servidumbres ideológicas, he ido desprendiéndome de los prejuicios que a todos nos impiden ver más allá de nuestras propias narices, he aprendido a ver las cosas desde una barrera de sano escepticismo y me he dado cuenta que la gente necesita creer en algo, sea lo que sea, con independencia de que sea aprehensible por mí mismo. La gente necesita amarres que les ayude a soportar el sinsentido de su existencia. Y yo, en el fondo, pese a mi recalcitrante nihilismo y mi en ocasiones impostado objetivismo, también necesito creer en algo. En realidad, si me analizo a mí mismo, creo en muchas cosas que no pueden ser ponderadas, medidas o desglosadas. Creo en la empatía mamífera, por ejemplo, y aborrezco a todo aquél que desprecia al resto de animales. Creo en la inteligencia del ser humano como herramienta capaz de crear cualquier cosa que sea capaz de imaginar nuestra mente. Creo en la amistad y en que el hombre es un animal social que debe su grandeza a la capacidad de interactuar con los demás a un nivel profundo. Creo y seguiré creyendo en el poder de la música. Creo, en definitiva, que pese a todo, todavía tenemos una esperanza de redención como especie; que todavía puedo confiar, aunque sea de manera residual, en la humanidad. Seré ingenuo, en efecto, pero es lo que tienen las creencias. No se basan en certezas, sino en emociones. En tendencias que en ocasiones son inexplicables.
 
Por ese motivo, me obligo a entender a los demás. Me obligo, como digo, pues no es tarea fácil. Incluso en esta sociedad sin valores y sin ideas claras, sometida a un pernicioso relativismo que incluso huye de la realidad misma, todos acabamos fijando nuestra postura sobre cualquier circunstancia de nuestro entorno. Ya sea por haber alcanzado una conclusión tras un elaborado razonamiento interno o por haberlo escuchado en la pescadería, ciertos axiomas se fijan en nuestro cerebro y nos mueven el caleidoscopio en una posición determinada. Y si yo veo azul lo que tú ves verde, debemos hacer un esfuerzo para comprendernos. Y para minimizar este esfuerzo, deberíamos partir de la base de que no tenemos la razón. Ni el otro. Que por lo general nadie la tiene. Y eso cuesta, queridos lectores. Cuesta un huevo.
 
Imagen caleidoscopio
 
Por eso, cuando, de un tiempo a esta parte, tantas personas se han sumado a una ideología política como el independentismo catalán, me obligo a entenderlos. Entiendo la frustración idiomática al no poder vivir un día entero hablando en tu lengua materna; entiendo que los sentimientos de pertenencia no se construyen sobre una estructura objetiva, y que si te sientes catalán, y nada más, nadie puede negarte ese hecho; entiendo que, frente a determinados comportamientos discriminatorios, ofensivos y prejuiciosos, mucha gente opte por romper la baraja; entiendo también a aquella gente que considera políticamente esta opción, aunque no sea nacionalista, por entenderla mejor para sus intereses y para el de sus hijos; entiendo el valor que se le atribuye a su simbología, pues todo sistema de creencias requiere de elementos identificadores. Creedme, lo entiendo, pero mi caleidoscopio ya se ha fijado. Yo lo veo azul. Lo entiendo, pero no lo comparto.
 
No es nada personal. En absoluto. Por lo general, acostumbro a huir de toda ideología aglutinadora, sea cual sea, y erija la bandera que erija. De hecho, como ya he dicho en más de una ocasión, no quería y continúo sin querer hablar de política en este blog, pues la democracia de partidos, los nacionalismos y otras ideologías similares tienden a la homogeneización en base a cuatro ideas deslavazadas, y yo creo en la absoluta libertad individual. Por ello, pese a que esté fijando una posición con este artículo, mi intención no es intentar desvirtuar la posición contraria, o desarrollar mi punto de vista político, o empezar un debate sobre esto, lo otro, lo de más allá, sobre el y tú más y sobre el yo mejor. No se trata de eso. Se trata de explicar que de aquellos polvos vienen estos lodos. Se trata de profundizar sobre un tema de rabiosa actualidad sin más intención que el simple conocimiento. Se trata de conocer. Y por mucho que se opine, con o sin razón, que este movimiento ha sufrido un auge considerable al haber conseguido encauzar la frustración de la población ante la grave crisis económica de 2009 o que dicho movimiento esté siendo utilizado como salvavidas por políticos regionales sin escrúpulos, el hecho cierto es que esta ideología no ha surgido por ciencia infusa. La historia, cuando se mira con visión crítica, nos ofrece herramientas para comprender el presente. Y para prever el futuro.
 
Como he dicho, el ser humano necesita creer en algo. Y tener símbolos que refuercen su creencia. Y, para el independentismo catalán, pocos símbolos tienen más entidad que lo acontecido el día 11 de septiembre de 1714. Hay voces que no entienden, o incluso critican, que se rememore una derrota, pero eso únicamente denota su profunda ignorancia y el desconocimiento de lo que representa este símbolo. No se pretende celebrar una derrota. La celebración del 11 de septiembre pretende demostrar que, pese a aquella derrota, Catalunya continúa en pie. Que los ganaron, sí, pero que no se rendirán. Que la batalla continúa. Quién ganó y quién perdió y qué batalla continúa puede discutirse, por supuesto, pero la fijación de este símbolo tiene razón de ser. 
 
Pero claro, la historia es mucho más fértil que la pura simbología, que tiende a la simplificación, y estoy convencido que más allá de los cuatro lugares comunes, poca gente conoce qué pasó realmente en ese acontecimiento. Hay personas que desconocen el conflicto europeo que subyacía a la Guerra de Sucesión española o que incluso ignoran que fue Cardona, y no Barcelona, el último bastión catalán en capitular ante el Borbón; evento que tuvo lugar una semana después del famoso 11 de septiembre de 2014. Vaya, esto no lo sabíais, ¿verdad? Veamos con qué más os puedo sorprender.
 
La irreductible Cardona
 
Pongámonos en antecedentes. El Imperio Español, que había regido el destino del mundo durante el último siglo, se iba desmoronando lentamente sobre sí mismo. Ya en tiempos de Felipe IV, el llamado Rey Planeta, comenzó a notarse la fatiga de España. El capitán Diego Alatriste, personaje ficticio creado por el novelista Arturo Pérez Reverte, fue testigo de esta incipiente decadencia y vio caer de rodillas a España en 1640, con la independencia de Portugal, y en 1659, ante Francia. Pero lo peor estaba por llegar. Felipe IV, que tuvo nada menos que 21 hijos, 8 de ellos bastardos, falleció en el año 1665 con un único hijo varón superviviente: el príncipe Carlos, que sería conocido como Carlos II el Hechizado. Bonito sobrenombre, ¿verdad? Cuanto menos benévolo, a la vista de este abyecto fruto de la endogamia de los Habsburgo. 
 
Estéril, encorvado, febril, con problemas graves de estómago y constantes supuraciones en los ojos, nuestro magnánimo monarca era un puro eccehomo. En palabras del nuncio del Papa Inocencio XII, Mateo Jareño de la Parra, que visitó a Carlos II en 1694, “el rey es más bien bajo que alto y feo de rostro. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia.”. A la vista de todo ello, se pone de manifiesto, bien a las claras, que de no ser quien era, lo hubieran tirado a un pozo al nacer. Pero era el Rey de medio mundo y ahí estaba, estupefacto, firmando cuanto le ponían delante. Y con la picha mustia.
 
Retrato Carlos II
 
Francia, secular enemiga de España, se frotaba las manos ante esta situación. En aquella época, moraba Luis XIV en el Palacio de Versalles, el que sería conocido como el Rey Sol, y no iba a desaprovechar la coyuntura para sacar rédito político. Al otro lado de los Alpes, el Sacro Imperio Romano Germánico, secular aliado de España, miraba esta situación con preocupación y cierto recelo. Leopoldo I de Habsburgo, Emperador de Alemania, compartía lazos de sangre con Carlos II; de hecho, eran primos hermanos. El Emperador había visto muy reducido su poder tras la Paz de Westfalia y nada le atemorizaba más que ver acrecentado el poder de Francia.
 
Quién le iba a decir a Lutero que iba a liar semejante gazpacho en Europa. Pero así era. Las guerras de religión habían modificado completamente el equilibro de poderes en Europa y tanto España como el Sacro Imperio Romano Germánico habían sangrado hasta el desmayo por la religión católica sin más contraprestación que la propia fe. Cosa diferente pasó con Francia, pues por todo el mundo es conocida la frase de París bien vale una misa. Al Rey de Francia lo mismo le daba que le daba lo mismo catolicismo que protestantismo, mientras reinara. De hecho, incluso la concepción del propio estado había sido modificada por Lutero. Si bien España y Alemania continuaban manteniendo una dualidad entre Iglesia y Estado, Inglaterra había unido Iglesia y Estado en una suerte de cesaropapismo que le costó la cabeza a Tomás Moro; y Francia, siguiendo los dictados de Jean Bodin, había adoptado el modelo absolutista, aglutinando el poder de manera centralista entorno al monarca por encima de cualquier otra institución. De hecho, nuestro amigo Luis XIV dijo una frase que quedó para la posteridad: “L'etat c'est moi”. El Estado soy yo.
 
Así que, como vemos, Europa era una olla a presión a punto de saltar por los aires. Diferentes modelos de religión y concepción de estado pugnaban por la supremacía y una de las piezas del puzzle, España, ofrecía una oportunidad para mover las fichas y ganar la partida. Desde luego, los que no ganamos fuimos nosotros.
 
Europa en 1700
 
Como he comentado anteriormente, Carlos II era estéril, pues padecía una enfermedad derivada de la endogamia conocida como síndrome de Klinefelter, que entre otras dolencias le había procurado un pene minúsculo, mal formado, con blandas erecciones, y unos testículos pequeños y atrofiados que no generaban suficiente esperma. Vamos, un bajovientre infame que dudo mucho que le diera alegría alguna a su respectiva, Doña Maria Luisa de Orleans. De hecho, en la noche de bodas, se consiguió que Carlos II tuviera una tímida eyaculación, pero según los médicos que controlaban la consumación del matrimonio, “no se consiguieron simultanear ambas efusiones”. Vamos, que el muy inútil eyaculó en el vello púbico de la Reina debido al exiguo tamaño de su pene, que no permitía horadar profundo, y por tanto no le pudo dejar el escaso e infértil grumo dentro de su real vagina, para que nos entendamos. No había nada que hacer. Había que buscar sucesor colateral.
Curiosamente, o no tanto, las hermanas de Carlos II se habían casado con Luis XVI, Rey de Francia, y con Leopoldo I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, respectivamente. Qué casual, ¿verdad? Yo, como no creo en las casualidades, afirmo que ambos personajes, que hemos presentado anteriormente, intentaron mover sus piezas de ajedrez antes que el Rey muriera. La cosa es que sus sucesores colaterales más cercanos eran los hijos o los nietos de sus hermanas y, por ende, de Luis y Leopoldo. Por un lado, el innombrable para muchos independentistas catalanes, Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Un Borbón. Por otro lado, Carlos Francisco de Habsburgo y Neoburgo, hijo de Leopoldo I. Un Habsburgo. Pintaban bastos.
 
Los dos pretendientes
 
 
La verdad es que el cabronazo de Carlos II duró lo suyo. Nadie daba un maravedí por él, pero vivió 38 años. Poco antes de morir, no obstante, y como era lógico, se trató el asunto de la sucesión. Tras muchas discusiones entre los dos bandos que se habían formado en la Corte, a favor de uno y otro sucesor, finalmente, el Monarca redactó testamento en fecha 3 de octubre de 1700 en el que zanjó la discusión: “Reconociendo conforme a diversas consultas de ministros de Estado y Justicia que la razón en que se funda la renuncia de las señoras doña Ana y doña María Teresa, reinas de Francia, mi tía y hermana, a la sucesión de estos reinos, fue evitar el perjuicio de unirse a la Corona de Francia; y reconociendo que viniendo a cesar este motivo fundamental, subsiste este derecho de sucesión en el pariente más inmediato, conforme a las leyes de estos reinos, y que hoy se verifica este caso en el hijo segundo del Delfín de Francia; por tanto arreglándome a dichas leyes, declaro ser mi sucesor (en el caso de que Dios me lleve sin tener hijos) al duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal a la sucesión de todos mis reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos. Y mando y ordeno a todos mis súbditos y vasallos de todos mis Reinos y señoríos que en el caso referido de que Dios me lleve sin sucesión legítima le tengan y reconozcan por su rey y señor natural, y se le dé luego, y sin la menor dilación, la posesión actual, precediendo el juramento que debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis Reinos y señoríos.” 
 
Fallecido Carlos II en fecha 1 de noviembre de 1700, esto es, pocas semanas después de redactar su último testamento, los movimientos europeos no se hicieron esperar. Temerosos del poder de Francia y de la evidente influencia que tendría en el devenir de la Corona española, Inglaterra, Portugal y el Sacro Imperio Romano Germánico suscribieron una alianza en La Haya en fecha 7 de septiembre de 1701, declarando de manera inmediata la guerra contra Francia y España. Este pacto fue el primero de muchos, entre los que cabe destacar el Pacto de Génova, suscrito entre Inglaterra y el Principado de Catalunya, representado por el Virrey de Catalunya Don Francisco Antonio Fernández de Velasco y Tovar, en fecha 20 de junio de 1705, cuyo tenor literal rezaba: “Se declara que la muy poderosa princesa Ana, por la gracia de Dios Reina de la Gran Bretaña,, movida por el bien común de la Europa, para librarla de la esclavitud que amenaza la desmesurada ambición de la Francia (…) por auxiliar con el todo de sus armas a la entera recuperación de toda la Monarquía de España para el archiduque de Austria Carlos III (…) plenamente informada de las opresiones y violencias que experimenta toda la nación española y en particular los comunes y particulares del Principado de Cataluña, (…) reconoce y tiene por cierto que la Francia ha ocupado el reino de España.” Se prometieron a Catalunya 8.000 soldados, 2.000 caballos y 12.000 fusiles en cumplimiento de este acuerdo, entre otras cosas; lo obtuvieron, sí, pero también obtuvimos la conquista de Gibraltar, que aún persiste a día de hoy. Perros ingleses.
 
Imagen de la Guerra de Sucesión
 
No voy a entrar en los abundantes dimes y diretes de esta guerra que duró más de una década, pues sobre la misma podéis encontrar numerosa bibliografía. Considero que es más interesante repasar sus antecedentes, que no todo el mundo conoce, y analizar el final de la contienda y las consecuencias, que sirvieron para fijar el símbolo del 11 de septiembre. Baste decir que todos los territorios que configuraban el Reino de Aragón se revelaron contra Felipe de Anjou por un motivo muy concreto: preservar sus fueros y costumbres. Como ya hemos comentado anteriormente, el absolutismo centralista francés encabezado por Luis XIV no reconocía más ley que la del Rey, por lo que, por mediación de su nieto, y por mucho que dijera el testamento de Carlos II, dicha concepción de estado acabaría instalada en España. Razón no les faltaba. 
 
Previamente a repasar el sitio de Barcelona y su caída ante las tropas borbónicas, debo realizar un pequeño apunte. Durante el transcurso de la contienda, en Catalunya comenzó a usarse un término que ha sobrevivido hasta nuestros tiempos: butifler. El origen de esta palabra, según sostienen algunos académicos, proviene de la expresión francesa “beauté fleur”, es decir, bella flor, que hace referencia a la flor de lis borbónica; y que, en este caso, se utilizaba para señalar a aquellos catalanes que eran partidarios de Felipe de Anjou. Por el otro lado, los partidarios de Carlos de Habsburgo eran referidos como imperiales. A la vista de ello, nunca dejará de sorprenderme que me llamen botifler a mí por no ser independentista catalán cuando, de haber vivido esta guerra, hubiera sido partidario del archiduque Carlos. Cosas veredes. 
 
Pero vayamos al caso. Los ingleses, pese al Pacto de Génova, y como consecuencia del devenir de la guerra, se comprometieron con Francia a abandonar Catalunya a su suerte el día 14 de marzo de 1713 a cambio de la entrega de Gibraltar y Menorca, como se puede comprobar en el Tratado de Utrecht. Dos años antes, el archiduque Carlos había abandonado Barcelona, pues había muerto su hermano mayor, Jose I, y debía asumir el cargo de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pese a estos graves hechos, que prácticamente daban al traste con las aspiraciones catalanas, se tomó la decisión de resistir. El día 23 de julio de 1713 comenzaba el sitio de Barcelona.
 
Asedio Barcelona
 
Se formaron siete exiguos regimientos para organizar la defensa de la ciudad hasta la última gota de sangre (sic): cuatro regimientos para los defensores de origen catalán, uno para los defensores de origen alemán, otro para los defensores de origen navarro y otro para los defensores de origen castellano, este último bajo el mando de Antonio de Villaroel. En el bando borbónico tampoco estaba la situación para tirar cohetes. De hecho, se estableció un bloqueo por tierra que pretendía cortar los suministros, tanto de tropas que vinieran del resto de Catalunya como de alimentos, con el objeto de tratar de debilitar las fuerzas de la ciudad a largo plazo, pues no se disponían de tropas suficientes para invadirla al asalto. Sólo hacía falta paciencia.
 
Poco a poco, la estrategia borbónica fue dando sus frutos. Las tensiones dentro de la ciudad de Barcelona fueron en aumento. Se obtuvo alguna pequeña victoria, como la que tuvo lugar en el puerto de Barcelona contra navíos ingleses el 24 de febrero de 1714, lo cual tiene bemoles, tratándose de esos perros piratas, pero la situación era desesperada, tanto a nivel político como militar y social. La resistencia de la ciudad se cobró los ánimos de muchos ciudadanos, y no fueron pocas las conspiraciones que trataron de rendir la ciudad; pero Rafael de Casanova era férreo de voluntad. Ni siquiera cuando, pocos días antes de la capitulación de la cuidad, el mismo Antonio de Villaroel dimitió de su cargo al conocer que el Consell de Cent no tenía intención ni de firmar un pequeño armisticio para reavituallarse.
 
Llegó el día 11 de septiembre. Las tropas borbónicas iniciaron un asalto global. Parecía el fin, desde luego, pero no lo fue todavía. Realmente, no se sabe si es cierto, pues aunque haya literatura de la época, se solían realizar muchas licencias líricas, pero cuentas las crónicas que Rafael de Casanova, erguido ante sus tropas, con la bandera de Santa Eulalia en la mano, arengó a sus soldados a la defensa de la ciudad; y con tanto ímpetu se empeñaron, que consiguieron frenar a las tropas que se les venían encima como un torrente humano. Hicieron, en suma, lo que el Consell del Tres Comuns les había rogado: “donen testimoni als venidors que han executat les últimes exhortacions i esforços, protestant de tots los mals, ruïnes i desolacions que sobrevinguessen a nostra comuna i afligida pàtria, i extermini en tots en esclavitud al domini francès, se confia de tots, com vertaders fills de la Pàtria, amants de la llibertat, acudiran als llocs senyalats, a fi de derramar gloriosament sa sang i sa vida, per son Rei, per son honor, per la Pàtria i per la llibertat de tota Espanya.”.
 
Rafael de Casanova
 
Una vez estabilizado el frente, no obstante, cedió completamente la voluntad de resistir de los barceloneses. Habían sufrido más de un año de penurias, hambre, sufrimiento, enfermedades y muerte; lo habían dado todo y no tenían más que dar. Así que se iniciaron conversaciones con las tropas borbónicas y, finalmente, Barcelona se rindió de manera incondicional el día 13 de septiembre de 1714. Las tropas enemigas entraron en la ciudad. La guerra había acabado… ¿o no?
 
Pues no. No había acabado. Siguiendo la fórmula de René Goscinny y Albert Uderzo, una aldea poblada por irreductibles catalanes continuaba resistiendo al invasor francés. En el corazón de Catalunya, el pueblo de Cardona, desde su poderoso castillo elevado sobre un peñón, había repelido todo ataque que contra ellos se había dirigido, y ni siquiera al conocer la capitulación de Barcelona cejaron en su empeño. No obstante, lo que no ganaron las armas, lo ganó la empatía humana. Las tropas borbónicas amenazaron con ejecutar a toda la población de Barcelona si Cardona no se rendía. Y el día 18 de septiembre de 1714, pensando en el destino de sus compatriotas, Cardona finalmente rindió su fortaleza. Con la dignidad intacta.
 
Castillo de Cardona
 
Las consecuencias son por todos conocidas. Se acabaron las instituciones propias de Catalunya, así como sus fueros, costumbres, leyes y constituciones, quedando sometidos sus ciudadanos a una única ley estatal. Hay quien opina que los Decretos de Nueva Planta se dictaron con el único objeto de represaliar a los perdedores, pues Felipe de Anjou, que fue coronado como Felipe V, había acabado hasta los aparejos de los catalanes. Es probable. Pero, en realidad, nuevos vientos corrían por Europa en ese sangriento siglo XVIII, y quizás el sistema medieval, aunque se resistiera como gato panza arriba, estaba condenado a la extinción. A este respecto, Luis Suárez, reconocido hispanista asturiano que ostenta el cargo de académico en la Real Academia de España, opina que “la guerra de sucesión española es, sin duda, un conflicto europeo de dimensiones muy amplias; pero al mismo tiempo es una guerra civil, aunque no estuvo acompañada del alto grado de crueldad que alcanza este tipo de contiendas. (…) La Monarquía Española había nacido sobre el modelo brindado por la Corona de Aragón, que estructuraba la soberanía en dos niveles: el superior, unitario conforme a la Corona y sus funcionarios, y el inferior, que respetaba los usos y costumbres heredadas. Con la fórmula de Felipe y la fórmula reconocida en Utrecht, este modelo se abandonaba. Por eso los catalanes interpretaron las reformas, que estaban movidas por la voluntad de desarrollo, como una especie de represalia contra sus viejas costumbres defendidas”.
 
A la vista de lo expuesto, hay motivos. Hay argamasa para construir el símbolo. Y resulta absolutamente lógico y coherente que aquellos catalanes que deseen regir su propio destino se remitan a la defensa que realizaron aquellos austracistas barceloneses en 1714. Pero, como hemos visto, intervinieron muchos factores en los hechos ocurridos. Un Rey incapaz, intereses de naciones extranjeras, nuevas concepciones de estado, casualidades históricas desafortunadas, como el fallecimiento temprano de Jose I, entre otros avatares que se han quedado en mi tintero. Por lo que, como he dicho, entendiendo a los independentistas catalanes, aunque sean de nuevo cuño, no caigáis en simplificaciones. La historia es rica y, en ocasiones, los símbolos son demasiado simples.
 
De hecho, qué cojones, debería celebrarse el 18 de septiembre. Cardona nunca perdió la guerra. Ellos aguantaron hasta el final y sólo se rindieron por pura humanidad. Merecen un reconocimiento. Así que ya lo veis. Seáis o no independentistas catalanes, celebréis o no el 11 de septiembre, nunca os olvidéis de Cardona. Visitad su castillo, sentid su poder, recorred sus murallas y sentíos vencedores. 
 
PD: Todos los entrecomillados que se han adjuntado al presente artículo han sido transcritos de manera literal de fuentes fidedignas que son de dominio público y a las que podéis tener acceso libre en Internet. Los avatares históricos y los hechos reseñados han sido debidamente contrastados de diversas fuentes e, igualmente, pueden ser comprobados en cualquier libro de historia que trate este periodo histórico.
El ser humano necesita creer en algo. Con el paso de los años, he ido despojándome de mis servidumbres ideológicas, he ido desprendiéndome de los prejuicios que a todos nos impiden ver más allá de nuestras propias narices, he aprendido a ver las cosas desde una barrera de sano escepticismo y me he dado cuenta que la gente necesita creer en algo, sea lo que sea, con independencia de que sea aprehensible por mí mismo. La gente necesita amarres que les ayude a soportar el sinsentido de su existencia. Y yo, en el fondo, pese a mi recalcitrante nihilismo y mi en ocasiones impostado objetivismo, también necesito creer en algo. En realidad, si me analizo a mí mismo, creo en muchas cosas que no pueden ser ponderadas, medidas o desglosadas. Creo en la empatía mamífera, por ejemplo, y aborrezco a todo aquél que desprecia al resto de animales. Creo en la inteligencia del ser humano como herramienta capaz de crear cualquier cosa que sea capaz de imaginar nuestra mente. Creo en la amistad y en que el hombre es un animal social que debe su grandeza a la capacidad de interactuar con los demás a un nivel profundo. Creo y seguiré creyendo en el poder de la música. Creo, en definitiva, que pese a todo, todavía tenemos una esperanza de redención como especie; que todavía puedo confiar, aunque sea de manera residual, en la humanidad. Seré ingenuo, en efecto, pero es lo que tienen las creencias. No se basan en certezas, sino en emociones. En tendencias que en ocasiones son inexplicables.
 
Por ese motivo, me obligo a entender a los demás. Me obligo, como digo, pues no es tarea fácil. Incluso en esta sociedad sin valores y sin ideas claras, sometida a un pernicioso relativismo que incluso huye de la realidad misma, todos acabamos fijando nuestra postura sobre cualquier circunstancia de nuestro entorno. Ya sea por haber alcanzado una conclusión tras un elaborado razonamiento interno o por haberlo escuchado en la pescadería, ciertos axiomas se fijan en nuestro cerebro y nos mueven el caleidoscopio en una posición determinada. Y si yo veo azul lo que tú ves verde, debemos hacer un esfuerzo para comprendernos. Y para minimizar este esfuerzo, deberíamos partir de la base de que no tenemos la razón. Ni el otro. Que por lo general nadie la tiene. Y eso cuesta, queridos lectores. Cuesta un huevo.
Por eso, cuando, de un tiempo a esta parte, tantas personas se han sumado a una ideología política como el independentismo catalán, me obligo a entenderlos. Entiendo la frustración idiomática al no poder vivir un día entero hablando en tu lengua materna; entiendo que los sentimientos de pertenencia no se construyen sobre una estructura objetiva, y que si te sientes catalán, y nada más, nadie puede negarte ese hecho; entiendo que, frente a determinados comportamientos discriminatorios, ofensivos y prejuiciosos, mucha gente opte por romper la baraja; entiendo también a aquella gente que considera políticamente esta opción, aunque no sea nacionalista, por entenderla mejor para sus intereses y para el de sus hijos; entiendo el valor que se le atribuye a su simbología, pues todo sistema de creencias requiere de elementos identificadores. Creedme, lo entiendo, pero mi caleidoscopio ya se ha fijado. Yo lo veo azul. Lo entiendo, pero no lo comparto.
 
No es nada personal. En absoluto. Por lo general, acostumbro a huir de toda ideología aglutinadora, sea cual sea, y erija la bandera que erija. De hecho, como ya he dicho en más de una ocasión, no quería y continúo sin querer hablar de política en este blog, pues la democracia de partidos, los nacionalismos y otras ideologías similares tienden a la homogeneización en base a cuatro ideas deslavazadas, y yo creo en la absoluta libertad individual. Por ello, pese a que esté fijando una posición con este artículo, mi intención no es intentar desvirtuar la posición contraria, o desarrollar mi punto de vista político, o empezar un debate sobre esto, lo otro, lo de más allá, sobre el y tú más y sobre el yo mejor. No se trata de eso. Se trata de explicar que de aquellos polvos vienen estos lodos. Se trata de profundizar sobre un tema de rabiosa actualidad sin más intención que el simple conocimiento. Se trata de conocer. Y por mucho que se opine, con o sin razón, que este movimiento ha sufrido un auge considerable al haber conseguido encauzar la frustración de la población ante la grave crisis económica de 2009 o que dicho movimiento esté siendo utilizado como salvavidas por políticos regionales sin escrúpulos, el hecho cierto es que esta ideología no ha surgido por ciencia infusa. La historia, cuando se mira con visión crítica, nos ofrece herramientas para comprender el presente. Y para prever el futuro.
 
Como he dicho, el ser humano necesita creer en algo. Y tener símbolos que refuercen su creencia. Y, para el independentismo catalán, pocos símbolos tienen más entidad que lo acontecido el día 11 de septiembre de 1714. Hay voces que no entienden, o incluso critican, que se rememore una derrota, pero eso únicamente denota su profunda ignorancia y el desconocimiento de lo que representa este símbolo. No se pretende celebrar una derrota. La celebración del 11 de septiembre pretende demostrar que, pese a aquella derrota, Catalunya continúa en pie. Que los ganaron, sí, pero que no se rendirán. Que la batalla continúa. Quién ganó y quién perdió y qué batalla continúa puede discutirse, por supuesto, pero la fijación de este símbolo tiene razón de ser. 
Pero claro, la historia es mucho más fértil que la pura simbología, que tiende a la simplificación, y estoy convencido que más allá de los cuatro lugares comunes, poca gente conoce qué pasó realmente en ese acontecimiento. Hay personas que desconocen el conflicto europeo que subyacía a la Guerra de Sucesión española o que incluso ignoran que fue Cardona, y no Barcelona, el último bastión catalán en capitular ante el Borbón; evento que tuvo lugar una semana después del famoso 11 de septiembre de 2014. Vaya, esto no lo sabíais, ¿verdad? Veamos con qué más os puedo sorprender.
 
La irreductible Cardona
 
Pongámonos en antecedentes. El Imperio Español, que había regido el destino del mundo durante el último siglo, se iba desmoronando lentamente sobre sí mismo. Ya en tiempos de Felipe IV, el llamado Rey Planeta, comenzó a notarse la fatiga de España. El capitán Diego Alatriste, personaje ficticio creado por el novelista Arturo Pérez Reverte, fue testigo de esta incipiente decadencia y vio caer de rodillas a España en 1640, con la independencia de Portugal, y en 1659, ante Francia. Pero lo peor estaba por llegar. Felipe IV, que tuvo nada menos que 21 hijos, 8 de ellos bastardos, falleció en el año 1665 con un único hijo varón superviviente: el príncipe Carlos, que sería conocido como Carlos II el Hechizado. Bonito sobrenombre, ¿verdad? Cuanto menos benévolo, a la vista de este abyecto fruto de la endogamia de los Habsburgo. 
 
Estéril, encorvado, febril, con problemas graves de estómago y constantes supuraciones en los ojos, nuestro magnánimo monarca era un puro eccehomo. En palabras del nuncio del Papa Inocencio XII, Mateo Jareño de la Parra, que visitó a Carlos II en 1694, “el rey es más bien bajo que alto y feo de rostro. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia.”. A la vista de todo ello, se pone de manifiesto, bien a las claras, que de no ser quien era, lo hubieran tirado a un pozo al nacer. Pero era el Rey de medio mundo y ahí estaba, estupefacto, firmando cuanto le ponían delante. Y con la picha mustia.
Francia, secular enemiga de España, se frotaba las manos ante esta situación. En aquella época, moraba Luis XIV en el Palacio de Versalles, el que sería conocido como el Rey Sol, y no iba a desaprovechar la coyuntura para sacar rédito político. Al otro lado de los Alpes, el Sacro Imperio Romano Germánico, secular aliado de España, miraba esta situación con preocupación y cierto recelo. Leopoldo I de Habsburgo, Emperador de Alemania, compartía lazos de sangre con Carlos II; de hecho, eran primos hermanos. El Emperador había visto muy reducido su poder tras la Paz de Westfalia y nada le atemorizaba más que ver acrecentado el poder de Francia.
 
Quién le iba a decir a Lutero que iba a liar semejante gazpacho en Europa. Pero así era. Las guerras de religión habían modificado completamente el equilibro de poderes en Europa y tanto España como el Sacro Imperio Romano Germánico habían sangrado hasta el desmayo por la religión católica sin más contraprestación que la propia fe. Cosa diferente pasó con Francia, pues por todo el mundo es conocida la frase de París bien vale una misa. Al Rey de Francia lo mismo le daba que le daba lo mismo catolicismo que protestantismo, mientras reinara. De hecho, incluso la concepción del propio estado había sido modificada por Lutero. Si bien España y Alemania continuaban manteniendo una dualidad entre Iglesia y Estado, Inglaterra había unido Iglesia y Estado en una suerte de cesaropapismo que le costó la cabeza a Tomás Moro; y Francia, siguiendo los dictados de Jean Bodin, había adoptado el modelo absolutista, aglutinando el poder de manera centralista entorno al monarca por encima de cualquier otra institución. De hecho, nuestro amigo Luis XIV dijo una frase que quedó para la posteridad: “L'etat c'est moi”. El Estado soy yo.
 
Así que, como vemos, Europa era una olla a presión a punto de saltar por los aires. Diferentes modelos de religión y concepción de estado pugnaban por la supremacía y una de las piezas del puzzle, España, ofrecía una oportunidad para mover las fichas y ganar la partida. Desde luego, los que no ganamos fuimos nosotros.
Como he comentado anteriormente, Carlos II era estéril, pues padecía una enfermedad derivada de la endogamia conocida como síndrome de Klinefelter, que entre otras dolencias le había procurado un pene minúsculo, mal formado, con blandas erecciones, y unos testículos pequeños y atrofiados que no generaban suficiente esperma. Vamos, un bajovientre infame que dudo mucho que le diera alegría alguna a su respectiva, Doña Maria Luisa de Orleans. De hecho, en la noche de bodas, se consiguió que Carlos II tuviera una tímida eyaculación, pero según los médicos que controlaban la consumación del matrimonio, “no se consiguieron simultanear ambas efusiones”. Vamos, que el muy inútil eyaculó en el vello púbico de la Reina debido al exiguo tamaño de su pene, que no permitía horadar profundo, y por tanto no le pudo dejar el escaso e infértil grumo dentro de su real vagina, para que nos entendamos. No había nada que hacer. Había que buscar sucesor colateral.
 
Curiosamente, o no tanto, las hermanas de Carlos II se habían casado con Luis XVI, Rey de Francia, y con Leopoldo I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, respectivamente. Qué casual, ¿verdad? Yo, como no creo en las casualidades, afirmo que ambos personajes, que hemos presentado anteriormente, intentaron mover sus piezas de ajedrez antes que el Rey muriera. La cosa es que sus sucesores colaterales más cercanos eran los hijos o los nietos de sus hermanas y, por ende, de Luis y Leopoldo. Por un lado, el innombrable para muchos independentistas catalanes, Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Un Borbón. Por otro lado, Carlos Francisco de Habsburgo y Neoburgo, hijo de Leopoldo I. Un Habsburgo. Pintaban bastos.
 
La verdad es que el cabronazo de Carlos II duró lo suyo. Nadie daba un maravedí por él, pero vivió 38 años. Poco antes de morir, no obstante, y como era lógico, se trató el asunto de la sucesión. Tras muchas discusiones entre los dos bandos que se habían formado en la Corte, a favor de uno y otro sucesor, finalmente, el Monarca redactó testamento en fecha 3 de octubre de 1700 en el que zanjó la discusión: “Reconociendo conforme a diversas consultas de ministros de Estado y Justicia que la razón en que se funda la renuncia de las señoras doña Ana y doña María Teresa, reinas de Francia, mi tía y hermana, a la sucesión de estos reinos, fue evitar el perjuicio de unirse a la Corona de Francia; y reconociendo que viniendo a cesar este motivo fundamental, subsiste este derecho de sucesión en el pariente más inmediato, conforme a las leyes de estos reinos, y que hoy se verifica este caso en el hijo segundo del Delfín de Francia; por tanto arreglándome a dichas leyes, declaro ser mi sucesor (en el caso de que Dios me lleve sin tener hijos) al duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal a la sucesión de todos mis reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos. Y mando y ordeno a todos mis súbditos y vasallos de todos mis Reinos y señoríos que en el caso referido de que Dios me lleve sin sucesión legítima le tengan y reconozcan por su rey y señor natural, y se le dé luego, y sin la menor dilación, la posesión actual, precediendo el juramento que debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis Reinos y señoríos.” 
 
Fallecido Carlos II en fecha 1 de noviembre de 1700, esto es, pocas semanas después de redactar su último testamento, los movimientos europeos no se hicieron esperar. Temerosos del poder de Francia y de la evidente influencia que tendría en el devenir de la Corona española, Inglaterra, Portugal y el Sacro Imperio Romano Germánico suscribieron una alianza en La Haya en fecha 7 de septiembre de 1701, declarando de manera inmediata la guerra contra Francia y España. Este pacto fue el primero de muchos, entre los que cabe destacar el Pacto de Génova, suscrito entre Inglaterra y el Principado de Catalunya, representado por el Virrey de Catalunya Don Francisco Antonio Fernández de Velasco y Tovar, en fecha 20 de junio de 1705, cuyo tenor literal rezaba: “Se declara que la muy poderosa princesa Ana, por la gracia de Dios Reina de la Gran Bretaña,, movida por el bien común de la Europa, para librarla de la esclavitud que amenaza la desmesurada ambición de la Francia (…) por auxiliar con el todo de sus armas a la entera recuperación de toda la Monarquía de España para el archiduque de Austria Carlos III (…) plenamente informada de las opresiones y violencias que experimenta toda la nación española y en particular los comunes y particulares del Principado de Cataluña, (…) reconoce y tiene por cierto que la Francia ha ocupado el reino de España.” Se prometieron a Catalunya 8.000 soldados, 2.000 caballos y 12.000 fusiles en cumplimiento de este acuerdo, entre otras cosas; lo obtuvieron, sí, pero también obtuvimos la conquista de Gibraltar, que aún persiste a día de hoy. Perros ingleses.
No voy a entrar en los abundantes dimes y diretes de esta guerra que duró más de una década, pues sobre la misma podéis encontrar numerosa bibliografía. Considero que es más interesante repasar sus antecedentes, que no todo el mundo conoce, y analizar el final de la contienda y las consecuencias, que sirvieron para fijar el símbolo del 11 de septiembre. Baste decir que todos los territorios que configuraban el Reino de Aragón se revelaron contra Felipe de Anjou por un motivo muy concreto: preservar sus fueros y costumbres. Como ya hemos comentado anteriormente, el absolutismo centralista francés encabezado por Luis XIV no reconocía más ley que la del Rey, por lo que, por mediación de su nieto, y por mucho que dijera el testamento de Carlos II, dicha concepción de estado acabaría instalada en España. Razón no les faltaba. 
 
Previamente a repasar el sitio de Barcelona y su caída ante las tropas borbónicas, debo realizar un pequeño apunte. Durante el transcurso de la contienda, en Catalunya comenzó a usarse un término que ha sobrevivido hasta nuestros tiempos: botifler. El origen de esta palabra, según sostienen algunos académicos, proviene de la expresión francesa “beauté fleur”, es decir, bella flor, que hace referencia a la flor de lis borbónica; y que, en este caso, se utilizaba para señalar a aquellos catalanes que eran partidarios de Felipe de Anjou. Por el otro lado, los partidarios de Carlos de Habsburgo eran referidos como imperiales. A la vista de ello, nunca dejará de sorprenderme que me llamen botifler a mí por no ser independentista catalán cuando, de haber vivido esta guerra, hubiera sido partidario del archiduque Carlos. Cosas veredes. 
 
Pero vayamos al caso. Los ingleses, pese al Pacto de Génova, y como consecuencia del devenir de la guerra, se comprometieron con Francia a abandonar Catalunya a su suerte el día 14 de marzo de 1713 a cambio de la entrega de Gibraltar y Menorca, como se puede comprobar en el Tratado de Utrecht. Dos años antes, el archiduque Carlos había abandonado Barcelona, pues había muerto su hermano mayor, Jose I, y debía asumir el cargo de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pese a estos graves hechos, que prácticamente daban al traste con las aspiraciones catalanas, se tomó la decisión de resistir. El día 23 de julio de 1713 comenzaba el sitio de Barcelona.
Se formaron siete exiguos regimientos para organizar la defensa de la ciudad hasta la última gota de sangre (sic): cuatro regimientos para los defensores de origen catalán, uno para los defensores de origen alemán, otro para los defensores de origen navarro y otro para los defensores de origen castellano, este último bajo el mando de Antonio de Villaroel. En el bando borbónico tampoco estaba la situación para tirar cohetes. De hecho, se estableció un bloqueo por tierra que pretendía cortar los suministros, tanto de tropas que vinieran del resto de Catalunya como de alimentos, con el objeto de tratar de debilitar las fuerzas de la ciudad a largo plazo, pues no se disponían de tropas suficientes para invadirla al asalto. Sólo hacía falta paciencia.
 
Poco a poco, la estrategia borbónica fue dando sus frutos. Las tensiones dentro de la ciudad de Barcelona fueron en aumento. Se obtuvo alguna pequeña victoria, como la que tuvo lugar en el puerto de Barcelona contra navíos ingleses el 24 de febrero de 1714, lo cual tiene bemoles, tratándose de esos perros piratas, pero la situación era desesperada, tanto a nivel político como militar y social. La resistencia de la ciudad se cobró los ánimos de muchos ciudadanos, y no fueron pocas las conspiraciones que trataron de rendir la ciudad; pero Rafael de Casanova era férreo de voluntad. Ni siquiera cuando, pocos días antes de la capitulación de la cuidad, el mismo Antonio de Villaroel dimitió de su cargo al conocer que el Consell de Cent no tenía intención ni de firmar un pequeño armisticio para reavituallarse.
 
Llegó el día 11 de septiembre de 1714. Las tropas borbónicas iniciaron un asalto global. Parecía el fin, desde luego, pero no lo fue todavía. Realmente, no se sabe si es cierto, pues aunque haya literatura de la época, se solían realizar muchas licencias líricas, pero cuentas las crónicas que Rafael de Casanova, erguido ante sus tropas, con la bandera de Santa Eulalia en la mano, arengó a sus soldados a la defensa de la ciudad; y con tanto ímpetu se empeñaron, que consiguieron frenar a las tropas que se les venían encima como un torrente humano. Hicieron, en suma, lo que el Consell del Tres Comuns les había rogado: “donen testimoni als venidors que han executat les últimes exhortacions i esforços, protestant de tots los mals, ruïnes i desolacions que sobrevinguessen a nostra comuna i afligida pàtria, i extermini en tots en esclavitud al domini francès, se confia de tots, com vertaders fills de la Pàtria, amants de la llibertat, acudiran als llocs senyalats, a fi de derramar gloriosament sa sang i sa vida, per son Rei, per son honor, per la Pàtria i per la llibertat de tota Espanya.”.
Una vez estabilizado el frente, no obstante, cedió completamente la voluntad de resistir de los barceloneses. Habían sufrido más de un año de penurias, hambre, sufrimiento, enfermedades y muerte; lo habían dado todo y no tenían más que dar. Así que se iniciaron conversaciones con las tropas borbónicas y, finalmente, Barcelona se rindió de manera incondicional el día 13 de septiembre de 1714. Las tropas enemigas entraron en la ciudad. La guerra había acabado… ¿o no?
 
Pues no. No había acabado. Siguiendo la fórmula de René Goscinny y Albert Uderzo, una aldea poblada por irreductibles catalanes continuaba resistiendo al invasor francés. En el corazón de Catalunya, el pueblo de Cardona, desde su poderoso castillo elevado sobre un peñón, había repelido todo ataque que contra ellos se había dirigido, y ni siquiera al conocer la capitulación de Barcelona cejaron en su empeño. No obstante, lo que no ganaron las armas, lo ganó la empatía humana. Las tropas borbónicas amenazaron con ejecutar a toda la población de Barcelona si Cardona no se rendía. Y el día 18 de septiembre de 1714, pensando en el destino de sus compatriotas, Cardona finalmente rindió su fortaleza. Con la dignidad intacta.
Las consecuencias son por todos conocidas. Se acabaron las instituciones propias de Catalunya, así como sus fueros, costumbres, leyes y constituciones, quedando sometidos sus ciudadanos a una única ley estatal. Hay quien opina que los Decretos de Nueva Planta se dictaron con el único objeto de represaliar a los perdedores, pues Felipe de Anjou, que fue coronado como Felipe V, había acabado hasta los aparejos de los catalanes. Es probable. Pero, en realidad, nuevos vientos corrían por Europa en ese sangriento siglo XVIII, y quizás el sistema medieval, aunque se resistiera como gato panza arriba, estaba condenado a la extinción. A este respecto, Luis Suárez, reconocido hispanista asturiano que ostenta el cargo de académico en la Real Academia de España, opina que “la guerra de sucesión española es, sin duda, un conflicto europeo de dimensiones muy amplias; pero al mismo tiempo es una guerra civil, aunque no estuvo acompañada del alto grado de crueldad que alcanza este tipo de contiendas. (…) La Monarquía Española había nacido sobre el modelo brindado por la Corona de Aragón, que estructuraba la soberanía en dos niveles: el superior, unitario conforme a la Corona y sus funcionarios, y el inferior, que respetaba los usos y costumbres heredadas. Con la fórmula de Felipe y la fórmula reconocida en Utrecht, este modelo se abandonaba. Por eso los catalanes interpretaron las reformas, que estaban movidas por la voluntad de desarrollo, como una especie de represalia contra sus viejas costumbres defendidas”.
 
A la vista de lo expuesto, hay motivos. Hay argamasa para construir el símbolo. Y resulta absolutamente lógico y coherente que aquellos catalanes que deseen regir su propio destino se remitan a la defensa que realizaron aquellos austracistas barceloneses en 1714. Pero, como hemos visto, intervinieron muchos factores en los hechos ocurridos. Un Rey incapaz, intereses de naciones extranjeras, nuevas concepciones de estado, casualidades históricas desafortunadas, como el fallecimiento temprano de Jose I, entre otros avatares que se han quedado en mi tintero. Por lo que, como he dicho, entendiendo a los independentistas catalanes, aunque sean de nuevo cuño, no caigáis en simplificaciones. La historia es rica y, en ocasiones, los símbolos son demasiado simples.
 
De hecho, qué cojones, debería celebrarse el 18 de septiembre. Cardona nunca perdió la guerra. Ellos aguantaron hasta el final y sólo se rindieron por pura humanidad. Merecen un reconocimiento. Así que ya lo veis. Seáis o no independentistas catalanes, celebréis o no el 11 de septiembre, nunca os olvidéis de Cardona. Visitad su castillo, sentid su poder, recorred sus murallas y sentíos vencedores. 
 
PD: Todos los entrecomillados que se han adjuntado al presente artículo han sido transcritos de manera literal de fuentes fidedignas que son de dominio público y a las que podéis tener acceso libre en Internet. Los avatares históricos y los hechos reseñados han sido debidamente contrastados de diversas fuentes e, igualmente, pueden ser comprobados en cualquier libro de historia que trate este periodo histórico.
18.08.2016 17:28
Cualquiera que me conozca mínimamente sabrá que un servidor cree en la absoluta igualdad entre seres humanos, con independencia de sexo, religión, raza, condición sexual e incluso gusto musical. Esta última condición me cuesta, lo reconozco, pero con el paso de los años he adoptado una posición muy tolerante incluso con adoradores de la bachata. Vive y deja vivir, vamos. Y, bueno, realmente lo más complicado no es vivir según tus propios valores y criterios, sino que te dejen vivir como tal. Cuando eres un adolescente, lo complejo es tener personalidad propia y evitar caer en la pegajosa melaza de la moda del momento, como mosca en telaraña, que todo lo diluye y estupidiza; pero cuando te forjas tu personalidad propia, cuando haces lo que realmente quieres, lo complejo es que te dejen vivir en paz. Vamos, que la gente tiene la puta manía de decirte constantemente lo que tienes que hacer o lo que tienes que pensar. Erigirse en jueces de los demás. Y pocas cosas detesto más en este jodido mundo que la superioridad moral de determinadas personas. A mirar por encima del hombro a vuestra puta madre, amiguitos.
 
Dejando a un lado otras ideologías o posiciones sociales que habitúan a hacer gala de una arrogancia y superioridad moral verdaderamente irritante -como algunos, que no todos, los veganos, o algunos movimientos de izquierda- mis rayos y centellas se dirigirán, en esta ocasión, hacia el feminismo del siglo XXI. Y me jode tener que ponernos en el disparadero, os lo juro. Porque yo, como he dejado claro desde el principio, soy un absoluto defensor de la igualdad entre sexos, y debo ser de los pocos que predica con el ejemplo. Pero eso no es suficiente para el feminismo actual. A pesar que su objetivo fundamental durante gran parte del siglo XX fue ése, y no otro, ahora tenemos que soportar que una especie de adalides del movimiento señalen como machista hasta el acto de respirar. Entre el mansplaining, el manspreading, el machismo del ajedrez (véase más abajo), la prohibición de cualquier imagen de violencia contra una mujer, sea o no por razón de su sexo, la cantinela de los miembros y las miembras, y todo un piélago de gilipolleces de misma naturaleza, el movimiento feminista se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Y como todo ofende, todo debe ser prohibido; y la mujer, que había alcanzado cierta igualdad, vuelve a sobreprotegerse por parte de estas absurdas reivindicaciones. Las propias feministas que niegan el axioma del sexo débil lo refuerzan con sus actos. 
Y mientras todas estas payasadas campan por sus respetos en el decadente Occidente, la ablación se practica sin reparo en media África, se viola a mujeres a pene lleno en países árabes, se somete a toda mujer gitana que se precie, en este mismo país, a un estado de total servidumbre al macho, se continúan haciendo anuncios de televisión con mujeres florero enseñando carne sin empacho alguno y, por supuesto, se baila en las discotecas música repugnante que trata a toda mujer de puta para arriba, como si todo su ser se redujera a un chocho, dos tetas y un culo que azotar. Tal es la hipocresía de este feminismo de nueva hornada. No veréis a FEMEN enseñar pezón en Afganistán. No veréis criticar el burka, sino todo lo contrario, porque claro, lo llevan de manera voluntaria y es mucho peor la occidental que lleva bikini con el objeto de cosificar su cuerpo. Os juro que siento verdadero asco cada vez que veo a intelectuales de baratillo dar lecciones de feminismo absurdo en una tertulia televisiva cuando, en la propia España, violan a una mujer cada 8 horas
 
En fin, lo políticamente correcto como nueva moral absoluta y sus fanáticos acólitos actuando como inquisidores. Lo cual tiene muchos bemoles, que no cojones, no vaya a ser que me tachen de marichulo por apelar a mis órganos sexuales masculinos; pues tras habernos librado de centurias de curas fanáticos, de obispos mojando en todas las salsas del poder y de dura represión contra todo lo que no fuera una interpretación estricta de un maldito libro escrito hace dos milenios, ahora abrazamos, voluntaria y animosamente, otra nueva religión de mierda. Secular, pero religión en todos los demás aspectos. Libertad, joder. Yo sólo quiero libertad para vivir como me plazca y para que los demás hagan lo propio. Vive y deja vivir. Sé libre.
El caso es que estoy convencido que jamás descubriréis qué bailan en las discotecas estas feminazis que enseñan las tetas en el Congreso de los Diputados pero no tienen ovarios a plantarle cara a cualquier imán árabe que aboga, con naturalidad y en nombre de la religión del amor, por golpear a las esposas en el torso cuando se porten mal para no dejar marcas. Y es que no puede ser. O no debería poder ser. Pero lo es. Cuando se desmelenan, cuando dejan su postureo en redes sociales, cuando se ponen zapatos de tacón, escuchan a los que yo llamo rapsodas del misógino. Y digo misógino y no jurásico, o cretácico, que también servirían, por una cuestión de precisión conceptual.
 
Ah, la bendita hipocresía. Qué haríamos sin ella. Seguramente seríamos mejores personas o, al menos, personas decentes, ¿pero quién quiere decencia habiendo reggaeton? Sus letras dan buena fe de ello, como veremos a continuación:
 
Comenzaremos este repaso por las canciones más infames, perturbadas y misóginas de este maravilloso género musical por un artista que, ya en su propio mote, nos remite a sus antepasados. La letra no tiene desperdicio alguno:
 
“Si Eva no se hubiera comido la manzana
la vida fuera sin malicia y mucho mas sana
pero como esa cabrona se comió la fruta
por eso es que hoy en día hay mujeres tan putas”
 
Nuestro amigo gorila, en estos bellos versos, establece una conexión entre la manzana que se comió Eva y la condición de puta de una mujer no como profesión, sino como insulto. Y es que el Hacedor ya las hizo así, debe pensar este cantautor. Qué malcarado. Les dio cerebro en lugar de unas tetas más grandes.
 
“Ven gata, quiero darte
por detrás y por delante
subirte a la cima y las nalgas guayarte”
 
Vaya, vaya, así que la religión sólo era una excusa para dar la primera en la frente. Lo que de verdad quiere nuestro amigo es mojar churro, por detrás y por delante, y azotar los glúteos de la mujer. No sé qué pensaría el Hacedor sobre la penetración anal, pero algo me dice que no pensaba en ello cuando Eva se comió la manzana. En cualquier caso, feminismo en estado puro, oiga. ¿Cosificación? ¿Qué es eso, parse?
 
“Ella el micrófono agarró
y hasta la melodía se tragó”
 
Aquí tampoco encontramos ningún doble sentido, por supuesto. Algunos malpensados diréis que con esta frase insinúa que a la interfecta le gusta tragarse en zumo de varón tras haber practicado una gostosa felación, pero Franco el Gorila nunca establecería esa conexión. Sería propio de simios.
 
Pues sí, este colega se llama Palomino. Como el que se deja en un calzoncillo. Todo un genio, como su compadre Daniel. Y entre los dos tienen la solución a todos los males de la mujer: la “pipicilina”. Haciendo uso de un intrincado proceso lingüístico, han creado una palabra nueva basada en la palabra penicilina y “pipi”, que entiendo que debe ser su pene, cuyo principal objetivo es miccionar. Vamos, que estos colegas tienen la polla milagrosa. Mi “pipicilina” lo cura “to”, baby. Falocentrismo, que dirían mis amigas las feminazis. 
 
“Mami te traigo tu medicina
La que te saca de la rutina
La que te inyectan por donde orinas
¿Como se llama?
Pipicilina”
 
Como vemos, el intrincado proceso mental que han llevado a cabo estos artistas del reggaeton les ha llevado a establecer un símil entre su polla y una inyección. Son instrumentos alargados y que expulsan alguna suerte de sustancia. El sabo curandero. Y te la meten por donde orinas. Qué sutil, pardiez. Qué belleza. Qué cierre de círculo.
 
“Ponte en cuatro a la altura de mi cintura
Pipicilina, esa es tu cura
Ponte en cuatro, la cosa se puso dura
Pipicilina, esa es tu cura
Si te duele por detrás, te lo doy por el frente
Ponme esa nalga que te voy a inyectar”
 
Qué considerados, oiga. Fijaos bien que aunque la cosa se ponga dura y no quede otro remedio que clavar su inyección, tienen en alta consideración a la mujer: le dejan elegir agujero. Porque claro, el ano puede estar muy estrecho y, sin vaselina, la “pipicilina” puede producir desgarros. En cualquier caso, tú “ponte en cuatro” y deja que “los profesionales” hagan su trabajo. Su polla mágica te cura tanto de gripe como de tifus, pero no pidas mucho, pues de la gonorrea no te salva. El plástico no está hecho para machos.
 
Con esta canción, damos una vuelta más a la tuerca. Y es que por lo menos el tal gorila quería darle a la “gata” por delante y por detrás, demostrando que incluso puede establecer conexión ocular con ella; y nuestro otro colega, el de la “pipicilina” tiene la deferencia de cambiar de agujero si le duele por el ano, y no penetra a la dama por deseo sexual, sino para darle eficaz medicina a todos sus males. Pero Ñejo y Dálmata no quieren ver nada más que sus nalgas o su boca. Da igual cómo sea la chica, alta o baja, delgada o gorda, a cuatro patas no se ve, como dice el título. Es que vamos, ya sólo por el infame título merecerían castración al estilo burgalés. Pero la letra mejora lo presente.
 
“Esta medio gordita pero chupa chévere
Eso en cuatro no se ve
Tu tienes una linda y yo feas tengo tres
Eso en cuatro no se ve 
¡Qué carajo! Mira, mira para la pared 
Con la luz apagada eso no se ve”
 
A estos muchachos les dan igual ocho que ochenta. Y no tienen problemas en llamar gorda y fea a una mujer, por que claro, aunque la insulten en su puta cara, si la chupa bien podrá disfrutar de sus vergas, ¿verdad? Yo estoy convencido de que estarán haciendo cola para felar a estos macacos. Fijo, vamos.
 
“Si a ultima hora, cualquier roto saca leche 
Ella me dice que en la cara se la eche
Que yo soy un descarado, no me importa lo que digas 
Sé mas agradecida que te estoy dando figa 
No te acomplejes, disfrútate la vida”
 
Y claro, encima que te hacen el favor, chica fea y gorda, tienes que ser agradecida y beberte su veneno. Y es que además de ser románticos hasta decir basta, hacen un servicio social. Su pene como caridad, por supuesto. Los hijos de puta.
 
Y continuamos subiendo en misoginia. Con esta canción, la cosa ya no sólo va de usar a una mujer como una saca leche, como un mero trozo de carne, sino que nos conmina a azotarla y pegarla para ponerla a tono. Lo mejor, por eso, es ver las pintas de este anormal disfrazado como un pandillero al que su madre todavía le prepara los cereales por la mañana con la leche calentita, como si tuviera algo entre las piernas más allá de un micropene. La viva estampa de un mentecato.
 
“Agárrala, pégala, azótala, pégala 
sácala a bailar 
que va a todas, 
pégala, azótala, agárrala, que ella va a todas”
 
Sí, lo sé, no hablan de dar una paliza en la cocina a una mujer, sino de azotarla en el trasero mientras baila en la discoteca, pero eso es humillante para cualquiera que tenga dos dedos de frente. Y claro, en este caso, el trozo de carne es como un buen bistec, hay que apalearlo para que esté más sabroso. Pasamos del “bailar agarrado” de nuestros padres, o de nosotros mismos en su momento, a rozar polla erecta en culo ajeno y azotar con instinto animal esas nalgas. Ni los monos actúan así.
 
“Ella esta suelta 
y nada va a evitar que yo la azote 
yo la someto 
mamita, no te equivoques”
 
Aquí está la madre del cordero. La sumisión. Y el azote por mis cojones. Da igual que la chica diga que no, nada va a evitar el azote en su nalga y su sumisión al macho alpha. Bueno, en este caso, este pollito descabezado no somete ni su abuela, pero las intenciones están ahí. Azote va y azote viene. La maté porque era mía.
 
Y esto, queridos lectores, es lo que suena cada fin de semana en todas las discotecas que hacen llenazo. Esta basura, pues no tiene otro nombre, influye a las adolescentes mucho más que un tipo que se abre de piernas en el metro o que el hecho de que, en el ajedrez, el objetivo sea matar al Rey y no a la Reina. Y el machismo, lejos de retroceder, está aumentando de manera alarmante mientras nuestras amigas feminazis se dedican a debatir sobre el sexo de los ángeles cobrando pingües sumas económicas del erario público. Y no, la solución no es la prohibición, sino la educación. Que la gente abomine de esta mierda. Que no lo escuche por propia voluntad, que le peguen un cubatazo al dj cuando la ponga en la discoteca. Que tenga, en suma, la inteligencia necesaria para poder usar su libertad y ser libres de curas, de imanes y de machitos de mierda.
 
Pero en fin, me parece que pintan bastos. O pipicilinas. 
 
Dejando a un lado otras ideologías o posiciones sociales que habitúan a hacer gala de una arrogancia y superioridad moral verdaderamente irritante -como algunos, que no todos, los veganos, o algunos movimientos de izquierda- mis rayos y centellas se dirigirán, en esta ocasión, hacia el feminismo del siglo XXI. Y me jode tener que ponernos en el disparadero, os lo juro. Porque yo, como he dejado claro desde el principio, soy un absoluto defensor de la igualdad entre sexos, y debo ser de los pocos que predica con el ejemplo. Pero eso no es suficiente para el feminismo actual. A pesar que su objetivo fundamental durante gran parte del siglo XX fue ése, y no otro, ahora tenemos que soportar que una especie de adalides del movimiento señalen como machista hasta el acto de respirar. Entre el mansplaining, el manspreading, el machismo del ajedrez, la prohibición de cualquier imagen de violencia contra una mujer, sea o no por razón de su sexo, la cantinela de los miembros y las miembras, y todo un piélago de gilipolleces de misma naturaleza, el movimiento feminista se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Y como todo ofende, todo debe ser prohibido; y la mujer, que había alcanzado cierta igualdad, vuelve a sobreprotegerse por parte de estas absurdas reivindicaciones. Las propias feministas que niegan el axioma del sexo débil lo refuerzan con sus actos. 
 
Foto feminazis
 
Y mientras todas estas payasadas campan por sus respetos en el decadente Occidente, la ablación se practica sin reparo en media África, se viola a mujeres a pene lleno en países árabes, se somete a toda mujer gitana que se precie, en este mismo país, a un estado de total servidumbre al macho, se continúan haciendo anuncios de televisión con mujeres florero enseñando carne sin empacho alguno y, por supuesto, se baila en las discotecas música repugnante que trata a toda mujer de puta para arriba, como si todo su ser se redujera a un chocho, dos tetas y un culo que azotar. Tal es la hipocresía de este feminismo de nueva hornada. No veréis a FEMEN enseñar pezón en Afganistán. No veréis criticar el burka, sino todo lo contrario, porque claro, lo llevan de manera voluntaria y es mucho peor la occidental que lleva bikini con el objeto de cosificar su cuerpo. Os juro que siento verdadero asco cada vez que veo a intelectuales de baratillo dar lecciones de feminismo absurdo en una tertulia televisiva cuando, en la propia España, violan a una mujer cada 7 horas. 
 
En fin, lo políticamente correcto como nueva moral absoluta y sus fanáticos acólitos actuando como inquisidores. Lo cual tiene muchos bemoles, que no cojones, no vaya a ser que me tachen de marichulo por apelar a mis órganos sexuales masculinos; pues tras habernos librado de centurias de curas fanáticos, de obispos mojando en todas las salsas del poder y de dura represión contra todo lo que no fuera una interpretación estricta de un maldito libro escrito hace dos milenios, ahora abrazamos, voluntaria y animosamente, otra nueva religión de mierda. Secular, pero religión en todos los demás aspectos. Libertad, joder. Yo sólo quiero libertad para vivir como me plazca y para que los demás hagan lo propio. Vive y deja vivir. Sé libre.
 
Foto feminismo radical
 
El caso es que estoy convencido que jamás descubriréis qué bailan en las discotecas estas feminazis que enseñan las tetas en el Congreso de los Diputados pero no tienen ovarios a plantarle cara a cualquier imán árabe que aboga, con naturalidad y en nombre de la religión del amor, por golpear a las esposas en el torso cuando se porten mal para no dejar marcas. Y es que no puede ser. O no debería poder ser. Pero lo es. Cuando se desmelenan, cuando dejan su postureo en redes sociales, cuando se ponen zapatos de tacón, escuchan a los que yo llamo rapsodas del misógino. Y digo misógino y no jurásico, o cretácico, que también servirían, por una cuestión de precisión conceptual.
 
Ah, la bendita hipocresía. Qué haríamos sin ella. Seguramente seríamos mejores personas o, al menos, personas decentes, ¿pero quién quiere decencia habiendo reggaeton? Sus letras dan buena fe de ello, como veremos a continuación:
 
Franco El Gorila – Mujeres Talentosas
 
Foto anormal
 
Comenzaremos este repaso por las canciones más infames, perturbadas y misóginas de este maravilloso género musical por un artista que, ya en su propio mote, nos remite a sus antepasados. La letra no tiene desperdicio alguno:
 
“Si Eva no se hubiera comido la manzana
la vida fuera sin malicia y mucho mas sana
pero como esa cabrona se comió la fruta
por eso es que hoy en día hay mujeres tan putas”
 
Nuestro amigo gorila, en estos bellos versos, establece una conexión entre la manzana que se comió Eva y la condición de puta de una mujer no como profesión, sino como insulto. Y es que el Hacedor ya las hizo así, debe pensar este cantautor. Qué malcarado. Les dio cerebro en lugar de unas tetas más grandes.
 
“Ven gata, quiero darte
por detrás y por delante
subirte a la cima y las nalgas guayarte”
 
Vaya, vaya, así que la religión sólo era una excusa para dar la primera en la frente. Lo que quiere de verdad quiere nuestro amigo es mojar churro, por detrás y por delante, y azotar los glúteos de la mujer. No sé qué pensaría el Hacedor sobre la penetración anal, pero algo me dice que no pensaba en ello cuando Eva se comió la manzana. En cualquier caso, feminismo en estado puro, oiga. ¿Cosificación? ¿Qué es eso, parse?
 
“Y hasta la melodía se tragó”
 
Aquí tampoco encontramos ningún doble sentido, por supuesto. Algunos malpensados diréis que con esta frase insinúa que a la interfecta le gusta tragarse en zumo de varón tras haber practicado una gostosa felación, pero Franco el Gorila nunca establecería esa conexión. Sería propio de simios.
 
Palomino & Daniel – Pipicilina
 
Pues sí, este colega se llama Palomino. Como el que se deja en un calzoncillo. Todo un genio, como su compadre Daniel. Y entre los dos tienen la solución a todos los males de la mujer: la “pipicilina”. Haciendo uso de un intrincado proceso lingüístico, han creado una palabra nueva basada en la palabra penicilina y “pipi”, que entiendo que debe ser su pene, cuyo principal objetivo es miccionar. Vamos, que estos colegas tienen la polla milagrosa. Mi “pipicilina” lo cura “to”, baby. Falocentrismo, que dirían mis amigas las feminazis. 
 
“Mami te traigo tu medicina
La que te saca de la rutina
La que te inyectan por donde orinas
¿Como se llama?
Pipicilina”
 
Como vemos, el intrincado proceso mental que han llevado a cabo estos artistas del reggaeton les ha llevado a establecer un símil entre su polla y una inyección. Son instrumentos alargados y que expulsan alguna suerte de sustancia. El sabo curandero. Y te la meten por donde orinas. Qué sutil, pardiez. Qué belleza. Qué cierre de círculo.
 
“Ponte en cuatro a la altura de mi cintura
Pipicilina, esa es tu cura
Ponte en cuatro, la cosa se puso dura
Pipicilina, esa es tu cura
Si te duele por detrás, te lo doy por el frente
Ponme esa nalga que te voy a inyectar”
 
Qué considerados, oiga. Fijaos bien que aunque la cosa se ponga dura y no quede otro remedio que clavar su inyección, tienen en alta consideración a la mujer: le dejan elegir agujero. Porque claro, el ano puede estar muy estrecho y, sin vaselina, la “pipicilina” puede producir desgarros. En cualquier caso, tú “ponte en cuatro” y deja que “los profesionales” hagan su trabajo. Su polla mágica te cura tanto de gripe como de tifus, pero no pidas mucho, pues de la gonorrea no te salva. El plástico no está hecho para machos.
 
Ñejo y Dálmata – Eso en cuatro no se ve
 
Con esta canción, damos una vuelta más a la tuerca. Y es que por lo menos el tal gorila quería darle a la “gata” por delante y por detrás, demostrando que incluso puede establecer conexión ocular con ella; y nuestro otro colega, el de la “pipicilina” tiene la deferencia de cambiar de agujero si le duele por el ano, y no penetra a la dama por deseo sexual, sino para darle eficaz medicina a todos sus males. Pero Ñejo y Dálmata no quieren ver nada más que sus nalgas o su boca. Da igual cómo sea la chica, alta o baja, delgada o gorda, a cuatro patas no se ve, como dice el título. Es que vamos, ya sólo por el infame título merecerían castración al estilo burgalés. Pero la letra mejora lo presente.
 
“Esta medio gordita pero chupa chévere
Eso en cuatro no se ve
Tu tienes una linda y yo feas tengo tres
Eso en cuatro no se ve 
¡Qué carajo! Mira, mira para la pared 
Con la luz apagada eso no se ve”
 
A estos muchachos les dan igual ocho que ochenta. Y no tienen problemas en llamar gorda y fea a una mujer, por que claro, aunque la insulten en su puta cara, si la chupa bien podrá disfrutar de sus vergas, ¿verdad? Yo estoy convencido de que estarán haciendo cola para felar a estos macacos. Fijo, vamos.
 
“Si a ultima hora, cualquier roto saca leche 
Ella me dice que en la cara se la eche
Que yo soy un descarado, no me importa lo que digas 
Sé mas agradecida que te estoy dando figa 
No te acomplejes, disfrútate la vida”
 
Y claro, encima que te hacen el favor, chica fea y gorda, tienes que ser agradecida y beberte su veneno. Y es que además de ser románticos hasta decir basta, hacen un servicio social. Su pene como caridad, por supuesto. Los hijos de puta.
 
Trébol Clan - Agárrala
 
Y continuamos subiendo en misoginia. Con esta canción, la cosa ya no sólo va de usar a una mujer como una saca leche, como un mero trozo de carne, sino que nos conmina a azotarla y pegarla para ponerla a tono. Lo mejor, por eso, es ver las pintas de este anormal disfrazado como un pandillero al que su madre todavía le prepara los cereales por la mañana con la leche calentita, como si tuviera algo entre las piernas más allá de un micropene. La viva estampa de un mentecato.
 
“Agárrala, pégala, azótala, pégala 
sácala a bailar 
que va a todas, 
pégala, azótala, agárrala, que ella va a todas”
 
Sí, lo sé, no hablan de dar una paliza en la cocina a una mujer, sino de azotarla en el trasero mientras baila en la discoteca, pero eso es humillante para cualquiera que tenga dos dedos de frente. Y claro, en este caso, el trozo de carne es como un buen bistec, hay apalearlo para que esté más sabroso. Pasamos del “bailar agarrado” de nuestros padres, o de nosotros mismos en su momento, a rozar polla erecta en culo ajeno y azotar con instinto animal esas nalgas. Ni los monos actúan así.
 
“Ella esta suelta 
y nada va a evitar que yo la azote 
yo la someto 
mamita, no te equivoques”
 
Aquí está la madre del cordero. La sumisión. Y el azote por mis cojones. Da igual que la chica diga que no, nada va a evitar el azote en su nalga y su sumisión al macho alpha. Bueno, en este caso, este pollito descabezado no somete ni su abuela, pero las intenciones están ahí. Azote va y azote viene. La maté porque era mía.
 
Y esto, queridos lectores, es lo que suena cada fin de semana en todas las discotecas que hacen llenazo. Esta basura, pues no tiene otro nombre, influye a las adolescentes mucho más que un tipo que se abre de piernas en el metro o que el hecho de que, en el ajedrez, el objetivo sea matar al Rey y no a la Reina. Y el machismo, lejos de retroceder, está aumentando de manera alarmante mientras nuestras amigas feminazis se dedican a debatir sobre el sexo de los ángeles cobrando pingües sumas económicas del erario público. Y no, la solución no es la prohibición, sino la educación. Que la gente abomine de esta mierda. Que no lo escuche por propia voluntad, que le peguen un cubatazo al dj cuando la ponga en la discoteca. Que tenga, en suma, la inteligencia necesaria para poder usar su libertad y ser libres de curas, de imanes y de machitos de mierda.
 
Pero en fin, me parece que pintan bastos. O pipicilinas.
24.07.2016 00:00
“Nada satisface tanto como el exceso”, le dijo Elvira Hancock a Tony Montana mientras éste le recriminaba su abusivo consumo de cocaína. De hecho, ese comentario, además de ser una clara declaración de intenciones, llevaba las tintas cargadas contra su marido, la persona más excesiva del imperio de la droga californiano. En efecto, no dejaba de ser sarcástico que Scarface le dijera eso a su mujer mientras se fumaba un puro en su jacuzzi de marfil. Pero bueno, dejando a un lado la relación entre personajes de una de las mejores películas de la historia, la frase de Elvira no deja indiferente. Vamos, que es cierta, por mucho que intentéis negarla. Todos aspiramos al punto medio aristotélico, a la continencia de los apetitos, a huir del exceso, pero nuestro cuerpo nos pide romper los esquemas, salirnos de la media, disfrutar de los apetitos de manera desmesurada. Desde luego, no es fácil controlar el auriga platónica, aunque sea el objetivo del hombre moderado. Joder, cuánta filosofía para algo tan trivial, pensaréis.
 
Y es que no, a mí no me engañáis. Yo sé que, como yo, alguna vez habéis comprado más chucherías de las que debíais, dejándoos una fortuna en dulces, y os habéis deleitado comiéndoos la bolsa entera, sin dejar ni una. ¿Me das una?, te decía tu hermano. No. Ni de coña. Y claro. Por la pata abajo. Entonces, mientras pasas un calor de mil demonios en el excusado y, literalmente, te desaguas por el recto, sufriendo ardores mefistofélicos en el bajo vientre, piensas que valió la pena. “Nada satisface tanto como el exceso”. Póngame otro chupito de tequila, camarera, que a mí me sobra hígado y a ti hermosura, etcétera. En este caso, el exceso toma la carretera del norte, y acabamos arrodillados ante el peor baño de Escocia (hoy estoy cinéfilo, oiga). Pero no pasa nada, porque “nada satisface tanto como el exceso”. Que se lo digan al abuelo, que ha cambiado el sintrom por una viagra y, si la palma, lo hará con la polla en la boca de una joven que podría ser su nieta. A tope con la Cope.
 
Pero claro, todos estos excesos son naderías si los comparamos con los que suceden en el mundo de la música. Cualquier límite imaginable no es más que un obstáculo minúsculo para una estrella del rock o un grupo de metal. Nosotros somos simples aficionados. A su música y a sus excesos. Cuán aburrido sería un concierto sin artistas con las fosas nasales embutidas en cocaína, sin cantantes sudorosos que se lanzan sin pensarlo un instante sobre una enardecida caterva de borrachos en mitad de un concierto o sin la última extravagancia de la cantante para adolescentes que, no habiendo más tela que cortar en su atuendo, nos enseña hasta las trompas de Falopio. Si la música es el sabroso solomillo, los excesos de los artistas que la componen e interpretan son la salsa a la pimienta. A la mierda los músicos indie con su cara de no haber echado un polvo en su vida o las canciones para princesas y caballeros blancos. Queremos música salvaje, sangre y fuego, locura en estado puro. Para tedio ya tenemos nuestras grises vidas.
 
Ejemplos los hay a espuertas. Seguro que, sin pensarlo demasiado, os saldrán unos cuantas extravagancias extremas musicales. Que si Marilyn Manson decapitando un pollo en mitad de un concierto y tirando al pobre animal a la pista para que corretee entre la multitud mientras echa sangre al ritmo de su corazón. Que si Mick Jagger, de los Rolling Stones, tiene que hacerse una limpieza de sangre anual para evitar morir envenenado por sus propios fluidos. Y para que hablar de Miley Cyrus. No obstante, estos excesos musicales son tan conocidos y populares que incluso dudo de su veracidad. De hecho, la transformación de la dulce Hannah Montana en la trasnochada Miley Cyrus apesta a estrategia de marketing. Por ello, si queremos conocer lo más sórdido del mundo de la música, hemos de profundizar un poco más. Descender a los infiernos. Y la primera parada de este tenebroso viaje la encontramos en la banda de black metal Mayhem. 
 
El paraíso noruego
 
Por lo general, los europeos del sur tenemos una percepción muy idílica del modus vivendi nórdico. Con un nivel de vida envidiable, unas instituciones políticas envidiables, unos servicios públicos que funcionan a la perfección, una educación sensata y bien organizada que procura grandes profesionales, un gran sistema de pensiones, parecen un especie de oasis entre tanta indeficiencia e ineptitud. Vamos, son el no va más de Europa. Algunos datos escaman un poco, como la tasa de suicidios y el auge de la ultraderecha, pero no dejan de ser pecata minuta si lo comparamos con tanto bienestar. A nuestros ojos, los países bálticos son el ejemplo a seguir. El paraíso frente a nuestro constante purgatorio mediterráneo.  
Nada satisface tanto como el exceso”, le dijo Elvira Hancock a Tony Montana mientras éste le recriminaba su abusivo consumo de cocaína. De hecho, ese comentario, además de ser una clara declaración de intenciones, llevaba las tintas cargadas contra su marido, la persona más excesiva del imperio de la droga californiano. En efecto, no dejaba de ser sarcástico que Scarface le dijera eso a su mujer mientras se fumaba un puro en su jacuzzi de marfil. Pero bueno, dejando a un lado la relación entre personajes de una de las mejores películas de la historia, la frase de Elvira no deja indiferente. Vamos, que es cierta, por mucho que intentéis negarla. Todos aspiramos al punto medio aristotélico, a la continencia de los apetitos, a huir del exceso, pero nuestro cuerpo nos pide romper los esquemas, salirnos de la media, disfrutar de los apetitos de manera desmesurada. Desde luego, no es fácil controlar el auriga platónica, aunque sea el objetivo del hombre moderado. Joder, cuánta filosofía para algo tan trivial, pensaréis.
Y es que no, a mí no me engañáis. Yo sé que, como yo, alguna vez habéis comprado más chucherías de las que debíais, dejándoos una fortuna en dulces, y os habéis deleitado comiéndoos la bolsa entera, sin dejar ni una. ¿Me das una?, te decía tu hermano. No. Ni de coña. Y claro. Por la pata abajo. Entonces, mientras pasas un calor de mil demonios en el excusado y, literalmente, te desaguas por el recto, sufriendo ardores mefistofélicos en el bajo vientre, piensas que valió la pena. “Nada satisface tanto como el exceso”. Póngame otro chupito de tequila, camarera, que a mí me sobra hígado y a ti hermosura, etcétera. En este caso, el exceso toma la carretera del norte, y acabamos arrodillados ante el peor baño de Escocia (hoy estoy cinéfilo, oiga). Pero no pasa nada, porque “nada satisface tanto como el exceso”. Que se lo digan al abuelo, que ha cambiado el sintrom por una viagra y, si la palma, lo hará con la polla en la boca de una joven que podría ser su nieta. A tope con la Cope.
 
Pero claro, todos estos excesos son naderías si los comparamos con los que suceden en el mundo de la música. Cualquier límite imaginable no es más que un obstáculo minúsculo para una estrella del rock o un grupo de metal. Nosotros somos simples aficionados. A su música y a sus excesos. Cuán aburrido sería un concierto sin artistas con las fosas nasales embutidas en cocaína, sin cantantes sudorosos que se lanzan sin pensarlo un instante sobre una enardecida caterva de borrachos en mitad de un concierto o sin la última extravagancia de la cantante para adolescentes que, no habiendo más tela que cortar en su atuendo, nos enseña hasta las trompas de Falopio. Si la música es el sabroso solomillo, los excesos de los artistas que la componen e interpretan son la salsa a la pimienta. A la mierda los músicos indie con su cara de no haber echado un polvo en su vida o las canciones para princesas y caballeros blancos. Queremos música salvaje, sangre y fuego, locura en estado puro. Para tedio ya tenemos nuestras grises vidas.
 
Ejemplos los hay a espuertas. Seguro que, sin pensarlo demasiado, os saldrán unos cuantas extravagancias extremas musicales. Que si Marilyn Manson decapitando un pollo en mitad de un concierto y tirando al pobre animal a la pista para que corretee entre la multitud mientras echa sangre al ritmo de su corazón. Que si Mick Jagger, de los Rolling Stones, tiene que hacerse una limpieza de sangre anual para evitar morir envenenado por sus propios fluidos. Y para que hablar de Miley Cyrus. No obstante, estos excesos musicales son tan conocidos y populares que incluso dudo de su veracidad. De hecho, la transformación de la dulce Hannah Montana en la trasnochada Miley Cyrus apesta a estrategia de marketing. Por ello, si queremos conocer lo más sórdido del mundo de la música, hemos de profundizar un poco más. Descender a los infiernos. Y la primera parada de este tenebroso viaje la encontramos en la banda de black metal Mayhem. 
 
El paraíso noruego
 
Por lo general, los europeos del sur tenemos una percepción muy idílica del modus vivendi nórdico. Con un nivel de vida envidiable, unas instituciones políticas envidiables, unos servicios públicos que funcionan a la perfección, una educación sensata y bien organizada que procura grandes profesionales, un gran sistema de pensiones, parecen una especie de oasis entre tanta ineficiencia e ineptitud. Vamos, que son el no va más de Europa. Algunos datos escaman un poco, como la tasa de suicidios y el auge de la ultraderecha, pero no dejan de ser pecata minuta si lo comparamos con tanto bienestar. A nuestros ojos, los países bálticos son el ejemplo a seguir. El paraíso frente a nuestro constante purgatorio mediterráneo.  
 
Pero en todos lados cuecen habas, que dice el sabio refranero español, y tanto frío no puede ser bueno para la salud mental. Y no deja de sorprender que en un país como Noruega, que comulga con todas las virtudes anteriormente expuestas, puedan surgir mentes criminales como Anders Breivik, que tiene en su haber el asesinato a sangre fría de 77 personas en julio de 2011. Tan sangriento personaje resulta una excepción, en efecto, pero no es la única que se ha dado en ese helado país. Y alguna de ellas ha golpeado con mucha fuerza al mundo de la música.
 
Para conocer la truculenta historia que voy a narraros, hemos de retroceder más de tres décadas; concretamente, a mediados del año 1984. En esta época, el black metal, subgénero del heavy metal con tintes anticristianos, demoníacos y violentos, se encontraba a pleno rendimiento. Y países como Noruega comenzaban su particular descenso al inframundo a través de la creación del grupo más enfermo que han visto sus pacíficos habitantes: Mayhem.
Inicialmente, esta banda de black metal estaba compuesta por el bajista Jorn Stubberud (aka Necrobutcher), el batería Kjetil Manheim y el guitarrista Ostein Aarseth (aka Euronymous), y, como imaginaréis, sus canciones no eran precisamente para todos los públicos: “Chainsaw in my bleeding hands, as I start to cut you in two, your guts are steaming out and I just love the sight! Maggots crawling in her cunt, I just love to lick that shit, bury you in a slimy grave, you will rot forever there!” (Mayhem - Chainsaw Gutsfuck). Su primer álbum, Deathcrush, que salió al mercado en 1987, representó un hito en la escena black metal noruega; pero lo peor estaba por llegar.
 
La expulsión de varios miembros del grupo, así como algunas deserciones, dejaron a Mayhem realmente tocado tras la salida al mercado de su primer álbum. Pero su historia estaba lejos de acabar. Y es que Per Yngye Ohlin (aka Dead), al conocer que Mayhem se había quedado sin vocalista, remitió al grupo una suerte de currículum vitae que les convencería de inmediato: un sobre integrado por una cinta de cassete y una cobaya en estado de descomposición. Y aquí comienza la leyenda…
Dead era un personaje realmente siniestro. Un tipo con tendencias suicidas, obsesionado con la muerte, que incluso llegaba a rajarse los brazos en mitad de los conciertos para hacer llover sangre sobre sus seguidores. Desde luego, semejante demente había dado con el grupo adecuado y Mayhem había dado con la gallina de los huevos de oro. Esta relación de sórdida reciprocidad les proporcionó una popularidad extrema dentro de la escena underground noruega. Asistir a sus conciertos era una experiencia extrema. De hecho, el mismo Dead contó una anécdota en la revista Slayer que da buena cuenta de lo que cabía esperar en estos eventos infernales: “Antes de comenzar a cantar, había una multitud de alrededor de 300 personas allí, pero en la segunda canción, 'Necro Lust', comenzamos a lanzar alrededor cabezas de cerdo. Sólo se quedaron 50, ¡me gustó eso! (…) Queremos asustar a los que no deben estar en nuestros conciertos y van a tener que escapar por la salida de emergencia con las partes de su cuerpo desaparecidas, para que podamos tener algo que lanzar alrededor. Si a alguien no le gusta la sangre y la carne muerta derramada en su cara se puede ir, y eso es exactamente lo que hacen”. No obstante, toda esta orgía de satanismo y sangre iba a acabar de forma abrupta, como no podría ser de otra manera.
 
8 de abril de 1991. Euronymous encuentra a Dead muerto en su habitación. La escena era propia de la más siniestra película de terror: Dead yacía muerto sobre su escritorio con los sesos desparramados, profundos cortes en los brazos y en la garganta y una nota de suicidio en la mano que decía lo siguiente: “Perdonad la sangre, pero me he cortado en las muñecas y en el cuello. Mi intención era morir en el bosque para que transcurrieran unos días hasta que posiblemente fuera encontrado. Yo pertenezco al bosque y siempre lo he hecho. Nadie entenderá la razón de esto, igualmente. Para dar algún tipo de explicación, yo no soy humano, esto es sólo un sueño y pronto despertaré. Hacía demasiado frío y la sangre se me coagulaba, y además mi nuevo cuchillo no está afilado. Si la muerte no me llega con el cuchillo, expulsaré toda la mierda de mi cráneo. No sé lo que haré. He dejado la letra de “Let the good times roll” y todo mi dinero para cualquiera que encuentre esa puta mierda. Como último saludo, os presentó “Life Eternal”. Haced lo que queráis con esa puta cosa.
La pregunta va de serie: ¿Tenía 27 años? Pues no, sólo tenía 22. De hecho, Nirvana acababa de sacar Nevermind, que contenía la conocida canción Smells like teen spirit que tanto éxito les procuró, así que Kurt Cobain estaba vivito y coleando. Y dudo mucho que Dead sintiera ningún aprecio por Jimmy Hendrix. No, esto no tiene nada que ver con el club de los 27. Su obsesión por la muerte le llevó a la muerte. Sin más. Algo lógico y coherente con su personalidad, aunque no por ello menos trágico.
 
Euronymous, como líder de la banda, tomó una decisión igualmente coherente con su personalidad y con su perversión natural: se hizo un collar con los trozos de cráneo de Dead que fue recogiendo por toda su habitación. Y, claro, no iba a dejar pasar esa oportunidad sin hacerle una fotografía para inmortalizar ese momento de muerte y destrucción. Cogió su cámara, colocó bien la escopeta y el cuchillo que había utilizado Dead en su suicidio para que quedaran encuadrados y disparó a su objetivo. Pero es que la cosa tampoco acaba aquí. Y es que Euronymous tampoco podía desaprovechar esa fotografía dejándola en un cajón, así que la utilizó como portada del nuevo disco de Mayhem, Dawn of the Black Hearts.
¿Excesivo y sórdido, verdad? Pues aquí no acaba la historia. Tras el suicidio de Dead, el grupo volvió a sufrir una grave crisis provocada, precisamente, por la decisión de Euronymous relativa a la portada de Dawn of the Black Hearts. Curiosamente, hasta en el seno de Mayhem había algo de sentido común. Necrobutcher abandonó el grupo. Euronymous, sin embargo, se obstinó en mantener el grupo vivo, y contrató a Snorre Ruch (aka Blackthron) y Varg Vikernes (aka Count Grishnackh). Mayhem regresaba de la ultratumba. 
 
Con los nuevos integrantes de la banda y un nuevo vocalista, de origen húngaro, que se introdujo con posterioridad, en 1992 sacaron a la venta su primer álbum de estudio: De Mysteriis Dom Sathanas. Pese al cambio de artistas, las letras mantenían ese espíritu satánico tan propio de Mayhem, como se intuye por el título del álbum y se deduce de alguna de sus letras: “Darkness is growing, the eternity opens the cementary lights up again, as in ancient times fallen souls, die behind my steps, by following the freezing moon” (Mayhem - Freezing Moon). Así mismo, incluyeron en dicho álbum la canción que el propio Dead les dejó junto con su carta de suicidio, Life Eternal, volviendo completamente locos a sus seguidores. El mito de Mayhem se acrecentaba aún más, si cabía. Pero el éxito externo no se correspondía con la situación interna: Euronymous y Varg Vikernes se odiaban a muerte.
Sus discusiones, como más tarde ha trascendido, eran de lo más violento y enconado. No se soportaban. Y Euronymous, en varias ocasiones, había puesto fin a estas discusiones amenazando de muerte a Varg Vikernes. Amenazas que estaban lejos de ser meras bravuconadas, puesto que el mismo Varg había tenido conocimiento, a través de un amigo común, de que realmente Euronymous tenía planeado asesinarle; no sin antes torturarlo, claro. Pero Euronymous falló en sus cálculos, pues Varg, lejos de acobardarse, tomó la decisión de plantarle cara en su propia casa un día de agosto de 1993. Años después, desde la cárcel, Varg relató lo sucedido aquella fatídica noche:
 
Fuimos a la puerta de entrada del edificio y llamamos a su puerta. Él estaba durmiendo. Se puede pensar que visitar a personas en mitad de la noche es un poco extraño, pero era perfectamente normal para nosotros. Muchas personas de la escena del metal somos “criaturas nocturnas”, por así decirlo. El caso es que pregunto qué quién era y yo le dije mi nombre. “Estoy durmiendo, ¿no puedes volver más tarde?”, contestó. “Tengo el contrato, déjame entrar”, le dije y él me dejó entrar en su casa (…).
 
Euronymous me estaba esperando en la entrada, muy nervioso. El tío que estaba planeando asesinar se había presentado en su casa en mitad de la noche. Entonces, cuando le pregunté que qué coño estaba haciendo, entró en pánico. Se asustó y me atacó con una patada en el pecho. Yo, ante ese ataque, lo empujé contra la puerta, aturdiéndolo. No me había sorprendido que me atacara, pero sí que lo hubiera hecho así y en su propio apartamento. Euronymous acababa de comenzar a entrenar "kick boxing" y, al igual que todos los principiantes, pensó que se había convertido en "Bruce Lee" durante la noche, pero no era así. 
 
Al cabo de unos segundos, se levantó del suelo y corrió hacia la cocina. Yo sabía que él tenía un cuchillo encima de la mesa de la cocina, y pensé que, si él iba a tener un cuchillo, yo también iba a tenerlo. El cuchillo que llevaba en el cinturón estaba en el coche, pero llevaba una navaja de bolsillo de 8 centímetros de longitud. Corrí hacia él y lo detuve antes de que cogiera el cuchillo de la cocina. En ese momento, él ya había mostrado sus intenciones, por lo que cuando se dirigió a su habitación, pensé que iba a buscar otra arma. Él mismo les había comentado a algunas personas que iba a recuperar la escopeta que utilizó Dead en su suicidio, así que pensé que iba a cogerla o que iba a buscar su pistola aturdidora. Lo intercepté, lo apuñalé en la espalda y me quedé muy sorprendido cuando salió corriendo fuera del apartamento. No tenía sentido huir. Era él el que había comenzado la pelea, y me hizo enfadar que, cuando las cosas no fueron según lo previsto, decidió huir en lugar de luchar como un hombre. Eso es algo que siempre he odiado con fuerza (…).
 
En la calle nos encontramos con Snorre, que había acabado de fumar (…) Euronymous apareció corriendo en ropa interior, sangrando y gritando como un loco. Snorre estaba tan sorprendido y aterrado que parecía un fantasma; sus ojos estaban a punto de salirse de su cabeza. (…) Euronymous subió por un tramo de escaleras y trató de llamar el timbre de un vecino. Rápidamente, se dio cuenta que había llegado antes que él, y continuó huyendo por las escaleras, golpeando en las paredes, tratando de llamar a las puertas de los vecinas mientras corría pidiendo ayuda a gritos. Le apuñalé tres o cuatro veces más en el hombro izquierdo mientras corría (…) Finalmente, tropezó y se golpeó contra una lámpara de pared, probablemente con la cabeza o con el brazo, y se cayó sobre los fragmentos de vidrio estando en ropa interior. Corrí a su lado y esperé. (…) Euronymous se puso de nuevo en pie. Parecía resignado y dijo: “Es suficiente”, pero luego trató de darme una patada de nuevo, así que lo rematé clavándole el cuchillo en la frente. Murió de manera instantánea. Sus ojos dieron la vuelta y exhaló un gemido, vaciando sus pulmones tras la muerte. Cayó sentado, con el cuchillo atrapado en el cráneo mientras yo lo sostenía. Cuando lo saqué de su cráneo, cayó hacia delante y rodó por las escaleras como un saco de patatas, haciendo ruido suficiente para despertar a todo el vecindario.(…)”
 
Varg Vikernes explica este suceso con total frialdad, no mostrando el más mínimo arrepentimiento. De hecho, en este mismo extracto de su autobiografía, añade a lo ya expuesto: “Tengo que admitir que nada de esto me ha afectado. No fue un gran problema, de todos modos; un criminal que tenía planes para matarme estaba muerto. ¿Y qué? No veo ninguna razón para tener piedad con una persona que planea torturarme hasta la muerte mientras lo filmaba para su propio entretenimiento.” Mismo semblante mostró al ser condenado a 21 años de prisión por este asesinado. De hecho, incluso se permitió la osadía de sonreír.
Y en este punto cerramos el círculo. Y es que Varg Vikernes está relacionado con Anders Breivik: fue uno de los receptores del manifiesto que envió a una serie de "selectos" personajes antes de perpetrar su asesinato múltiple. Dios los cría y ellos se juntan, podría decirse, aunque en su caso, más que Dios, debamos referirnos a Satanás. 
 
Noruega, el paraíso europeo, parece tener una falla hacia el inframundo.
 
PD: Sí, Mayhem se recompuso. Y continúa en activo.

 

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